La conspiración del olvido

Publicado el Ramón García Piment

Mafias (Por Carlos Julio Hoyos)

Un relato de opinión sobre el origen de las mafias y  de los tentáculos que tanto daño han hecho en la humanidad, por su fuerte dosis de maldad y odio que envenena todo lo que toca.  Los invitamos a un viaje por la historia contada por el  escritor, abogado e ingeniero Carlos Julio Hoyos,  quien aborda temas delicados que nos obligan a conspirar contra el olvido.

Nunca la historia antigua dio visos de que el hombre utilizara ciertos métodos usados por las mafias modernas para despojar a otros de su dinero o para conseguir sus fines, cualquiera que hayan sido éstos. Métodos que por sui géneris solamente pudieron ser apropiados por un sector de la delincuencia que encontró en ellos una oportunidad de hacerse ricos aceleradamente, y que ni siquiera sus originarios creadores utilizaron.

Me refiero a las «mafias» sicilianas de finales del siglo XVIII, surgidas luego de que Napoléon pusiera su bota en el norte de Italia. Hecho que produjo tantas reacciones como represiones, y que dieron lugar al nacimiento de todo tipo de grupos independentistas deseosos de expulsar a los franceses de su tierra. Entre ellos la MAFIA, hermandad creada posiblemente del acrónimo Muerte A Franceses Invasores Asesinos, nacida no como grupo delincuencial sino como sociedad secreta de corte nacionalista para conspirar en contra de la ocupación francesa, y que cien años más tarde devendría en organización criminal convertida en «Cosa Nostra «, con el fin de proteger la identidad de sus miembros.

Eran épocas en las que Pío Nono era el Pontífice Romano y Giuseppe Verdi se lanzaba al mundo de la ópera como compositor, desde donde se las ingenió para aportar una chispa de chovinismo a la causa nacionalista en pos de la liberación de su país, por entonces ocupado por Austria, lo cual haría introduciendo un coro en la partitura de su primera ópera titulada «La batalla di Legnano» en donde unos soldados entonaban un himno a la libertad, cuya letra inflamaba el alma de los soldados vencedores de Federico Barbarroja, exacerbando a su vez a los espectadores, quienes al final de la función salieron en estampida cantando el coro que acababan de escuchar, ante la aterrada mirada de la policía austriaca que trataba de conjurar el conato de revuelta que producía la premier de la ópera.

Por supuesto este acto lanzó a Verdi a las grandes ligas como Gran Compositor, y al pueblo italiano, a la búsqueda de su libertad.

Y al tiempo que se daba la unificación del Reino de Italia, Verdi componía 26 óperas más para completar su repertorio antes de morir en 1900, justo el año en el que se produjo una enorme migración de italianos hacia los Estados Unidos, inundando las calles del puerto de Nueva York. Algunos trabajando en el cargue y descargue de los buques, en tanto que otros, desempleados y hambrientos, comenzaron a idearse la forma de hacer dinero sin trabajar usando la extorsión a comerciantes, con el propósito de  compartir con ellos sus ganancias.

Fenómeno que inició con el uso de métodos violentos, específicamente el de la «intimidación», respaldado con ese sello de «mafia», que les otorgaba una especie de «respeto» frente a los demás, por haber sido esa «organización» la causante de la liberación de su país.

Chicos italianos muy jóvenes, imberbes aún, arribaron a Nueva York con el sueño americano en sus alforjas. Pero más demoraban en pisar tierra americana que en ser «convertidos» y adiestrados para  acosar, amenazar y agredir a comerciantes. Claro está, respaldados por grupos de adultos organizados, a quienes comenzaron lustrándoles sus zapatos, y muy pronto, asesinando en su nombre.

Y lo que comenzó con simples extorsiones, rápidamente se transformó en una especie de «control total del puerto» y de las mercaderías que salían y entraban del y hacia él.

De allí surgieron nombres como los de Salvatore Lucania, más conocido como Charles «Lucky» Luciano, Joe Massería, Salvatore Maranzano, Joe Bonanno, Vito Genovesse, Carlo Gambino, Frank Costello, Albert Anastasia, Carlos Marcello, Tommy Lucchese, Mayer Lansky, Bugsy Siegel y Carmine Galante entre otros, casi todos provenientes de la provincia de Corleone en Sicilia. Y por supuesto, Al Capone, el ganster local, a quien no le correspondió el control de los puertos, porque ya tenían dueño, sino el de los licores de contrabando y el de los casinos y casas de prostitución en Chicago. Y a su lado Tony Joe Accardo, más conocido como «Joe Batters» por haberse especializado en «intimidar» o deshacerse de sus enemigos a punta de bate, del que se decía que no había en los Yankees de Nueva York mejor bateador que él. Bate del que fueron testigos de su contundencia muchos de los bares y casas de juego que se negaban a recibir la «protección» de su jefe Al Capone.

