El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

PARÍS ARDE

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Todos hemos escuchado en algún momento de nuestras vidas hablar de Paris, me refiero al hijo del rey Príamo y de la reina Hécuba, criado por Agelao que le evitó la muerte violenta que habían decretado sus padres. Paris no sólo creció sino que se convirtió en un amante de la música y de la belleza. Paris, el hermoso efebo protagonista de una de las transgresiones que más impacto han tenido en la mitología griega, me refiero al rapto de Helena, transgresión que desencadenó uno de los conflictos bélicos más famosos de la historia de la humanidad, la guerra de Troya. Esta guerra tuvo como origen el amor y la pasión. Ahora la ciudad luz, que lleva su nombre, está a punto de arder; el caballo de Troya entró a uno de sus centros disfrazado de otra pasión, la del odio por una cultura, que en nombre de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, ha avasallado pueblos y los ha reducido a cenizas.

París, el ombligo del mundo, al menos para los occidentales, es la ciudad más hermosa que conozco, y más que eso, es mi ciudad bien amada; imagino que comparto esa pasión con millones de personas de diferentes culturas, orígenes, credos y lenguas. No obstante, y emulando al zorro, el amigo del Principito, la certeza de este amor me hace única, como deben ser únicos los miles o millones de seres humanos que también la aman.

Viví en París por espacio de cuatro años, tenía un diminuto apartamento al lado de su monumento más conocido, La tour Eiffel, y realicé estudios en su milenaria universidad, La Sorbona. Conozco su barrio latino mejor que muchas calles de Bogotá donde caminé varios años cuando estudiaba literatura en la Javeriana; y si digo que conozco mejor París que Bogotá a lo mejor es porque caminar por sus calles nunca me ha producido miedo. Pero ahora sé que eso puede cambiar, de hecho he debido de ir al día siguiente de la tragedia; sin embargo, decidí quedarme en casa, de todas formas los museos y el metro estaban cerrados y el gobierno recomendó no salir a las calles.

Desde el atentado al periódico satírico de Charlie Hebdo* he tenido la sensación que
París estaba en peligro. Ya en los años 80, cuando era estudiante, una bomba explotó a sólo dos calles de donde yo me encontraba, un diario había sido su objetivo. Recuerdo el salto que di y el miedo que me paralizó por breves e interminables segundos. También recuerdo que las marchas multitudinarias, me refiero a las de 1984 y 1985, a favor de la paz y en contra de la OTAN, eran cadenas humanas que parecían infinitas; las cuales se llevaron a cabo en Francia, en Alemania, en España**. El fantasma de La II Guerra Mundial aún se movía por entre los callejones y en todas partes se veían afiches que conmemoraban la liberación de París, afiches alusivos a diversas exposiciones sobre esos años fatídicos en que la locura humana se apoderó del continente europeo que había logrado salir de las tinieblas para entrar a un mundo secular y aparentemente más justo.

El miedo me perseguía y esa fue una de las razones por las cuales decidí regresar a Colombia; lo hice en julio de ese año y en noviembre me tocó la toma del Palacio de Justicia. Yo trabajaba en esa época en el Fondo Cultural Cafetero que tiene su sede al frente del Palacio de Nariño. Lo que vi fue la guerra de la que quería escapar, soldados arrastrándose por la calle, todo el día estuvimos encerrados, salimos al finalizar la tarde por la parte trasera donde había un muro que colindaba con un parqueadero; en el muro había un hueco no muy grande pero lo suficientemente ancho para poder pasar a través de él. La sede del FCC cerró por unos días y yo fui trasladada a la sede de Manizales donde en esos días se preparaba una exposición de fotografías de la historia de la ciudad. Pero la guerra encontró otro disfraz y me dio alcance, el volcán del Nevado del Ruiz explotó y lo que dejó fue tierra arrasada. No hablo de Manizales, sino del puente que en ese entonces comunicaba la ciudad con Chinchiná; el paisaje era desolador, árboles caídos, piedras enormes que habían sido arrastradas por la avalancha y puestas donde antes pasaba la carretera, y barro, mucho barro y cientos de muertos que vivían en las riberas del río; uno hubiese creído que era algo así como el apocalipsis; sin olvidar a Armero. Ese fue el recibimiento que mi país me dio después de mis años de estudio en París.

Después vendrían las masacres, la de la UP, y la de cientos de colombianos humildes que han muerto en esta guerra que no ha conocido tregua desde hace sesenta años. También vinieron los asesinatos y las bombas de Pablo Escobar, los asesinatos selectivos que fueron llevados a cabo por muchachos imberbes y que él dirigía como un batallón personal. Lo que me hacía pensar a menudo en Apocalypse Now, la película de Coppola, ese viaje al infierno, donde no hay salida, ni salvación posible.

