Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Revisitando «Apuntes parlamentarios», de Víctor Márquez Reviriego

Uno de los géneros periodísticos más difíciles, más arriesgados y más comprometidos es la crónica parlamentaria.

Lo de arriesgado y comprometido se entiende enseguida, pienso yo, puesto que la tarea a desempeñar fatalmente será puesta bajo la lupa por los parlamentarios mismos y por sus grupos de presión, que no siempre estarán conformes con la versión del periodista, por muy equilibrado e imparcial que el periodista sea. Y ya sabemos que ni los políticos ni sus grupos de presión son ángeles de bondad que ponen la mejilla izquierda cuando los golpean en la derecha: muchos huesos rotos de periodistas, y las facturas de traumatólogos que los atendieron, documentan de manera fehaciente de lo que digo, y no precisamente en regímenes autoritarios, por la sencilla razón de que en los regímenes autoritarios la crónica parlamentaria brilla por su ausencia.

Pero quizás no se entienda tan bien ni tan directamente lo de por qué es difícil la crónica parlamentaria, y el lector irónico hasta puede pensar si ello no se deberá a que existen muy pocas democracias que les permitan a los periodistas cronicarlas.

No. No es por eso. Es, sencillamente, porque la crónica parlamentaria configura un aspecto inalienable del propio funcionamiento de la democracia y de uno de sus tres órganos esenciales: el cuerpo legislativo.

El cronista que ejerce su labor a conciencia está concienciando al público lector, y ese lector es el elector de los parlamentarios, de tal manera que la tarea del cronista no es sólo informativa sino también más, aunque parezca menos: también es formativa, formativa  de opinión. Por muy imparcial y equilibrado que quiera ser (además de que debe serlo), el cronista siempre dejará ver la oreja detrás de su texto: incluso inconscientemente. Y eso no es malo cuando el público lector conoce al periodista que informa.

Recuerdo que siendo joven le pregunté al que había sido cabeza del partido socialista de mi ciudad antes de la guerra civil, y que logró salvar la vida de milagro, le pregunté, digo, y muy extrañado, cómo era que su lectura periodística diaria se reducía a las páginas del ABC, un diario monárquico, conservador y retrógrado. Su respuesta fue iluminadora: “Amigo Bada –me dijo–, del enemigo el consejo”.

Regreso ahora a la crónica parlamentaria para decirles que en España han tenido la gran suerte de contar con tres formidables plumas a la hora de registrar lo que pasaba en el congreso de sus diputados, cuando sus diputados funcionaban en regímenes tipo Westminster y no Gestapo ni Pinochet.

El primero de esos tres formidables periodistas es un maestro del idioma: Azorín.

El segundo es uno de los humoristas más finos que ha dado el idioma: Wenceslao Fernández Flores.

Y el tercero es un periodista genio y figura hasta la sepultura, que le deseo para dentro de muchísimos años, pues felizmente vive todavía: se llama Víctor Márquez Reviriego y me enorgullezco de ser su amigo desde que ambos iniciamos esta carrera azarosa del periodismo, allá por los años sesentas en la ciudad de Huelva, “lejana y rosa”, como la entomologó nuestro común paisano Juan Ramón Jiménez.

En las más de 800 páginas de sus Apuntes parlamentarios, se recogen sus crónicas desde mediados de 1977 hasta 1980 y la sesión del asalto al congreso, en febrero de 1981, por un teniente coronel de la Guardia Civil que todavía no lograba asumir que el inferiocre general Franco se había mudado al infierno cinco años, tres meses y tres días antes.

Quienes me conocen, saben que no estoy haciendo aquí el elogio de un amigo por ser un amigo, sino por ser uno de los grandes del periodismo español contemporáneo. Ni siquiera las 188 erratas que contabilicé en ese libro suyo son capaces de borrar una impresión que sigue persistiendo, insistente, años después de su lectura: el que la democracia se implantase en España, al cabo de casi cuarenta años de franquismo, se debió no sólo a los políticos como Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo, quienes supieron ver con claridad cuál era la lectura histórica del momento en que vivían.

Los periodistas, y con ellos Víctor Márquez Reviriego destacado en el grupo de cabeza,  fueron una baza importante en esa partida. Y por ser así como lo pienso, tampoco me parece una casualidad que ese libro que recoge sus crónicas fuera editado por el Congreso de los Diputados españoles. A tal señor, tal honor.

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