Ya en los años treintas, terminada la «prohibición», y cuando discurrían por Europa los primeros vientos de guerra, no tuvieron problema los mafiosos en «renovarse» y crear «nuevos emprendimientos» como el de ejercer control sobre las obras públicas, en donde entraron en acción otros grupos de gansters que viendo en el New Deal de Roosevelt la oportunidad de participar en sus contratos, comenzaron a pedir «contribuciones» por cada camión de concreto que se vaciara sobre las vías. Negocio que tuvo su mayor auge en manos de Vito Genovese, quien usando el mismo método de Capone, la «intimidación», obligaba a los contratistas a hacer su contribución, so pena de ser mezclados con el concreto para luego ser vaciados en las vías públicas. Así que cuando viajes en vehículo por las calles de Nueva York, ten cuidado de no revictimizar a los contratistas que las construyeron.

Y como era de esperarse, los vientos de guerra soplaron fuerte en Europa, prendiendo la Segunda Guerra Mundial, dando lugar al nuevo «emprendimiento» de los mafiosos, quienes rápidamente se movieron y vieron la oportunidad de controlar los «bonos de alimentación» destinados a los civiles no combatientes, convirtiéndolos en auténtica moneda de cambio en tiempos de guerra, además de provocar burlas en el «líder nazi» que decía que «cómo podrán los americanos afrontar una guerra si ni siquiera eran capaces de controlar a unos delincuentes que se hacían llamar gansters».

Terminó la guerra dando paso a la guerra fría, y con ella todos los ojos puestos en el fantasma del comunismo. Situación que nuevamente iluminó la creatividad de los «mafiosos», quienes viendo que eran los comunistas el centro de atención mundial y no ellos, decidieron entonces penetrar la política. Y para lograrlo, dos viejos zorros de la mafia, Santo Trafficante y Sam Giancana escogieron nada más ni nada menos que al «Viejo Joe» o Joseph Kennedy, antiguo contrabandista y socio suyo, quien después de ver legalizado su negocio de venta de licores con el levantamiento de la prohibición, encontró la forma de cumplir su frustrado sueño de ser presidente, sentando a su hijo John en la silla que a él se le negó. Y lo logró, pero no a un bajo precio, porque una vez posesionado éste, fue su hermano «Bobby», ahora fiscal general, quien se encargaría de perseguir a la mafia de Chicago, en contravía de las promesas hechas por su padre a sus ex socios mafiosos que le recordaban incesantemente que sin ellos no habría sido posible que su hijo John llegara a la presidencia, gracias a sus métodos «persuasivos» consistentes en pasar de comercio en comercio recordándole a sus propietarios que debían votar por John Kennedy a cambio de «brindarles protección» a ellos y a sus negocios. Razones de sobra para que «el viejo Joe» calmara a sus dos hijos, especialmente a Bobby. Cosa que no hizo, olvidándose de que el que entra en la mafia no sale de ella jamás, dando lugar a la famosa frase de Jacky Kennedy cuando mataron a su cuñado Bobby cinco años después que a su marido: «alguien allá arriba no nos quiere», dijo Jackie, pero se equivocaba porque lo cierto era que Dios sí los quería, pero la mafia no.

Después de los dos «magnicidios», la mafia debió «reinventarse» nuevamente, y no le faltó creatividad, porque luego de haber dejado en tierra a un presidente y a un candidato presidencial como retaliación a la traición de «uno de los suyos», decidió incursionar en la comercialización de un polvo blanco, que hasta Sigmund Freud usó y recomendó en sus mejores momentos de investigación, procurando el cambio de paradigma, no sin resistencia de algunos de los clanes mafiosos, que hasta ahora sólo se habían dedicado al contrabando, al chantaje, a la intimadación, a la extorsión, al juego y a la prostitución, pero jamás a las drogas. Paradigma que para ser impuesto, nuevamente requirió de la «intimidación», pero a sus propios miembros, dejando en el camino a mafiosos de la talla de Salvatore Maranzano, Albert Anastasia, Joe Bonanno y Paul Castellano, éste último a manos del nuevo Don de la mafia John Gotti, quien a partir de ahora se convertía en la cabeza del «Clan Gambino» y dejaría atrás todas esas viejas prácticas de conseguir dinero, para dar el «gran salto» al exclusivo mundo del tráfico de drogas que Carmine Galante había empezado años atrás.

