El último pasillo

Publicado el laurgar

Libros

San Librario Libros.
San Librario Libros.

Esto me pasó hace unas semanas: le dije a un tipo que no quería salir con él. Le expliqué que me avergonzaba mucho que gastara su dinero y su tiempo regalándome flores, chocolates (que por motivos de salud me puedo comer) y discos de música romántica (que detesto), porque yo tenía clarísimo que ninguna de esas galanterías le darían algún resultado. Lo que no me imaginé nunca fue la reacción del tipo. Se puso furioso y, como una forma de descargar su frustración, me echó un tremendo discurso. Me dijo todo lo imaginable, pero se puede resumir así: según él, toda la culpa de nuestra relación fallida la tenían los libros. Mis libros. Pero de todo lo que me dijo, lo que más me llamó la atención, tanto por su significado intrínseco como por la rabia con la que lo dijo fue esto —lo cito como más o menos lo recuerdo—: «¡Sigue así, pegada a esos libros! ¡Vas a terminar vieja, solterona, sola, llena de gatos y aplastada por tu propia biblioteca!».

La salida fue dramática, con todo y portazo.

Por supuesto que lo que él pretendía al decirme lo que me dijo era ofenderme. Por supuesto que no lo consiguió. Pero lo entiendo, porque no es la única persona que se ha esfumado dando portazos y echándole la culpa de todo a mis libros o a mi afición por escribir.

Ya perdí la cuenta de todos los amigos, enemigos, conocidos, novios y compañeros que me han dicho alguna vez que no tengo vida. Que leer no es la vida. Que la vida está «allá afuera». Allá. En otra parte, lejos de mi biblioteca. Lejos de mis libros. Leer —y escribir— han alejado de mí muchas compañías, porque el principal requisito para leer —y escribir— es la soledad, y los solitarios somos objeto de toda sospecha. Lo cierto es que los que han dicho apreciarme y quererme, ni siquiera se han detenido a preguntarme por qué tengo esa afición. Qué circunstancias o qué sentimientos me mueven hacia los libros.

La clave de todo es, precisamente, aquello con lo que me es más difícil lidiar: la soledad. Un día, hace muchísimos años, yo estaba sola, en una casa enorme en la que había de todo y sobre todo había libros. Y yo agarré uno de tantos, sin más pretensión que la curiosidad natural de una niña, lo leí y me gustó. Me gustó manosear sus páginas y olerlas, me gustó su tipografía y las imágenes que lo ilustraban. Me gustó pronunciar el nombre de su autor: Ju-li-o Ver-ne. Y me gustó pronunciar el título del libro: «El legado del Alquimista». Y lo repetía varias veces en el día: «Julio Verne» y «El legado del Alquimista». Busqué la biografía del autor y leí más libros suyos. Y seguí con otros libros de otros autores. Y cuando terminé con la biblioteca de mi casa, pedí más libros a quien quisiera dármelos.

Un día me desperté teniendo gustos y obsesiones propias y sentía que algo en la cabeza me crecía, tal vez era la imaginación, no lo sé. Seguramente todo lo que yo sentí es lo mismo que experimenta el músico cuando toca por primera vez un instrumento, o el pintor cuando tiene contacto con sus pinturas y lienzos. Sí, seguramente no estoy describiendo nada novedoso, pero sí estoy intentando describir un sentimiento honesto: cada vez que recuerdo esa primera vez que leí un libro, me emociono. Hoy, cada vez que toco un libro, me conmuevo.

No todos los libros son buenos, claro. No todos los libros nos dicen algo y a todos no nos llegan de la misma forma los mismos libros. Da lo mismo. Lo que pretendo —y no es nada fácil— es decir que los libros no me han quitado nada, como piensan muchos de los que me conocen. Es difícil explicar, de forma que cualquiera lo entienda, que quedarse en la casa leyendo un libro, echarse en un parque a leer, gastar mis poquitas horas de descanso del trabajo en leer, no es una pérdida sino una ganancia. Es complicado explicar que yo no siento que viva menos porque salga menos y que los libros también son un medio de transporte que a su manera cumplen con llevarnos hacia un destino final pasando por un camino único.

Tengo veintisiete años y he leído tantos libros como he podido en estos años, en esta vida. No lo digo por vanagloriarme de nada. Leer no nos hace ni mejores ni peores, pero sí nos convierte en personas solitarias, un tanto aisladas, necesitadas de más y más libros mientras más y más se lee. Los que leemos con obsesión, con pasión, con gusto, con alegría, sabemos que nos gusta leer porque la vida se suspende por tanto tiempo como dura la lectura y en ese intervalo de tiempo somos otros, vivimos otra vida, una que es posible gracias al que se la inventa, al autor.

A mi no me molestaría llegar a vieja viviendo mis días entre libros. A mi no me molestan los gatos ni las bibliotecas. Me gustan los hombres que leen y que tienen bibliotecas y que se aguantan a las mujeres como yo que leen y que viven entre bibliotecas. Y los libros me gustan, porque me hacen sentir viva. Confío en que no soy la única: el que esté conmigo, que levante la mano.

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