Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

El Serrat de mis años mozos

Me quedo con el Serrat de mis años mozos. Su empeño por entrar en las modas de la época me ha espantado de las filas de fans que van a sus conciertos. Me llevé una desilusión con su última presentación en el teatro Metropolitano en Medellín, el sábado 12 de marzo. Una máquina feroz rugió sin descanso en el lado izquierdo del escenario. Parecía una planta eléctrica; no dejaba oír. ¿Era un ventilador? ¿Por qué un aparato ruidoso en medio de un concierto?

Mala, pésima amplificación de la voz tan querida. Mal micrófono, mala mezcla, mal manejo de la distancia; a veces lejos, a veces cerca, a veces nada. No se oía nada. Supongo que ya han inventado micrófonos altamente refinados y sensibles que garanticen la escucha. ¡Yo fui a oír a Serrat y no pude!

En cambio, me ofrecieron imágenes. Fotos y fotos. De aquí para allá, de allá para acá: iban y venían, venían y se iban. Manos, palmeras, niños. Ilustraciones de los años 50s: muchachas en bicicleta, sentadas, acostadas. No puedo decir que las imágenes eran malas ni feas, pero me distraían de mi propósito esencial: oír y sentir. No pude oír y a cambio me ofrecieron mirar lo que no me interesaba –ni quería- mirar. Si de mirar se trata, me gusta mirar a los músicos. Cómo se mueven; cómo sus cuerpos están comprometidos –respiración, fraseo, intención, emoción, fuerza– en la música que hacen. Y, claro, me gusta mirar a Serrat. Me gusta verlo agarrar su guitarra, sentarse en el banco de siempre, tocar y cantar. Me gustan las caras que hace; a veces burlón, a veces tierno, a veces irónico. Me gustan sus cejas rebrujadas y canosas y su nariz respingona. Me gusta el Serrat íntimo, el de “Palabras de amor”. Pero esas benditas imágenes llamando la atención todo el tiempo, ¡las detesté!

Crecí con Serrat. Él, en cierto sentido, se hizo cargo de mi educación sentimental, ética y poética. Le dio palabras a mis ideales y expectativas sobre el amor. El nombre del primer muchacho del que me enamoré me supo a hierba de la que crece en el valle a golpe de sol y de agua. A los 16 años me escapé de la casa y yo misma me cantaba para consolarme: ¿Qué va a ser de ti lejos de casa, nena, qué va a ser de ti? Quise ser Lucía. Quise que me cantaran: Si alguna vez amé, si algún día después de amar, amé, fue por tu amor, Lucía, Lucía. Mis ansias de libertad, que todavía perduran, se identificaron con la muchacha menuda como un soplo y de pelo marrón; la que nació libre como el viento y se mueve por instinto como un gorrión.

Serrat me abrió las puertas a Machado y a Miguel Hernández. Me enseñó a quererlos, a degustarlos.

No había fiesta en la que no entonáramos “Cantares”. Para mi generación era casi un himno a la vida que nos enseñaba del pasar y del quedar. Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar; pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. De tanto oír a Tío Alberto me la aprendí de memoria. Era también mi tío ese hombre generoso y vital que cató de todos los vinos, anduvo por mil caminos y atracó de puerto en puerto. Me estremecí muchas veces con La saeta; me traía el sabor de una España religiosa que había llegado hasta mi cuna: ¡Oh no eres tú mi cantar; no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar!

Las nanas de la cebolla me dieron a catar la sensibilidad profunda de Miguel Hernández y sus imágenes luminosas: Al octavo mes ríes con cinco azahares; con cinco diminutas ferocidades; con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes. Cuando mi amiga Marta Cecilia Abad murió de cáncer canté muchas veces la elegía a Ramón Sijé. Este poema, esta canción, le dieron palabras e imágenes a mi dolor. Le dieron refugio a mi estupor ante la muerte: Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.

Serrat, gracias por lo que has sido para mí. Serrat, te quiero. No sabes cuánto. Pero, por favor, cuando vuelvas a Medellín regálame el sabor íntimo de tu voz para poder saborear en tu presencia la belleza y hondura de tus canciones. No quiero la prevalencia de la imagen sobre el sonido. No quiero la alharaca histérica del show business.

Comentarios