Años más tarde caería en Estados Unidos el «capo di tutti capi» John Gotti, y en Sicilia, Salvatore «Totó» Riina. Pero se equivocaba quien creía que sería el fin de la mafia, pues lo único que estaba desapareciendo era la «Cosa Nostra», gracias a que ésta ya había sido  desvelada desde sus tuétanos por soplones como Joe Balachi en 1962,  y por el infiltrado Joe Pistone o Donnie Brasco, y luego por Henry Hill en los ochentas y Sammy «El Toro» Gravanno en los noventas, quienes serían los encargados de hacer trizas esa «omertá» o pacto de silencio que constituyó el más preciado patrimonio de la mafia siciliana desde sus inicios, y que sirvió de inspiración a escritores como Mario Puzo para la creación de El Padrino, y a Hollywood para la producción de películas como The French Connections, Bugsy, Casino y Buenos Muchachos. Todas ellas, magistrales producciones que describen con extrema crudeza los métodos mafiosos de la «Cosa Nostra», cimentados todos en una única constante: la «intimidación», que en nada difiere del método usado por los líderes mundiales de hoy, quienes, en cambio de extinguirla, se contagiaron de ella para adoptarla como propia.

Y sería Nicolae Ceaucescu el primer legatario de esa «intimidación» en Rumania, quien luego de pagar la deuda externa de su país, decidió rechazar «la ayuda» del Fondo Monetario Internacional. Contumacia que le significaría su condena a muerte junto con su esposa, y la destrucción de su país a niveles que hoy no ha sido posible recuperar.

Misma suerte que corrieron Irak, Siria y Libia, y que hoy corre Venezuela, de la que tampoco queda duda de que está siendo azotada con el bate de «Joe Batters», por haberse liberado de su deuda externa en 2007, y haber rechazado nuevamente «la ayuda» del FMI. Bate que, arrogantemente, ha sido usado por EEUU, por décadas, en contra de quienes se nieguen a «aceptar su ayuda», y que tienen levantado en contra de sus aliados de la Unión Europea que osen comprar el gas natural ruso conducido por el Nord Stream 2; y de la India e Irán, por permitirle a China extender su «Nueva Ruta de la Seda» que, una vez culminada, pondrá en serios aprietos su economía.

Dos auténticas puñaladas a la economía americana, que han tratado de esquivar mediante el uso del método de Al Capone, «la intimidación», traducida en repartir sanciones a diestra y a siniestra al modo de «Joe Batters» con su bate, dejando claro que la derrota de la Cosa Nostra, en cambio de arrojar una experiencia, lo que hizo fue dejar un siniestro legado, que lejos de querer ser extinguido está siendo usado para controlar y someter ya no a una ciudad o a un país como lo hicieron sus mafiosos antecesores sicilianos, sino a toda la humanidad que inocentemente cree que la mafia ha muerto.

Y ahora será el turno de Bielorrusia, cuyo presidente, muy amigo de Rusia, desafiantemente acabó de declarar públicamente que su país no hará uso de préstamos provenientes del FMI. Declaración que sin duda constituye un auténtico suicidio si se mira por el espejo retrovisor.

Y frente a la nueva coyuntura mundial de una China en expansión y de un virus letal, bien le viene a EEUU blandir nuevamente el bate de las sanciones, porque esto de aprovechar las grandes crisis para consolidar posiciones geopolíticas y de poder, no es creatividad de los filántropos modernos, sino los métodos copiados de los mafiosos del siglo XX, especialmente de Al Capone y de su lugarteniente Joe «Batter» Accardo.

Porque ni para intimidar han tenido creatividad, sino todo lo contrario,  ya que se han puesto en evidencia cada vez que ejecutaron un acto cruel, como el perpetrado por Obama sobre el líder libio Muamar Gadafi, cuando Hillary Clinton al verlo morir en vivo y en directo, literalmente a punta de bate, soltó la expresión «vine, vi… y murió…» en medio de una sádica carcajada que ni El Cid Campeador se atrevió a soltar cuando la pronunció, dejando en evidencia que para conseguir un fin no hace falta más que «un buen bate» como el usado por Al Capone, que, viéndolo bien, no debería ser tenido como una vergüenza nacional, sino como todo un prócer que aportó «el bate» como «método de intimidación» para hacer grande a su país.

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