Más allá de la medicina

Publicado el jgorthos

NUESTROS HOSPITALES NECESITAN HUMANIZACIÓN

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En forma permanente, los medios de comunicación están publicando: la corrupción de algunas aseguradoras, los robos del sistema de salud por sus directores, el abandono nutricional de niños por todo el país, las enormes carteras de los hospitales, las nuevas políticas de medicamentos, las macondianas liquidaciones de las EPS.

Pero quizás lo que deberíamos analizar es la ruta del paciente. Es decir, qué le pasa a un ciudadano corriente que busca atención en los servicios de salud.

Cómo es enfrentarse a una clasificación de triagge (método de clasificación en pacientes en salas de urgencia), qué ocurre ante la insuficiencia de camas, la falta de salas de emergencias cómodas o los pocos médicos que terminan desbordados de pacientes en las atenciones prioritarias. Muchas veces lo que siente un paciente y su familia es crisis de “humanidad”.

Ante la realidad pública del momento crítico del sistema de salud en Colombia muchos están cuestionando ¿qué ha pasado con la “humanización del sistema”?.

Con frecuencia las encuestas y los medios de comunicación muestran dos elementos respecto a las expectativas de los colombianos: mientras el sistema se concentra en el flujo de recursos , los usuarios y pacientes piden amabilidad y efectiva atención.

Los usuarios del sistema de salud no conocen sus derechos ni deberes, solo cuando se convierten en pacientes lo hacen consciente y se enfrentan a la disrupción de su enfermedad y nuevas expectativas.

Veamos el ejemplo de un paciente que, por el servicio de urgencias, acude a la atención hospitalaria. Primero, allí se cuenta con un sinnúmero de pacientes solicitando atención y todos son divididos en triage 1,2,3,4 y 5.

Solo pasan de manera inmediata los clasificados como triage 1, que son los pacientes con inminencia de muerte. Luego siguen los enfermos cuya sintomatología y signos vitales están comprometidos y esperaran hasta 30 minutos.

Después pasan los menos comprometidos que son triagge 3, que no representan riesgo y su espera puede llegar a cuatro horas. Finalmente los 4 y 5, que no requieren atención por emergencias y son remitidos a su red. En este caso, mediante cita prioritaria, se remiten a su EPS para que, por consulta externa, le den solución a su dolencia.

Si la persona es clasificada en triage 3 perfectamente puede esperar cuatro horas para ser atendida, dos horas más en exámenes; y si requiere hospitalización la dejan sentada en una silla incómoda, con el suero colgado de una puntilla. Como no hay suficientes camas en urgencias, esta persona debe esperar entre seis y cuarenta y ocho horas hasta que desocupen una cama en el piso de hospitalización.

Sin embargo, el tiempo no es el único factor que influyen en la deshumanización de las urgencias. Es la comunicación.

Generalmente los servicios de urgencias “son comandados por los vigilantes”. Estos servidores privados, con bolillo y revolver, tienen “el poder y el don” de permitir que los familiares puedan estar cerca de los pacientes. Cierran y abren puertas de metal, piden “fichos” y controlan la entrada de alimentos. Han agudizado su criterio clínico y en ocasiones son los primeros en hacer las aproximaciones diagnósticas de los pacientes.

Las horas pasan y con ellas también se van los turnos asistenciales. Casi siempre, los médicos y enfermeras que recibieron al paciente no son los mismos que están cuando la familia ingresa.

Así las cosas, en ocasiones la familia se ve desamparada al no saber con certeza el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de su paciente. A veces, el fragor del turno no da tregua para que los médicos se den la oportunidad de hablar adecuadamente con los pacientes y su núcleo familiar.

Los conceptos de seguridad del paciente desde la comunicación asertiva se van desmoronando; se puede facilitar la toma errónea o el olvido de paraclínicos, las demoras en la administración de medicamentos y por supuesto el flujo del proceso se va enrareciendo progresivamente.

Ni hablar de cómo se maneja el pudor de los pacientes, el control del ruido de estos ambientes, la privacidad de cada paciente, el derecho a ser soportado según su credo religioso, etc.

A lo anterior se une el proceso administrativo; si el hospital tiene o no convenio con el asegurador, si la autorización llega rápido o esta demorada; en ocasiones cuando le paciente ya está listo para ser hospitalizado la EPS envía una ambulancia y se lo lleva a otro hospital, aclarando que solo autoriza la hospitalización en su “propia red”, sin importar las distancias. Hasta este momento el laberinto de trámites, horas de espera, comunicaciones cruzadas y sentimientos encontrados de sufrimiento y angustia matizan el acceso al sistema de salud.

Lo anterior nos obliga reflexionar sobre el momento en que olvidamos la relación entre el  cuidado del paciente y el nexo deontológico de la vocación como trabajadores de la salud. Ya en el siglo VI (a.C.) Hipócrates recogía unos lineamientos que incluían: la beneficencia del acto médico, el respeto por la vida de los pacientes, el secreto profesional, la libertad de objetar conciencia ante prácticas ilícitas contra la vida de los pacientes y el compromiso de enseñar la profesión a otros.

Estos planteamientos trascienden desde la confidencialidad de la historia clínica, el respeto a las creencias, la posibilidad de participar o no en estudios de investigación, el derecho a la autonomía -negarse a procedimientos o tratamientos-, el respeto por ambientes y espacios agradables y seguros, hasta el respeto por el pudor del cuerpo de los pacientes. Son tantos compromisos de la praxis diaria que se hacen silentes pero que, independiente de la crisis del sistema general de seguridad en salud en Colombia, no pueden ser vulnerados.

La humanización empieza justo en el momento en que aparece la vocación profesional de quienes decidimos trabajar en la salud; se construye en la formación universitaria y se madura en la práctica profesional.

El reto para los directores de hospitales y de sus homólogos en las EPS debe ser propender por la humanización de los servicios de salud, donde la dignidad trascendente de la persona humana sea asegurada y custodiada por todos los actores de la cadena de atención. Esperemos, entonces, que esta premisa tenga una verdadera ponderación en términos de estándares de acreditación y calidad y que, desde los mínimos de atención de hospitales y clínicas, se convierta en un factor fundamental de la prestación de los servicios.

 

 

 

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