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El águila literaria de André Gide

André Gide

Recordatorio del Nobel francés de 1947, clásico transgresor, tras una relectura de ‘Prometeo mal encadenado’.

Nelson Fredy Padilla

“Para vivir solo es menester ser una bestia o un Dios”, según Aristóteles. “Falta un tercer caso; es necesario ser lo uno y lo otro: ser un filósofo”. La cita es de El Crepúsculo de los Ídolos de Federico Nietzsche y resulta ideal para plantear una discusión sobre cómo debe ser el animal humano que mora en cada uno de nosotros pero que se manifiesta de forma distinta según la personalidad de cada individuo.

En su relato Prometeo mal encadenado, el escritor francés André Gide no solo plantea este interrogante vital sino lo eleva al nivel del pensamiento filosófico para construir un relato literario muy perturbador. Primero se vale de símbolos mitológicos como Zeus y Prometeo para aludir a las cadenas contra las que lucha a diario el ser humano para moldear su personalidad frente a la sociedad y frente a sus semejantes. Luego despoja a sus protagonistas de lo que él llama la inexistente moralidad pública y se concentra en la moralidad privada, en el ámbito de la reacción subjetiva e interpersonal.

Todo ocurre en una calle de París a finales del siglo XIX en la que escoge a ciudadanos del común para crear una trama que parece elemental al partir de un hecho detonante como una cachetada de un desconocido a otro, pero que le permite abordar los temas que desde siempre obsesionan al ser humano: la felicidad, el desarrollo de la personalidad, la idiosincrasia, la libertad, el valor del dinero, el ego. Y para lograr una atmósfera reflexiva creciente se vale del buen humor, de la ironía y de minicapítulos que se convierten cada uno en historias independientes en cuando cada uno genera interrogantes distintos así hagan parte de la misma unidad literaria.

Sin embargo, el principal cuestionamiento que uno se hace como persona al final del texto es ¿cómo dosifico el águila que llevo adentro? Acercándose a Gide se comprueba por qué es tan importante valerse del pensamiento trascendente a la hora de escribir, porque así se cree ficción ésta debe estar conectada al significado del universo y del hombre como ser pensante. No se trata de “filosofar por filosofar” sino de interpretar el mundo en el que vivimos. Ya lo dijo Goethe: “Por lo general el estilo de un escritor es fiel trasunto de su mundo interior; si alguien quiere escribir con claridad, que vea antes claras las cosas en su espíritu, y si quiere tener grandeza en el estilo, ha de procurar tener primero grandeza en el alma”. Eso mismo es lo que se desprende esta lectura de Gide.

Vuelvo a Nietzsche porque también advirtió al literato: “el estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente”. Y Sartre se les unió para definir esa difícil mezcla de  filosofía y literatura: “Si no se es capaz de hacer y producir al lenguaje esa pluralidad de sentidos, no vale la pena escribir”.

Prometeo

La acción gratuita de pensar, de actuar, del acto desinteresado que puede ir desde un gesto inesperado hasta crear relaciones interpersonales es el motor de este texto de Gide para reflejar a los Damócles, Cocles, banqueros, camareros y Títiros con los que convivimos a diario, cada cual con su águila adentro pero con distinta capacidad de vuelo. De cada quien depende si permanece en su celda, devorándose a sí mismo, o se libera a plenitud.

En Prometeo mal encadenado están representadas las inquietudes filosóficas que también movieron a Albert Camus: “La creación es la más eficaz de todas las escuelas de paciencia y lucidez. Es también el testimonio trastornador de la única dignidad del hombre: la rebelión tenaz contra su condición, la perseverancia en un esfuerzo cotidiano, el dominio de sí mismo, la apreciación exacta de los límites de lo verdadero, la mesura y la fuerza. Quizá la gran obra de arte tiene menos importancia en sí misma que en la prueba que exige a un hombre y la ocasión que le proporciona de vencer a sus fantasmas y de acercarse un poco más a su realidad desnuda”. Qué reto.

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(*) Periodista y editor de los domingos del periódico El Espectador.

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