El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

Silencio

encaje-silencio-blogelpeatonNo vengo a hablarles de las edificaciones que con palabras echamos abajo, de los pechos que atravesamos con las espinas de nuestros mejores vocablos. No vengo a hablarles de los gritos que en la montaña donde nací se escuchaban noche a noche, en la atmósfera de humo de leña verde, arrullo de palomas, costales de cabuya repletos de café seco; ni les voy a hablar, aunque quisiera, de las mujeres campesinas, recolectoras, que me educaron contándome que en la academia se enseñaban las peores cosas, que el individualismo se adquiere en los libros tanto como en la calle y que es un mal sin remedio. No vengo a hablarles de las mujeres que sin haber pasado por una escuela me enseñaron lo que nadie más ha podido.

Les hablaré de una palabra, tan solo, que no quiero que se desgaste, que, de pronunciarla, o escribirla, sobre todo, creo a veces que la mancillo. No es burbuja, tan explosiva e inocente, ni tierra, tan completa y majestuosa. No es espera, en que soy perito, tanto como amante de la luna que reposa en la tierra de las nubes mexicana, ni yacimiento, la que he ido a buscar con intensidad por las riberas del Otún.

Se trata de la palabra poesía y de su esencia indefinible que aquí nos convocan. Tras muchos años de pensarlas, y algún tiempo de escribir sobre ellas, con cierta ingenuidad que, espero, se traduzca en esperanza, con cierto enamoramiento declarado de las lecturas que he hecho, por azar y diáfanas como oscuras ilaciones, he llegado a la conclusión de que podría vivir sin poesía. Imaginemos a alguien que, de súbito, como a quien le amenazan con el olvido mientras va por la calle, le es preguntado por ella, en estos días de escasez de belleza. Sorbe su café despacio. No hay prisa nunca en sus ademanes. Mira a quien le interroga mientras sus palabras van fluyendo, tímidas y torpes, como abejas ebrias que caen del enjambre:

No debería preocuparnos el lenguaje sino lo que hacemos con él. Deberíamos utilizarlo para recuperar el asombro perdido por la humanidad en tiempos que la ignorancia quiso que no se registraran. Vivo en las cavernas sin poder contemplar la poesía, yazgo en la oquedad que es la vida, a solas. Escribir es una elección, se eligen bien las armas que nos destruyen. Vivir es ir a tientas. Quiero aprender una cosa tan solo. ¿Qué es el silencio? No me pregunten por la poesía.

Aquella persona, que bien podría ser yo, que bien podría ser o no ser ella, o ustedes -nosotros no existe- es quien lee en esta tarde.

Vengo a hablarles del silencio. No sabemos callar cuando ignoramos: un aluvión de epítetos, que ni siquiera entendemos, hierve y hace erupción por nuestra boca, por la yema de los dedos, hasta volverse el peor disparo, el que hace que la víctima vaya muerta en vida por el mundo. No guardamos silencio cuando por más que queramos no vamos a tener empatía con alguien que sufre. No callamos cuando nos atacan conceptos que no tendrán jamás comprensión humana. El infinito no es nuestro, menos la verdad. Silencio nos ofrece el mundo, tomemos su silencio.

No culpemos las palabras por la barbarie que con ellas cometemos. No las culpemos por la impiedad que el confesor de la primera poeta colombiana, La Madre del Castillo, cometió al usarlas para prohibirle escribir poemas de amor, condenándola a la prisión más atroz: la de la censura del pensamiento, aquella que excede cualquier celda religiosa. No culpemos las palabras que usaron los detractores de Silva para justificar en su hermana Elvira su suicidio y el desprecio del pueblo cuando vio arrojar su cadáver untado de cal en una galería maldita. De haberse amado esa pareja, como dijeron, de haber tenido sexo inmortal apoyada en el piano, quiero decir, bajo la luz de la luna, no sería de la incumbencia de nadie juzgar el amor que por amor se hace, el placer que por placer se siente.

No culpemos a las palabras que la generación de Mito hizo circular bajo la mesa para que poetas, tal vez mejores, como Emilia Ayarza o Matilde Espinosa, no quedaran en las páginas de su historia.

No culpemos los poemas que el Nadaísmo no escribió por jugar al reclutamiento y al irrespeto, por malentender las vanguardias, por crear la estigmática imagen de un ejército de muchachos contradictorios que fracasó, tal vez, porque en sus filas no incluyó a ninguna poeta.

Por otro lado, sabemos que a través de las palabras se llega al amor. Se logra habitar un cuerpo, se instala en su interior como en la mesa donde siempre falta alguien para comer como en la mayoría de las casas colombianas. Todo cuerpo imagina una desaparición. Las palabras, puestas en otros oídos, o mal puestas en los de quien se ama, pueden llevar al abandono, a un duelo más intenso que el de la muerte.

Hay una especie escabrosa, poetas, les dicen, que privatizan el lenguaje. Que confunden con arte el viento que en el papel atrapan. Que con golpes en los rostros de sus iguales borran sus mejores metáforas.

Y hay también quienes con el lenguaje separan a los amantes. Los cercan y los queman, inventan taxonomías, segregan, legislan como una forma de adorar la prohibición. Se hacen elegir por cualquiera de los medios para después menoscabar a quienes deberían representar.

¿Por qué no somos capaces de guardar silencio para entender la amplitud del amor?

Festival Internacional de Poesía de Cali, 23 de septiembre de 2017.

twitter.com/amguiral

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