El invitado

Publicado el castor131

Televisión

Hace poco hablaba con unos amigos sobre la transmisión del concierto de Paul McCartney. Ellos decían que no había diferencia entra la transmisión del evento y el evento. Es decir, no importa si estás sintiendo el sudor de Paul McCartney o el de tu abuela a tu lado, mientras le limpias los cayos y ves a Paul McCartney a través de una pantalla de 20 pulgadas (o menos, nunca más).
Lo siento, no estoy de acuerdo. Son productos culturales totalmente distintos. En ese momento yo daba razones políticas. Seguramente la gente que vio el concierto por televisión no dijo “Tengo 500.000 pesos para ir al concierto, pero la verdad me agradaría más verlo desde mi casa”. Estoy seguro de que esto no pasó en ningún caso.
Y, sobre todo, porque la transmisión pretendía ser una reproducción fiel del concierto. Se grababa todo tal y como pasaba. El encanto de la televisión, queridos amigos y queridos espectadores del espectador, es el contenido extra. Esa chispa de encanto. Los golpes, la improvisación, la estupidez. Esto es lo que vale de la televisión en vivo, que no es una reproducción fiel de lo que pasa en un evento, sino una construcción llena de personajes que la gente que está allí, presenciando el evento, no puede ver. La televisión muestra el evento, pero lo saca de su historia, lo pone en otro lado.
Como la presentación de Canal Capital fue un intento de reproducción completa, no podemos decir que aquí haya un cierto tipo de valor agregado. En vez de ello, se le quitó la magia que llamo televisión.
Por ello, y lo digo con toda honestidad, vale la pena ver Rock al Parque por el televisor. Hay aquí un valor distinto. Algo más. Estos tipos logran sacar al festival de la línea temporal a la que pertenece, casi irremediablemente. El video que puse arriba es clara muestra de ello. Es una entrevista a Sangre Picha.
La muchacha que entrevista no sabe nada de rock y lo acepta. Mira a la cámara constantemente. No es tan bonita, pero igual convence a la gente para que se la crea. La mirada convence. La mirada hace que uno no ponga atención a nada más.
El otro presentador es peor. Con las gafas pretende hacernos creer que conoce de rock. Pero el saludo inicial es de recreacionista de CAFAM. En cualquier momento podría empezar a hacer un juego de integración en el que se involucren palmas y canciones. Sin embargo, el signo fatídico de su personalidad es cuando en verdad presenta al grupo. Dice “yo me sé los nombres de todos de memoria” y a continuación lee en una hoja. Las gafas no engañan a nadie muchachón. Sabemos que estás leyendo y que los nombres de los integrantes de Sangre Picha no significan nada para ti.
El nombre es olvidado y tiene que ser recordado. ¿Qué significa esto? De nuevo, lo que nos encanta, aquí el rock no importa. Es rock sin rock. Por eso vale la pena ver el programa.
De por sí a nadie le importan los nombres de los integrantes de Sangre Picha. Pero, en un giro dramático, al presentador le importan aún menos en un momento donde todos nos ponemos de acuerdo para que nos importen. El nombre se pierde. Es una cosa vacía de sentido.
Tras el toldo de canal capital está el escenario. Una banda toca. Todo es demasiado extraño. Nos movemos entre la música y otro ruido que zumba e hipnotiza.

Hace poco hablaba con unos amigos sobre la transmisión del concierto de Paul McCartney. Ellos decían que no había diferencia entra la transmisión del evento y el evento. Es decir, no importa si estás sintiendo el sudor de Paul McCartney o el de tu abuela a tu lado, mientras le limpias los cayos y ves a Paul McCartney a través de una pantalla de 20 pulgadas (o menos, nunca más).

Lo siento, no estoy de acuerdo. Son productos culturales totalmente distintos. En ese momento yo daba razones políticas. Seguramente la gente que vio el concierto por televisión no dijo “Tengo 500.000 pesos para ir al concierto, pero la verdad me agradaría más verlo desde mi casa”. Estoy seguro de que esto no pasó en ningún caso.

Y, sobre todo, porque la transmisión pretendía ser una reproducción fiel del concierto. Se grababa todo tal y como pasaba. El encanto de la televisión, queridos amigos y queridos espectadores del espectador, es el contenido extra. Esa chispa de encanto. Los golpes, la improvisación, la estupidez. Esto es lo que vale de la televisión en vivo, que no es una reproducción fiel de lo que pasa en un evento, sino una construcción llena de personajes que la gente que está allí, presenciando el evento, no puede ver. La televisión muestra el evento, pero lo saca de su historia, lo pone en otro lado.

Como la presentación de Canal Capital fue un intento de reproducción completa, no podemos decir que aquí haya un cierto tipo de valor agregado. En vez de ello, se le quitó la magia que llamo televisión.

Por ello, y lo digo con toda honestidad, vale la pena ver Rock al Parque por el televisor. Hay aquí un valor distinto. Algo más. Estos tipos logran sacar al festival de la línea temporal a la que pertenece, casi irremediablemente. El video que puse arriba es clara muestra de ello. Es una entrevista a Sangre Picha.

La muchacha que entrevista no sabe nada de rock y lo acepta. Mira a la cámara constantemente. No es tan bonita, pero igual convence a la gente para que se la crea. La mirada y el moño medio-aternativo convence. La mirada hace que uno no ponga atención a nada más.

El otro presentador es peor. Con las gafas pretende hacernos creer que conoce de rock. Pero el saludo inicial es de recreacionista de CAFAM. En cualquier momento podría empezar a hacer un juego de integración en el que se involucren palmas y canciones. Sin embargo, el signo fatídico de su personalidad es cuando en verdad presenta al grupo. Dice “yo me sé los nombres de todos de memoria” y a continuación lee en una hoja. Las gafas no engañan a nadie muchachón. Sabemos que estás leyendo y que los nombres de los integrantes de Sangre Picha no significan nada para ti.

El nombre es olvidado y tiene que ser recordado. ¿Qué significa esto? De nuevo, lo que nos encanta, aquí el rock no importa. Es rock sin rock. Por eso vale la pena ver el programa.

De por sí a nadie le importan los nombres de los integrantes de Sangre Picha. Pero, en un giro dramático, al presentador le importan aún menos en un momento donde todos nos ponemos de acuerdo para que nos importen. El nombre se pierde. Es una cosa vacía de sentido.

Tras el toldo de canal capital está el escenario. Una banda toca. Todo es demasiado extraño. Nos movemos entre la música y otro ruido que zumba e hipnotiza.

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