En segunda fila

Publicado el Juan José Ferro Hoyos

Estoy tranquila

Anna narra la historia de una mujer que abandona París y regresa a su país natal, Colombia, donde tiene planes de empezar, de ceros, una nueva vida. En su aventura la acompañan Nathan, su hijo de 10 años, secuestrado de su padre, y Bruno, su nuevo novio. Este último será el cocinero del restaurante a la orilla del mar con el que ambos escaparán de sus pasados, ella la enfermedad mental, él las deudas y el alcohol. En otras palabras, Anna es una película en que la gente alrededor de su protagonista respira profundo cada vez que ella responde: estoy tranquila.

Anna, primera película de Jacques Toulemounde, tiene muchas apuestas valiosas. Por su poca frecuencia esos esfuerzos deberían ayudar a enriquecer los temas y el tono del nuevo cine colombiano, tan en boga. Está, por ejemplo, ese intento por acoger la realidad contemporánea del bilingüismo (y del exilio voluntario) y no temerle a una película que se habla y se siente a la vez en español y francés. Está el interés por hacer una road movie a la colombiana, donde el viaje por la geografía nacional sea metáfora de otros recorridos. Está el interés por una narración intimista, donde el contexto social y político del país se sugiere sin necesidad de editoriales.

Anna 1

Sin embargo, Anna no es una buena película. El principal problema es que la película no logra conectarnos con el sufrimiento interior de su protagonista. Muy rápido cambiamos la empatía que nos debería generar una mujer a la que el mundo se le ha salido de las manos por, apenas, algo de lástima por esa mujer que sufre tanto. El principal culpable es un guion que parece creer que una escena es dramática si, y sólo si, sus personajes acaban llorando. Hay demasiado llanto en la actuación de Juana Acosta, quien hace lo que puede con un personaje que vive su bipolaridad en una forma que ya hemos visto, en el cine, muchas veces antes. A esa sensación de que lo ocurrido en la pantalla no es enteramente con uno también contribuyen algunas escenas inverosímiles (el descuido de las autoridades francesas, la perdida en el mapa de los viajeros) y, más grave, la forma esquemática de varios personajes secundarios. Me refiero, sobre todo, a esos burgueses bogotanos de cartón paja. Los ricos bogotanos pueden ser odiosos, pero seguro tienen más matices.

Es fácil ser cínico con esta película, y no faltan momentos (el llanto durante el sexo) durante los cuales aparece una risa burlona. En todo caso, hacia el final de su viaje la película, como su protagonista, apacigua su esquizofrenia y se dedica a contemplar un poco mejor el escenario que hasta entonces sólo veíamos a través de la ventana de un carro. Las escenas finales son sin duda lo mejor del viaje, y le ayudan al espectador a pensar que pagó la boleta para ver Anna, pero también puedo ver, de pasada, otra película interesantísima construida a partir de una actuación excelente. Esa película se llamaría Bruno.

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