Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

Sobre el robo de equipajes en los aeropuertos

El pasado 15 de mayo, con sus 77 años a cuestas y ayudándose de una silla de ruedas para movilizarse, Lucila Orozco abordó el vuelo 1558 de la aerolínea Jetblue desde Bogotá a Fort Lauderdale, con posterior conexión a San Francisco.
Iba junto con su esposo, de 83 años, y llevaban en sus maletas una mínima parte de ropa. De resto, cargaban regalos por decenas que les habían encargado sus familiares. Pero sobre todo llevaban comida: bocadillos de guayaba, café, manjar blanco, arequipe, cortados de leche. Lo típico que todo colombiano nostálgico extraña y encarga cuando se encuentra fuera del país.
Habían aforado esos dulces en el equipaje, y en su mano llevaban apenas un par de arequipes que no les habían cabido. Con el absurdo eterno de todos los personajes de seguridad que «decomisan» los arequipes por tratarse de «material peligroso», en la policía migratoria les decomisaron los dulces de leche. No pudieron devolverlos a sus familiares en Colombia ni regalarlos al personal de las empresas de aviación que se ofrecieron a recibirlos.
No: la Policía aseguró que estaban decomisados y eran de su propiedad. O más bien, ellos, al final del día, se repartirían entre todos ese peligroso material radioactivo de arequipes de alta peligrosidad, amparados por esas absurdas normas antiterroristas que impuso Estados Unidos y que medio mundo ejecuta ciegamente a sabiendas de que ni un cortauñas de 2.000 pesos ni un arequipe olido y descartado por un perro y llevado por una señora con dificultades de movilidad va a ser peligroso.
Pero en el absurdo del antiterrorismo que tanto dinero genera en empresas de seguridad y vigilancia, y que tanto miedo adicional genera en un gobierno que ejerce su poder a través del temor de su sociedad, pensar lo contrario también es terrorismo.
Eel tema es que mientras tanto, como lo descubrieron horas después, el equipaje enviado por bodega, con los dulces para su familia, también fue saqueado. Seis paquetes de bocadillos guardados en una caja fueron sacados por otro nostálgico ladrón de dulces colombianos, que prefirió hurtarlos a comprarlos.
La jefe de prensa de la Universidad Central, María Antonia León, recuerda que en un viaje a Buenos Aires le descuartizaron la maleta y los bocadillos que llevaba. María Fernanda Quintero, de Jobboom, vio cuando a un pasajero le sacaron varios Bom Bom Bum y los estrellaron contra la pared para ver si venían llenos de droga, y luego, cuando ella envió por FedEx un grupo de cocadas a sus familiares, fue imposible que se los comieran porque fuer totalmente chuzado y destrozado por las invisibles autoridades que atacan la droga que quizás ellos mismos consumen en la calma de sus hogares.
El venezolano Carlos Beltrán ha visto cómo le saquean su jamón endiablado, le perforan las harinas PAN, y cómo, en su último viaje, le querían quitar los chocolates comprados en el Duty Free. «Todo depende de quien esté y de qué genio esté», replica su amigo Rodolfo Ogliastri, de la Fundación Universidad Central.
Pero la conclusión a lo que sucede, a ese ataque a la dignidad tan brutal al que son sometidos personas de esa edad y de todas las edades, a esas requisas y apertura de las pertenencias y demás, la ofrece la colombiana radicada en Estados Unidos Claudia Mar Ruiz: «Los atentados ‘terroristas’ sirvieron para crear un estado de terror. Los productos y las personas son considerados una TOTAL amenaza. Los que planearon esta tragedia (a partir del 11 de septiembre de 2001) lograron su objetivo: se perdió la dignidad del ser humano y el valor de las cosas. Además de ahondar la crisis como una sociedad sostenible, todo se ha encarecido y los que se están quedando con los bienes y ahorros son los bancos y una pequeña élite».
Es eso: bajo el disfraz de una seguridad absurda (porque es absurdo que a esas requisas de zapatos y de sillas de ruedas de desvalidos, de portátiles y de bombombunes las llamen controles de seguridad) se ultraja al ser humano mientras las grandes tragedias de la humanidad actual siguen sin control alguno. Si tanto les preocupan las drogas, controlen sus mercados internos o legalícenla o regúlenla; si tanto les preocupan la seguridad, dejen de atacar económicamente países emprobrecidos cuyo sentimiento de odio no puede sino crecer. Si de verdad quieren impedir que algo malo ocurra en sus países, detengan a los empresarios que desfalcan las arcas de los países con sus negocios sucios. No a una señora con bocadillos y arequipes para sus familiares.

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