Mirabilia

Publicado el Camilo Hoyos Gómez

¿Por qué lee usted? (III)


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La semana pasada, mientras terminaba casi todos mis cursos universitarios, decidí preguntarles a los alumnos: “¿Por qué leen ustedes? ¿Por qué decidieron leer los libros de la clase, así como los otros?”

Alumnos de literatura, en su gran mayoría: alumnos que decidieron que la lectura fuera más allá de un simple hábito o hobby y convertirse en una actividad profesional. Las miradas, incluso entr ellos, siempre inspiran desconcierto: llevan los ojos hacia un lugar, luego hacia otro; “es irracional”, dicen algunos, “lo hago porque me gusta”, dicen otros. No se trata de escamotear las vivencias con los conceptos: se trata de crear conciencia frente al acto de lectura, para así darse cuenta de que lejos está únicamente de «instaurar cultura».

Una buena clase de literatura, así como una buena reseña literaria, tiene una misma condición: no dictar caminos de lectura sino abrir los vasos comunicantes, los que nos conectan con la búsqueda. Depende de uno solo el que días después no hayamos dejado de pensar en esa obra, anonadados por el evidente halo de misterio que nos hereda. Solos frente a la lectura (solos: es decir, sin teorías, sin lecturas previas, sin acondicionamientos culturales) buscamos nuestro camino en plena libertad. Solos frente al texto sucumbimos a una experiencia propia de la lectura: el profesor, así como el crítico, es aquel que debe revisar el rigor de dicha experiencia mas nunca, jamás, revisar la legitimidad de una lectura fundamentada con rigor y análisis. Por mucho que pese, así es.

Distinto es leer siguiendo teorías ya asentadas: aquellas que obligan a caminar senderos que de estar tan visitados sepultan sus piedras bajo el camino. Lecturas a todas luces sugerentes pero que ya son carnicería de ideologías, que venden las partes de la obra por separado. Es una lástima que las teorías hayan llegado a olvidarse de que siempre la que manda es la obra en sí. Así lo pude ver en una estudiante: cuando les recordé que en mis clases sólo leíamos fuentes literarias, no fuentes críticas ni teóricas, levantó la mano y dio a entender que eso era un error, porque siempre hay una teoría detrás de lo que leemos. No es culpa suya, pero olvida que funciona radicalmente al revés: detrás de cada teoría hay un libro, una experiencia de lectura, que la forjó.

La idea, por fortuna, es contemplada por muchos: el exceso de teoría secuestra la propia experiencia del alumno al leerla. Y esa primera experiencia es fin fundamental en la lectura de una obra literaria. Cuando un alumno lee a Dostoievski a partir de Bajtin, su Dostoievski queda perdido para siempre en análisis polifónicos y cronotópicos. ¿No resultaría mejor que el alumno se hiciera primero su propia idea de la obra, y luego cotejara su lectura con aquella canónica (pánico entre los profesores y entre los críticos, ¿su Dostoievski? ¿su lectura?)? De no pensar así, el estudio de la literatura terminará siendo un dictatorial palimpsesto: nunca estaremos en condición de buscar nuevas aventuras en la lectura, sino que siempre estaremos condenados a sentir, a ver una obra como ya se ha leído, como ya se ha señalado, como ya se ha comprobado.

Regreso sobre lo fundamental: esto se adquiere a partir del rigor, de la lectura esforzada que reconoce que la fuente es lo que predomina, no lo que se quiera ver en ella. No me refiero a nuestra tradición de lectura bohemia: me refiero a la profesionalización de la lectura, de la escritura.

Allí reside, en gran medida, la importancia de un libro como Visión desde el fondo del mar de Rafael Argullol. Viaje de viajes, se trata de un camino hasta el fondo de su propia noción del «yo» a partir de la memoria y la visitación a sus distintas y a veces lejanos imperios. Su viaje culmina, por allá en la página 1190, en que debemos buscar nuestra propia experiencia sin necesidad de los intermediarios (profesores, críticos, editores, políticos, intelectuales, etc.) que gustan siempre de mediar nuestras experiencias con el mundo- que tanto gustan de comercializar nuestra experiencia con el mundo. Apenas diez páginas antes de cerrar su monumental Visión, Argullol mira hacia atrás y lo tiene claro: “Creo que he escrito este autorretrato para librarme de los malditos intermediarios que he consentido a lo largo de los años. He vuelto hacia atrás, he hurgado en las sensaciones petrificadas que son los recuerdos y las he obligado a volver a vivir, a volver a fluir por los cauces muertos de la memoria.” Con Argullol reconocemos el riesgo del sacrificio y la constante persuasión de que tenemos que buscar nuestras propias percepciones, ayudándonos de los buenos escritores. Rechazar las experiencias que nos exige el establishment, la cultura low cost.

El  profesor debe evitar a toda costa ser un intermediario entre los alumnos y su conocimiento literario; debe ser más bien el partero de un pensamiento, el vínculo, el vaso comunicante. Despertar conciencias, no dictaminarlas. La pelota está en nuestro campo: a sabiendas de que los intermediarios existen, hay que estar alerta. La experiencia será nuestra o no será.

 

¿Por qué lee usted? (I)

¿Por qué lee usted? (II)

 

 

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