Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

El puño y el puñetazo

Estoy asombrada de la resonancia de un puño. No hablan de otra cosa los noticieros y los periódicos. Qué manía, la nuestra -la humana-, de convertir un acontecimiento -ganarse un premio Nobel-  en un detalle -haber dado un puño-. Somos reduccionistas. ¿O miopes?

El panorama general, ancho, complejo, rico, se convierte en una anécdota, mientras más vulgar mejor, mientras más reveladora de las pequeñas pasiones de las que todos estamos llenos, mejor.

El gusto por el chisme, el deleite por la rencilla, el engolosinamiento por las debilidades nos rebosa. Y nos desborda. Un Nobel le dio un puño a otro Nobel antes de que los dos fueran Nobel. Valiente gracia. Y se han emborrachado, seguro, y han sido infieles, y tienen secretos, como todos. Pecados y pecadillos, como usted y yo.

Pero, señoras y señores, el que dio el puño ha sido galardonado con un premio que hace que todas las miradas se vuelvan sobre la literatura latinoamericana, la que se escribe en el idioma que hablamos, en el que hacemos el amor, cantamos a nuestros hijos, hacemos discursos, reformamos constituciones, soñamos, conversamos en los buses, nos sentamos a la mesa. Qué maravilla, qué suerte, qué bendición, que el premio haya caído, nuevamente, en nuestro continente aporreado por dictaduras, en esta América de habla hispana, cruenta, sufrida y valiente.

Enhorabuena, y más que hablar de puños y ojos morados quisiera que se hable de literatura, que se lean y relean las novelas de Vargas Llosa, que se mire el trabajo de su mano escribidora. Un puño lo da cualquiera. No cualquiera escribe novelas impecables. No.

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