Parsimonia

Publicado el Jarne

Colombia, río arriba

En Apocalipsis ahora, el protagonista, el capitán Willard -Martin Sheen-, comienza a navegar por un río tranquilo para matar al coronel Kurtrz –Marlon Brando-. En el camino, va leyendo el perfil del coronel y los informes que este ha enviado al Alto Mando. A medida que avanza, el capitán Willard se encuentra con una guerra gris y terrible donde nada es lo que parece. Las certezas que tiene se van cayendo poco a poco y la sombra de la sospecha lo envuelve todo. Algo similar ocurre cuando uno empieza a adentrarse en la historia de Colombia.

Recuerdo que las primeras historia de la Colombia actual fue de las madres de Soacha cuando vinieron a Madrid en 2010. Entonces, todavía no se vislumbraba hasta dónde iba llegar ese escándalo, pero los detalles que iban dando eran aterradores. La indiferencia del Estado, la criminalización de la protesta o los detalles de aquellos testimonios son de esas cosas que no se olvidan en la vida. Eran un buen presagio de lo que iba a venir.

Y luego ya, aterricé en Colombia. Los primeros meses, estuve quieto y fui conociendo el país. Con el tiempo, empecé a leer sobre su historia y a colaborar con un grupo de Derechos Humanos. Con el grupo, empecé a leer las sentencias judiciales de la Corte Suprema sobre las matanzas del paramilitarismo, los secuestros y las vacunas de la guerrilla, el narcotráfico o los excesos de la Fuerza Pública.

En esas sentencias está casi todo. En esa verdad judicial fría y distante que se encuentra en los hechos probados, uno se va encontrando con los horrores de la guerra. Todo lo que uno creía sólido se desmorona: cae la confianza en el Estado por su connivencia con los paramilitares, las guerrillas románticas son un grupo más en el conflicto que busca sobrevivir y controlar el narcotráfico y los traquetos son grupos criminales con ramificaciones gigantescas e imprescindibles en la economía legal para limpiar ese dinero.

Lees más y más y empiezas a ver a que la línea entre lo ilegal y lo legal es débil y confusa. Comienzas a leer la prensa y escuchar la radio, las versiones libres de los paramilitares, los relatos de personas que han abandonado la guerrilla y todo se vuelve más oscuro y frágil. No se puede descartar nada porque mañana puede que encontremos un nuevo hilo que nos haga salir del laberinto, aunque puede ser para entrar en otro.

Y en todo ese barrizal, surgen personas que quieren arrojar luz sobre lo que ha ocurrido y mantenerse rectos, independientes. Cuesta encontrarlos, pero existen. Jueces y fiscales que se atreven a hacer su trabajo, periodistas que preguntan e investigan hasta el final y caiga quien caiga, políticos que creen realmente que hay que acabar con la guerra o sectores de la ciudadanía que se mantienen firmes frente a la amenaza.

Es difícil que sobrevivan en ese ecosistema porque están muy solos y al final, se exilian, terminan jugando al mismo juego o acaban muertos. Y sin embargo, generación tras generación, hay un grupo de colombianos que se siguen jugando la vida y que intenta desecar la ciénaga para limpiar las aguas empantanadas, sacar a flote los cadáveres para darles la paz que merecen y construir un nuevo tiempo en un terreno sólido.

Lo peor de todo es que si me dicen que vaya a Sudamérica y pudiera elegir un país, volvería a Colombia. Qué extraño es el hombre.

En Twitter: @Jarnavic

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