Parsimonia

Publicado el Jarne

Bogotá

Esta ciudad encaramada en los cielos y carente de todo tipo de organización, lejos de mi querido chupadero madrileño, me recuerda cada día más a la ciudad del Manzanares. Es grande, anárquica -con el perdón de los anarquistas, los que deberán de leer desorganizada-, dura, fría y gris, pero tiene algo que me recuerda a Madrid que no sabría explicar. Este recuerdo, que no he vivido pero que tengo, me lleva a ese ciudad de los 70 que he visto en algunas fotos y que todavía se puede saborear en forma de polución y la falta de estrellas.

Bogotá

Pero volvamos a esta orilla del Atlántico. Bogotá es una ciudad caótica. Una urbe donde los taxistas corren como locos y donde cualquier carrera es una competición de automovilismo. Los semáforos son inventos modernos y estrafalarios, las señales están puestas para tranquilizar a los extranjeros y los intermitentes son el objeto más inútil que pueda llevar un carro. Los autobuses paran en cualquier lado y el paso de cebra es un mito equiparable a El Dorado: todo el mundo ha oído hablar de él, pero nadie sabe dónde está. Por cierto, Cayetano de Alba se encontraría en su salsa si condujera por aquí; los baches son de tal altura y te hacen saltar de tal forma que parece que estés en un concurso de hípica. Se salva el Trasmilenio, aunque últimamente a los bogotanos no les hace mucha gracia.

También es una ciudad llena de crápulas y con una gran vida nocturna. Como en Madrid, siempre hay un sitio donde perder la cabeza y darse a la rumba. También tiene sus garitos cavernosos y profundos. Ya se sabe que hay muchas puertas al infierno, y esta ciudad también tiene su entrada a este sitio tan afrodisíaco con llamas y carne. Los pecados son siempre los mismos y en Colombia esto no iba a ser una excepción.

Las Aguas. Lago para perros, palomas y coches.
Las Aguas. Lago para perros, palomas, coches y busetas.

Y es una ciudad fea. Por lo que he visto por ahora, salvo Usaquén, La Candelaria y alguna parte desconocida para mí, no es una ciudad muy bonita. En la misma calle se pueden ver suntuosas mansiones y las casas más pobres que uno se puede echar a la cara. El lujo, el poco que he visto, me recuerda al GTA Vice City. Es una especie de Miami en pequeño, pero más cutre, donde los bogotanos desfilan delante de sí mismos para revindicarse ante la sociedad. Aún así, hay que tener cuidado con las afirmaciones categóricas porque nunca podré conocer completamente esta ciudad. Un taxista me dijo que llevaba 10 años recorriéndola y todavía había ocasiones en las que desconocía adónde iba, así que como para conocerla yo en 4 meses.

¿Tienes fobia a los uniformes? Ni se te ocurra venir aquí. Entre tanto policía, militar y guardia de seguridad te puede dar algo. Andas dos o tres metros y ya te encuentras a algún representante de la ley. Al principio, es un sensación muy rara porque parece una gigantesca cárcel. Después, te acostumbras y tras dos muertos y un coche bomba desactivado cerca de tu casa, entiendes por qué hay tanto uniformado. Cada uno lleva su marcha y mientras no hagas nada mal, no pasa nada. Tú con tus vicios, con tus libros o con tu chica. No des problemas y no tendrás ningún lío.

Y lo que salva a esta ciudad es su gente. Cálida, irónica y socarrona, se ha acostumbrado a vivir con lo que hay y con lo que tienen. A pocos les falta una sonrisa en la boca. Y sus mujeres, porque aquí los curas se pensarían mucho el voto de castidad si vivieran en Bogotá. Incitan a mirar, a girar la cabeza, romper el cuello y buscar cualquier excusa para hablarles.

La salvación de esta ciudad: su gente.
La salvación de esta ciudad: su gente.

P.D: Me encanta Bogotá.

Esta ciudad encaramada en los cielos y carente de todo tipo de organización, lejos de mi querido chupadero madrileño, me recuerda cada día más a la ciudad del Manzanares. Es grande, anárquica -con el perdón de los anarquistas, los que deberán de leer desorganizada-, dura, fría y gris, pero tiene algo que me recuerda a Madrid que no sabría explicar. Este recuerdo, que no he vivido pero que tengo, me lleva a ese ciudad de los 70 que he visto en algunas fotos y que todavía se puede saborear en forma de polución y la falta de estrellas.
Pero volvamos a esta orilla del Atlántico. Bogotá es una ciudad caótica. Una urbe donde los taxistas corren como locos y donde cualquier carrera es una competición de automovilismo. Los semáforos son inventos modernos y estrafalarios, las señales están puestas para tranquilizar a los extranjeros y los intermitentes son el objeto más inútil que pueda llevar un carro. Los autobuses paran en cualquier lado y el paso de cebra es un mito equiparable a El Dorado: todo el mundo ha oído hablar de él pero nadie sabe dónde está. Por cierto, Cayetano de Alba se encontraría en su salsa si condujera por aquí; los baches son de tal altura y te hacen saltar de tal forma que parece que estés en un concurso de hípica. Se salva el Trasmilenio, una especie de metro pero en forma de autobús que merece exportarse.
También es una ciudad llena de crápulas y con una gran vida nocturna. Como en Madrid, siempre hay un sitio donde perder la cabeza y darse a la rumba. También tiene sus garitos cavernosos y profundos. Ya se sabe que hay muchas puertas al infierno, y esta ciudad, también tiene su entrada a este sitio tan afrodisíaco con llamas y carne. Los pecados son siempre los mismos y en Colombia esto no iba a ser una excepción. Y gracias a la globalización yankee y europea, no ponen en todos los sitios reggaeton, sino que hay garitos de rock muy recomendables. Amo la civilización occidental y su dominio del mundo contemporáneo.
Y es una ciudad fea. Por lo que he visto por ahora, salvo Usaquén, La Candelaria y alguna parte desconocida para mí, no es una ciudad muy bonita. En la misma calle se pueden ver suntuosas mansiones y las casas más pobres que uno se puede echar a la cara. El lujo, el poco que he visto, me recuerda al GTA Vice City. Es una especie de Miami en pequeño, pero más cutre, donde los bogotanos desfilan delante de sí mismos para revindicarse ante la sociedad. Aún así, hay que tener cuidado con las afirmaciones categóricas porque nunca podré conocer completamente esta ciudad. Un taxista me dijo que llevaba 10 años currando y todavía había ocasiones en las que desconocía adónde iba, así que como para conocerla yo en 4 meses.
¿Tienes fobia a los uniformes? Ni se te ocurra venir aquí. Entre tanto policía, militar y guardia de seguridad te puede dar algo. Andas dos o tres metros y ya te encuentras a un uniformado. Al principio, es un sensación muy rara porque parece una gigantesca cárcel. Después, te acostumbras. Cada uno lleva su marcha y mientras no hagas el mal, no pasa nada. Tú con tus vicios, con tus libros o con tu chica. No des problemas y no tendrás ningún lío.
Y lo que salva a esta ciudad de mi ira hispánica: su gente. Cálida, irónica y socarrona, se ha acostumbrado a vivir con lo que hay y con lo que tienen. A pocos les falta una sonrisa en la boca. Y sus mujeres, porque los curas se pensarían mucho el voto de castidad si vivieran aquí. Incitan a mirar, a girar la cabeza, romper el cuello y a buscar el placer debajo de su falda.

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