Parsimonia

Publicado el Jarne

Rellenar y dar papeles es de pobres

Desde hace unos cuantos meses, no hago más que escribir formularios y solicitudes. Estoy buscando empleo. Envío mi hoja de vida a cualquier parte para trabajar de lo que sea. También estoy mirando alguna beca para estudiar en una institución. En todos los sitios, no hacen más que pedirme todo tipo de certificados, juramentos o títulos. Me he caído del caballo y he descubierto que rellenar y entregar papeles es de pobres.

Desde los tiempos en que me fui a Colombia, no recordaba tener que recoger o aportar tal cantidad de documentos sobre las cosas más variopintas. Es verdad que se ha juntado todo. He terminado la carrera y he tenido que solicitar los títulos necesarios y pagarlos, que no son baratos. Además, uno hace más que cumplimentar impresos en los que cuenta siempre quien es, dónde vive y qué ha hecho los últimos años.

Para cualquier ayuda, por mínima que sea, te piden hasta la marca de tu ropa interior. Mi título universitario, mi expediente académico, mi nómina o el certificado del paro de que no recibo ningún tipo de subsidio son los clásicos básicos se adjuntan a cualquier instancia. Después para que uno puntúe mejor o pase el primer corte, tengo que demostrar los méritos que alego. Ahí comienza otro capítulo digno de 4 Milenio.

Es otro vía crucis. Me he pasado los tres últimos meses llamando, enviando cartas y correos o redactando las labores que he realizado de los sitios en los que he trabajado. Además, la Administración, en su tarea de facilitarle las cosas al ciudadano, exige presentar originales. Así que cada cierto tiempo tengo que ir a la universidad para que me hagan más copias compulsadas que acabaran en los cajones de alguna institución.

¿Por qué se pide esta cantidad ingente de documentos? Para evitar el fraude y por cultura, no me cabe la menor duda. En otros países, especialmente los anglosajones, usted dice quién es en la consulta del médico o a la policía y le creen. No necesita un carné de identidad para ir mostrándolo cada dos por tres. Pero como bebemos de una cultura de pícaros y que suele desconfiar de la Administración, al administrado (sic) siempre se le exige demostrarlo todo.

Esto tiene unos costes enormes. Sentarse a leer la prosa engolada del formulario, ir de un sitio a otro para echar la instancia o pelearte con quien sea para que te den el documento oportuno, es un trabajo arduo. Es un tiempo que podría estar dedicándonle a otras cosas -el coste de oportunidad que dirían los economistas- y una carrera de obstáculos en la que muchos se van quedando rezagados o en el camino antes de llegar a la meta.

¿Quién son los principales perjudicados? Los que menos tienen, no me cabe duda. Cualquier ayuda social, beneficio o descuento conlleva aportar una retahíla de documentos. Si para alguien con un par de licenciaturas superiores y con tiempo ya supone un esfuerzo considerable, imagínese para el ciudadano que tenga obligaciones o no haya terminado los estudios primarios.  Hacer todos los trámites o batallar contra las fuerzas oscuras de la Administración se convierte en un reto de vida o muerte.

Si usted tiene dinero, las cosas cambian mucho. El mundo se convierte en una autopista con tres carriles y un trazado recto donde puede acelerar sin miedo. Se le concede visados sin problemas o se le da el permiso de residencia si se asienta en el país. No se para a pedir nada ni depende de otros, o lo estrictamente necesario. Uno no anda pendiente de si ha llegado bien el papel, hay tensiones en la Tesorería -no tienen para pagarle- o si el funcionario no lo acepta. Y es que por eso, rellenar y entregar papeles es de pobres.

En Twitter: @Jarnavic

Comentarios