Mirabilia

Publicado el Camilo Hoyos Gómez

¿Por qué lee usted? (II)

Ayer en la tarde-noche, mientras releía “Lampedusa: una historia mediterránea“ de Rafael Argullol en una banca callejera, una mujer se  me acercó y me preguntó: “¿Por qué lee usted? ¿Por qué abrió ese libro, o cualquier otro?”

A pesar de que no tuve tiempo de responderle —ella partió demasiado rápido a pie hacia el centro, yo ya estaba a punto de tomar un taxi que me llevaría a mi casa—, aproveché el largo recorrido por la carrera séptima para pensarlo y respondérmelo de nuevo, como tantas otras veces lo he hecho. A medida en que avanzaba a través de la tórrida iluminación navideña, las ideas venían cayendo una detrás de otra.

Leo para tener conciencia; leo para ser consciente. Ser consciente de mí mismo (de mi interioridad, de mi consciencia), pero también leo para ser consciente de los demás (del otro que me acompaña, del otro que desconozco, del otro que conoceré). No sé si leo para detener o alargar el tiempo, pero una cosa tengo clara: leo para ser consciente del paso del tiempo. Para ser consciente de las experiencias que he tenido y en su momento no supe descifrar; para ser consciente de las experiencias que están por venir y que, como si fuera un libro abierto, deberé reconocer en el mundo. Para reconocer lo que debo hacer y debo contribuir como hijo, como amante, como padre: como humano. Leo para saber hacer las preguntas debidas en los momentos debidos, en las circunstancias apropiadas. Leo con la ilusión de reconocer “el secreto que me ha sido dado transmitir”. Leo para viajar: para someterme a nuevas experiencias que desde mi propia visión de mundo no siempre puedo aprehender. Leo, así como viajo, para conocerme a mí mismo en universos extraños y lograr extender mi microcosmos personal a pesar de la aparente estrechez del mundo. Leo, también, para confiar mi experiencia a aquél que la supo plasmar; leo, asimismo, para que mi experiencia se contemple desde el lugar de la libertad que es la literatura.

Leo para habitar otros mundos y así crear consciencia del nuestro e intentar cambiar todo lo que me parece inferior a la experiencia misma, para cambiar desde mi percepción todo lo que me parezca acartonado, burgués, utilitarista e injusto. Para luchar contra la experiencia que alguien decidió de antemano que debía tener en aras de un orden moral o ético. Porque todo lo que leo o he leído (lo bueno, es decir) vuelve siempre sobre mi realidad con una pregunta en la boca. Ya lo dijo Cortázar (como siempre, Cortázar): “Se podrá decir que la poesía es una aventura del infinito; pero sale del hombre y a él debe volver”. Lo mismo ocurre con la lectura: habitamos los mundos paralelos y misteriosamente más reales de la ficción, pero las experiencias que allí conocemos deberán siempre recaer en nuestra realidad, en nuestra propia experiencia, “del lado de acá”. No se trata de esperar moralidad de la literatura, porque incluso el asesino podrá convertirse en tal después de leer de manera impecable y compulsiva «Los cantos de Maldoror»— y no por esto dejaríamos de leer o encontrar en librerías o bibliotecas esa obra tutelar del Conde de Lautréamont. Vaya usted a saber si espero mucho (o más bien poco) de la lectura. Querida literatura, lo que me gusta sobre todo de ti es que no perdonas (Breton dixit, a medias).

Al llegar a mi casa y pagar al taxista, vino a mi mente esta máxima de carácter romántico: “Leo para defenderme del mundo a la vez que para formar parte de él.” Nos despedimos mientras él tomaba la carrera once hacia el sur, a través de la tórrida iluminación navideña.

 

¿Por qué lee usted? (I)

 

 

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