Parsimonia

Publicado el Jarne

Fuerzas para malvivir al día

Se publica en España Fuerzas especiales, la última novela de Diamela Eltit. Con esta obra ya son dos sus libros publicados al otro lado del charco. El primero fue Jamás el fuego nunca, que salió a la luz en 2012, también gracias a la editorial Periférica. No obstante, Eltit es una escritora chilena con un largo recorrido literario que arrancó en 1983 con Lumpérica. Tomó partido en su día contra la dictadura de Pinochet, formando parte del Colectivo Acciones de Arte (CADA).

El título de la obra es un juego de palabras que abarca a dos elementos opuestos de la historia. Por un lado las fuerzas especiales de la policía y por otro las fuerzas especiales que necesitan los hostigados habitantes de una población de una ciudad chilena para aguantar su presencia constante y asfixiante, su arbitrariedad, su brutalidad gratuita y su corrupción. Estos son los dos polos sobre los que se desarrolla la trama, una suerte de thriller cotidiano donde se hallan atrapadas personas para las que levantarse y tener algo que llevarse a la boca supone un esfuerzo al límite, una situación de la que se parte de cero cada día.

La protagonista es una joven que se prostituye en un cibercafé. Cuando no está haciendo esfuerzos por aislarse del momento y tratar de normalizar, al menos para sí misma, la actividad que le da de comer a ella y a su familia, trata de bregar en su casa destartalada con los reproches y frustraciones de su parentela: un padre discapacitado por una paliza de la policía cuya máxima preocupación es la humillación que para él supone la falta de más varones en la casa aparte de él mismo, una madre convertida en un manojo de nervios después de la encarcelación de sus dos hijos y una hermana que en ocasiones se golpea la cabeza contra las paredes y a la que también han privado de sus hijos pequeños que han pasado a manos, al parecer, de los servicios sociales. Todos en casa miran con recelo a la joven porque nunca ha recibido un trato excesivamente violento por parte de las fuerzas del Estado, da la impresión de que su propia familia no repara en que ella es la única fuente de ingresos que posee esa casa.

El mundo en el que se desenvuelve la trama es muy limitado y limitante, la vorágine de la supervivencia diaria no da tregua y se transmite al lector esa sensación de que a los habitantes de ese barrio periférico no les es dado ver más allá de sus narices. Sin embargo lo que ocurre en la población es un gota de agua en el mar de la violencia, tantas veces asociada a la miseria, que se da en tantas partes del mundo. Se encarga de recordarnos esto la constante alusión, cada vez que se produce algo parecido a un cambio de escena, a ingentes cantidades de armas nombradas con la máxima precisión y frialdad técnicas. Armas de destrucción masiva, armas largas, cortas, blancas, material antidisturbios…

La sensación que se transmite a lo largo del relato no es tanto la impotencia de los personajes por no poder salir de esos márgenes como la familiaridad —y hasta la trivialidad— con la que abordan los atropellos, la violencia y las iniquidades del día a día. El Lucho es el dueño del cibercafé donde chicos y chicas ejercen la prostitución. El hombre cobra a estos por el uso de un cubículo de su local, la protagonista mantiene relaciones sexuales con él a cambio de más tiempo para su actividad pagando ella, además y por si fuera poco, un plus.

Pepa la guatona no pudo seguir ejerciendo en ese sitio porque su forma de comer compulsiva no le permitía caber con holgura en el espacio reservado para ella. Ninguna de las dos parece tener nada contra Lucho y la relación entre ellos después de salir del cíber es de absoluta cordialidad, pasean y van a comer juntos. Los niños, el futuro de esa comunidad, reciben las incursiones de la policía y las palizas que propinan a sus vecinos con un gran júbilo, pidiendo que les aporreen con más saña, mientras proclaman su deseo de ser policías cuando sean mayores.

La protagonista cuenta la historia en primera persona. Sin embargo, aunque vemos todo a través de ella, es el personaje más indefinido, ni siquiera conocemos su nombre. Es el conocido recurso de convertir al personaje principal en una especie de objetivo de una cámara que se limita a enfocar lo que tiene a su alrededor, aplicando el zoom donde considera conveniente y haciendo barridos a distintas velocidades hasta el punto de que perdemos la noción de estar mirando esas imágenes a través de ella y nos centramos solo en lo que aparece en plano.

El ritmo es vertiginoso a lo largo de todo el relato: oraciones breves, estructura de las mismas simple. No hay otros signos de puntuación que la coma y el punto, siempre seguido. Solo se recurre al punto y aparte cuando se cambia de capítulo. Todo ello incita a no despegar la vista del libro por nada hasta desembocar en un final donde el tiempo parece detenerse, dejando una sensación muy ambigua. Uno no sabe si respirar aliviado o compadecerse de unos personajes que quizá se encuentran más atrapados de lo que parecía en un principio.

Imagen de unas acciones del colectivo CADA.
Imagen de unas acciones del colectivo CADA.

Joaquín Pi Yagüe

En Twitter: @jjoapi

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