Parsimonia

Publicado el Jarne

Don Quijote no quiere trabajar aquí

Aquel día la estatua de Alonso Quijano en Plaza España cobró vida. Sin que nadie lo esperase -no es muy habitual este tipo de hechos incluso en un sitio como Madrid- el metal se fue transformando en carne. Poco a poco fue recubriendo la estatua hasta transformarse en un hombre de carne y hueso a lomos de un caballo escuálido y que no paraba de relinchar: Rocinante.

Los viandantes se acercaron para contemplar semejante milagro. El caballero de la literatura castellana, Don Quijote, volvía a cabalgar a lomos de Rocinante. Con el mismo espíritu que en la novela de Cervantes, nuestro hombre estaba dispuesto a hacer y deshacer entuertos. Pedía una y otra vez que le dijeran que podía hacer por aquellas gentes de este siglo.

La gente se lo tomó al principio a broma, ya saben cómo se piensa de los locos. Pero algunos empezaron a pensar que podía ser ese líder que los iba a sacar de sus problemas. Si la gente cree y paga a esos chamanes o santeros que prometen acabar con la eyaculación precoz o el cáncer o a esos políticos mesiánicos que tanto salen por los telediarios, ¿Por qué no creer en un hombre de ficción del siglo XVII?

Y así fue como las personas le fueron explicando al castellano sus menesteres y carencias. Oye, que no tengo trabajo y no sé qué es una nómina. Ayúdame con la calvicie que me he quedado sin novia y no voy coger en la vida de Dios le decía otro. Échame una mano para el próximo examen de Tributario le pedía insistentemente un alumno de la Carlos III. El de la Europea intentó darle dinero para tener preferencia, pero nuestro caballero se negó.

Tantas eran las reclamaciones que tuvo que empezar a apuntarlo. Un folio, dos folios, tres folios. Llevaba un par de horas y acumulaba ya una larga serie de peticiones. Los legajos empezaron a rodearlo. Fue entonces cuando paró la policía municipal para hacer algunas comprobaciones rutinarias: pedirle el Documento Nacional de Identidad, ver si tenía los permisos para el caballo o advertirle de que le impondrían una multa por las pilas de papeles que ya empezaban a poblar los jardines de Plaza España.

Don Quijote empezó a abrumarse. Era demasiado para él. El hombre venía con las mejores intenciones para arreglar lo que hiciese falta, pero no podía con todas aquellas peticiones. No podía con la burocracia. Así que dijo que se iba a desayunar y desapareció. La Sexta dijo que se había ido por culpa de la Policía. Telemadrid le echó la culpa a los exigentes ciudadanos. Telecinco aseguró que lo habían matado y que tenían imágenes en exclusiva. Y en Intereconomía, bueno, nadie lo vio así que, ¿para qué contarlo?

Don Quijote según Daniel Crespo Saavedra.
Don Quijote según Daniel Crespo Saavedra.

En Twitter: @Jarnavic

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