Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

El niño del Banco Mundial

Tiene mucha razón Tony Juniper, del grupo ecologista británico Amigos de la Tierra, cuando dice que internet es «el arma más poderosa en el cajón de herramientas de la resistencia».

A mí me llegan por esa vía numerosos comunicados o listas de solidaridad. Me llegó, por ejemplo en el inhumano caso de Safiya, una viuda nigeriana condenada a la muerte por lapidación debido al hecho de que dio a luz un niño sin haberse vuelto a casar. Eso sí, los jueces fueron tan piadosos con ella que aplazaron la ejecución de la sentencia hasta que la condenada deje de amamantar a su hijo: los dioses los bendigan por su misericordioso gesto.

Aunque a ustedes les recomiendo que busquen en un diccionario lo que significa muerte por lapidación y luego seguimos conversando.

Y somos muchos los que nos movimos en su día, con el arma más poderosa que hay en el cajón de herramientas de la resistencia, o sea: en internet, y por todos los demás medios, para que Nigeria no volviera a cubrirse de oprobio como cuando condenó a la horca, y ejecutó, a Ken Saro–Wiwa, por el solo delito de haberse opuesto a la degradación ecológica de su tierra: dos capítulos, el de esa degradación y el de aquella ejecución, que son páginas sangrantes en la Historia Universal de la Infamia, y conste que no me refiero al libro de Jorge Luis Borges.

Sin embargo, pasemos a otro aspecto no tan lúgubre de la existencia. Internet es también un intercomunicador internacional de los mejores chistes del momento. Por ejemplo éste que ya les cuento:

Un bebé fue encontrado en la puerta del Banco Mundial al amanecer, cuando llegaron los primeros empleados. Alimentaron a la criatura, y un informe del caso fue enviado al Presidente del Banco preguntando qué se debía hacer con ella.

El Presidente redactó la siguiente orden interna: «Acuso recibo del informe del hallazgo de un recién nacido de origen desconocido en  la puerta de nuestro Banco. Formen una comisión para investigar y determinar lo siguiente: 1°, si ese niño es producto doméstico de nuestra organización; y 2°, si algún empleado se encuentra involucrado en el asunto».

Al término de sus investigaciones, la comisión envió al Presidente el siguiente dictamen interno: «Después de las más diligentes pesquisas, concluimos que el niño en cuestión no está conectado con esta organización. Los argumentos que fundamentan dicha conclusión son los siguientes: 1°, en el Banco Mundial nunca se ha dado el caso de que dos personas colaboren de manera tan íntima; 2°, no encontramos ningún caso precedente de que en nuestra organización se haya hecho alguna vez alguna cosa que tuviese pies y cabeza; y 3°, en esta organización jamás se proyectó nada que estuviese listo en nueve meses».

Hasta aquí el chiste, que espero que les haya gustado y que, en realidad, si lo consideran un poco más a fondo, no es tal chiste. Sencillamente es la expresión, por medios humorísticos, de sangrientas realidades. Los chistes, como ya analizó en su día Sigmund Freud, el inventor del sicoanálisis, arrojan una luz cruda sobre las nueve décimas partes del iceberg que constituye el cuerpo social. Por mucho que nos riamos con ellos, lo cierto es que en la mayoría de los casos deberíamos temblar.

Es el mismo fenómeno que sucede con la mayoría de los políticos, y cuanto más alto se encuentran en la escala del poder, tanta más risa producen las superfluidades o evidentes mentiras que dicen y que al parecer ellos mismos se las creen. Aunque el resultado, luego, lo vemos en las estadísticas y se traducen en cacerolazos, algaradas callejeras, saqueos de supermercados, protestas, y todas estas no son sino las más inocentes derivaciones de aquellas superfluidades y aquellas mentiras.

Hay derivaciones menos inocentes: bombardeos, huérfanos, hambre, exilio, desesperanza. Pero los políticos, siempre tan de buen humor (¿o no se fijaron que se pasan la vida sonriendo?), para designar esas derivaciones menos inocentes disponen de un nuevo chiste: de humor negro. Las llaman «daños colaterales». Créanme si les digo que quienes no creemos en el Juicio Final, de veras, muy de a deveras, como dicen los cantinflos, desearíamos equivocarnos.

*********************************************************

Comentarios