Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

Ni se compra ni se vende

Ayer estuve en una visita. Oía decir muchas veces: lo venden en tal parte, lo compré en tal otra. Me quedé callada porque, la verdad sea dicha, mi capacidad adquisitiva e interés por ir a los almacenes, y vivir en función de las cosas que ofrecen, han ido disminuyendo día a día. En medio de la conversación, que me resultaba aburrida, pensé: ¿De qué habla la gente cuando no habla de lo que compra?

La pregunta me metió en otra. ¿Y qué hay en la vida de la gente que no se compre ni se venda? Vino a socorrerme, en un primer momento, una canción que oía de niña y recuerdo bien: “ni se compra ni se vende el cariño verdadero / no hay en el mundo dinero para comprar los quereres / que el cariño verdadero, que el cariño verdadero ni se compra ni se vende”. Me acojo a la canción y vuelvo a la primera pregunta. ¿De qué habla la gente cuando no habla de lo que compra?

De política. Hoy no más, 7 de agosto, sale Uribe, se posesiona Santos. Se conversa de esto y hasta se discute acaloradamente; algunos adoran al ex y dicen que ha sido el mejor presidente de Colombia; otros creen que su gobierno no ha sido tan bueno como lo pintan, que sólo unos pocos –muy pocos– han sido favorecidos, y otros -entre los que me cuento– detestan su estilo beligerante, camandulero, camorrero, adobado con lo más feo del modo de ser paisa (miopía, porfía, arrogancia, vanidad) y lleno de tapaos que ojalá algún día se destapen. Pensando, pensando, llegué a lo mismo: estamos hablando de lo que se compra y se vende: la gente de este gremio sí que es comprable y vendible… Ayer contra ti, hoy contigo (y plata y privilegios en el bolsillo de los dos).

Se habla de los demás. Este es uno de los temas favoritos de nuestra humana condición: se separó, se casó, tiene un amante, está enfermo, tiene cáncer, se fracturó la cadera, lo dejó la mujer, cambió de trabajo, peleó con el novio, cómo está de vieja, cómo esta de gorda, quedó embarazada, se murió, se quebró, vendió la casa, compró carro nuevo. Otra vez; caímos en lo mismo.

También del clima. En esto, sí no hay manera de caer en el mercado. Nadie compra ni vende aguaceros, veranos, huracanes o ciclones, y no porque no se quiera, sino porque no se ha podido. El día que se pueda, también se venderán y comprarán. Pero de los aguaceros se pasa a las goteras, que hay que arreglar, con plata eso sí, o a los deslizamientos, mucho más graves, que tumban montañas, sepultan casas, matan personas; o a las inundaciones que dañan muebles, mojan colchones, arruinan sembrados, arrastran animales, enferman niños. Para paliarlas también se necesita plata, la del Estado, que es, o debería ser, la todos.

De los animales, del agua, de los ríos, del aire, de cine, de música, de literatura. Auxilio; esto también se compra y se vende. Viéndolo bien, lo que taladra en mi cabeza es la convicción de que vivimos en un mundo en el que todo se vuelve mercancía.

No quiero que mi vida sea capturada -del todo- por lo omnipresencia de lo que es mercancía. ¿Será posible? Quiero hacer cosas que satisfagan necesidades y deseos -míos y de las personas que quiero- sin que medie un solo peso. Quiero escribir un poema que nunca será publicado y sólo leerá aquel a quien se lo he escrito. Quiero oír los pájaros cantando gratis en las ramas. Quiero oír el poco de silencio que nos queda en este mundo.

Al terminar de escribir esta nota debo meterme a la sucursal virtual del banco y hacer pagos de servicios públicos y telefonía móvil. También debo pagar la mensualidad de un colegio y una cuota del Icetex. Faltan frutas y verduras en la nevera de mi casa. Escribo esto, como mis poemas, para seguir siendo capaz de vivir y levantarme el lunes a primera hora a trabajar.

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