Los colombianos nos convertimos en parias; no es que antes no tuviéramos mala fama sino que los prejuicios contra nosotros se multiplicaron y en el 2000 nos comenzaron a exigir visa para ir a Europa. Para los que nos gusta viajar esa era una especie de tortura psicológica, sin contar con la humillación de todo un pueblo que no ha hecho sino trabajar para tratar de sobrevivir en un país donde las desigualdades sociales lo ponen casi al mismo nivel de los países centroamericanos y del Caribe.

Regresé a Francia en 2005 y desde entonces he visto como la radicalización de los musulmanes ha ido in crescendo. En los años 80, para poner un ejemplo, las únicas mujeres que uno veía con un niqab o un shador, me refiero al velo que cubre la cabeza, eran mujeres que pasaban de los 50 y una sola vez vi a una mujer con una burka. A mi regreso ya se había dado la discusión sobre el uso del velo en las escuelas públicas, discusión que por supuesto fue ganada por el espíritu secular francés; sin embargo, el uso del velo se había intensificado y ya era común ver mujeres de todas las edades llevándolo; no obstante, aún no era demasiado común. Esto ha cambiado en los últimos cinco años, su uso se ha incrementado y mujeres que antes no lo llevaban han comenzado a hacerlo y en la ciudad donde vivo ya es común encontrar mujeres muy jóvenes cubiertas de la cabeza a los pies, sólo se les ven los ojos. Imagino que algunas lo hacen por rebeldía, otras por verdadera convicción religiosa, pero la mayoría de ellas, de eso estoy completamente segura, lo hacen obligadas por sus familias, por el medio social y por supuesto por los dictámenes de la mezquita a la que acuden.

Muchos dirán que las mujeres musulmanas son libres de vestirse como quieran y no lo discuto; con lo que no estoy de acuerdo es que deseen imponer sus costumbres en un continente con una cultura diferente. Pienso que cuando se emigra a un país debe respetarse su cultura y tratar de integrarse a ella; con ello no quiero decir que se dejen atrás las propias convicciones religiosas u olvidar la cultura en la que se creció. Para defender mi teoría sólo tendría que recordar que si una mujer occidental va a Arabia Saudita, o a Irán, por dar sólo dos ejemplos, debe plegarse a las costumbres de dicho país, lo que incluye la forma de vestirse. Y no sólo las mujeres sino los hombres; éstos últimos no pueden ingerir licor ni pueden besar a una mujer en público. Así que ¿por qué nosotros, los occidentales, no podríamos exigir que los inmigrantes musulmanes nos respeten y no traten de imponernos su cultura?

Porque de eso se trata este conflicto que muchos ya no se niegan a llamar La Tercera Guerra Mundial. Es una guerra de culturas. Ya Mario Vargas Llosa habló de ello en un ensayo muy lúcido que escribió inmediatamente después del atentado a las torres gemelas de Nueva York en el que decía, palabras menos palabras más, que el siglo XXI sería el de la confrontación de culturas y religiones entre Oriente y Occidente.

Tampoco pretendo ignorar las guerras que Francia ha llevado a cabo en los últimos años, por no hablar de los conflictos en los que se ha sumido en este año fatídico de 2015. Tampoco pretendo ignorar su pasado colonialista, ni el despojo que ha hecho a los países del tercer mundo, ni su pasado esclavista, ni las Cruzadas en las que participó. Es cierto que ha creado odio, un odio ancestral, que se trasmite de generación en generación. También es cierto que la gran mayoría de musulmanes que viven en Francia son gente de bien, trabajadora, honesta, que salió de su país de origen para brindar un mejor futuro a sus hijos; sólo que en muchos casos, en la mayoría de ellos, ese futuro nunca llegó.

Francia creó guetos y cerró las puertas a una mejor educación y por ende a una integración eficaz de una juventud que siente que el país donde nació la rechaza y no le ofrece condiciones dignas de vida. No hay que olvidar que las tasas de desempleo y de violencia, en dichos guetos, son muy importantes; el trabajo que se ha creado es el del tráfico de estupefacientes, con las consecuencias funestas que esto puede acarrearle a una sociedad y a un Estado de derecho.

París arde, Bruselas arde, Europa está ad portas de no volver a ser la misma que se construyó después de La Segunda Guerra Mundial. La Comunidad Europea, al menos el espacio Schengen, está por volverse añicos. Y mientras tanto los grandes beneficiados son los grupos de extrema derecha como el Frente Nacional en Francia, o Pegida en Alemania, o el Partido por la Libertad en Holanda, o Aurora en Grecia ***, para no nombrar sino unos cuantos.

Para terminar yo diría que es la libertad de todos los pueblos la que está comprometida. Un conflicto bélico, como el que podemos avizorar, puede llevar a todos los países a una hecatombe sin precedentes; ni siquiera América Latina saldría bien librada.
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* https://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/2015/01/07/in-memoriam-de-charlie-hebdo/
** http://elpais.com/diario/1984/12/03/espana/470876402_850215.html
*** http://www.laizquierdadiario.com/El-mapa-de-la-extrema-derecha-en-Europa

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