Alejandro Martínez*

Mafalda, Greta y Francisco se encontraron a la salida de Usme, al sur de Bogotá, para ir al páramo de Sumapaz. Greta, silenciosa y nórdica; Francisco, parlanchín y colombiano; Mafalda, una extraña mezcla de ambos, reflexiva, mordaz y argentina. Querían conversar con el frailejón Ernesto Pérez para preguntarle un asunto extremadamente serio e importante para toda la humanidad. Los tres, alegremente pensativos, en la distancia parecían apenas granos de arena y, cuando les pegaba el sol de la tarde en el impermeable amarillo, eran tres chispitas diminutas apenas perceptibles adentrándose en Fugunzua, como le decían los niños, las niñas y los adolescentes de los pueblos originarios a este lugar sagrado antes de la colonización.

Entrar en el que es quizás el páramo más importante del mundo los iba cubriendo de un misterio y un silencio profundos, que sumados al cansancio los hacía ver frágiles, casi vencidos. Greta parecía indignada, Francisco bromeaba y Mafalda pensaba y levantaba un dedo de vez en cuando, queriendo soltar una de esas frases que son como un rayo o una palmada sobre la mesa. “¡Sí a la democracia, sí a la justicia, sí a la libertad, sí a la vida!”, repetía una y otra vez, mientras se iban adentrando en la niebla y el frío aumentaba.

“Es tan sencillo”, decía Francisco. “Pero no quieren ver”, aclaraba Greta. “No pueden”, lamentaba Mafalda. “¿Qué podemos hacer los niños, niñas y adolescentes si no ven, o no quieren, o no pueden, o no entienden?”. Si no escuchan lo que Francisco el viejito llama el grito de los pobres y de la tierra, el crujir de nuestra casa y las sirenas de emergencia que anuncian sufrimientos para la humanidad y para lo que no es humanidad, ¿qué podemos hacer?, repetía y repetía Greta.

Cuando se encontraron finalmente con Ernesto Frailejón después de los saludos, las bromas, las risas, las canciones, los dibujos, los títeres y la bebida caliente, se sentaron como formado una Cruz del Sur. Muy decididos y sin esperar más, le preguntaron a Ernesto Frailejón: “¿Qué hay que hacer?”

Ernesto Frailejón les digo que Mafalda lo tiene muy claro desde hace años; que democracia, justicia, libertad y vida son cuatro hermanas que representan los más profundos y honrados anhelos de los seres humanos. A estas aspiraciones de la humanidad, como a la brasa más pequeñita del fogón, hay que cuidarlas y alimentarlas para que no se apaguen del todo. Dijo también que esas cuatro palabras necesitan hoy una nueva manera de decirse, y que esa era nuestra tarea: darles color y movimiento. Además, insistió en que faltaba una palabra clave, sostenibilidad, y que el papel de los niños, niñas y adolescentes es tan urgente como importante; que, si nos movemos rápido, muchas cosas van a cambiar para el bien de nosotros y nosotras, y de todo el planeta azul.

Entonces cada uno grabó en una piedra como una runa antigua la palabra que más le gustaba: justicia, libertad, democracia, vida y sostenibilidad. Comenzaron a jugar con las palabras como les gusta, las movían una y otra vez, hasta que las dejaron en la misma forma en que estaban sentados: como haciendo una constelación. Luego acordaron dormir bien, alimentarse bien, porque hay un camino por retomar que no se puede aplazar más. Se durmieron viendo sus piedras como estrellas que señalan un camino secreto al Sur.

Entonces, se preguntaban: ¿Qué vamos a pedirles a los adultos? Pues, con ellos y ellas, tenemos que confiar en que el niño y la niña responsable que tienen adentro los llamen. Quizás escuchen, se entusiasmen y despierten. Nosotros y nosotras tenemos una tarea propia, un lugar propio y una manera propia de hacer, no podemos esperar a que ellos se despeguen de sus pantallas, preocupaciones y problemas. ¡Nosotros y nosotras debemos hacer algo ya! La vida misma que nos trajo aquí nos necesita hoy, y nosotros necesitamos de ella para vivir, desarrollarnos y participar.

Lo primero y lo más importante es encontrarse con otros y otras en el propósito de ayudar a sostener la vida y sus hermanas. Hacer un grupo, un club, un comité, una asociación, un clan, una bandada, en fin, una manada…una comunidad, para mantener las piedras del fogón de la vida apoyándose, fortaleciéndose, divirtiéndose, alegrándose y cuidándose mutuamente.

Después, hay que hacer un plan, un mapa de la ruta para la contribución de los niños, niñas y adolescentes en la sostenibilidad de la vida propia y la de sus hermanas Justicia, Libertad y Democracia. Ese plan puede tener tres momentos: Ver, Discernir y Actuar. Ver lo que está enfermando el planeta, sin juzgar, entendiendo, comprendiendo y ayudando a saber qué lo está dañando, y cómo afecta eso a la humanidad. Discernir, o sea, una vez puesto el propósito de sostener la vida y sus hermanas en el centro, distinguir qué contribuye a ese propósito y qué lo afecta negativamente. Y luego, desde esa comprensión, pasar al tercer momento: Actuar lo posible con alegría, entrega y esperanza; hacer desde el propósito y la comprensión de que lo que está pasando es crucial.

Repasemos: 1. Hacer grupo-comunidad 2. Ver-discernir-actuar en la sostenibilidad de la vida. ¿Qué más falta? Falta algo casi igual de importante: 3. Aprender de lo que hacemos y contar la buena noticia. “Sí”, dijo Greta. “¡De una!”, dijo Francisco. “Como siempre, cuando uno pone las manos en la tierra se acaba la distracción”, dijo Mafalda. Y se comprometieron a difundir y actuar, confiados en la capacidad y voluntad de los niños, niñas y adolescentes, así como de la gente comprometida que los acompaña.

Muchos niños, niñas y adolescentes están decididos y están actuando para no dejar que se muera la casa donde ellos habitan; quieren que no se envenene más el aire, ni el agua, quieren que no se extingan más especies, quieren que el cambio climático no provoque tremendos sufrimientos al planeta y a la gente; quieren que la vida se sostenga. A veces no saben qué hacer, ni cómo, por eso hoy dejamos este mapa al alcance de todos y todas.

Esta ruta queda como una señal secreta que se puede leer mirando al Sur. Como diría El Principito: sólo podrá verse con el corazón, porque “lo esencial es invisible a los ojos”.

Profesor de la Universidad Externado de Colombia.

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