Una mujer que vive sola
adopta un gato
que ha estado merodeando
desde hace una semana
por la cuadra.
Unos y otros
le han dado leche
en platitos desechables,
diciéndole:
Ven minino
que estás todo mojado,
tengo algo para ti,
está tibia, arrímate.
Se siente llamada
a hacer la causa suya
y habla con su hermana
y las vecinas:
¿Qué debo hacer?,
se pregunta y les pregunta,
y todas,
sintiendo en su corazón un ramalazo
de deseo de hacerse cargo
de otra vida, le dicen:
Pobre, no tiene quien lo cuide,
es bueno tener una mascota,
qué lindo es el gatito,
qué bonito,
oye como ronronea
cuando alguien lo acaricia.
Tiene miedo.
Lo sabe y siente.
¿Cómo será ser la guardiana,
ser la que decide si da,
o no, comida,
si habla, si mima,
si ignora, si se irrita;
cómo será estar acompañada
siempre que ande por la casa
o lea, o dormite
sentada en la poltrona de la sala?
Seré, de ahora en adelante,
la que te cuida.
Vivirás conmigo
y dormirás a los pies de mi cama.
Te llamaré, sin más, Gato.
Cambiaré la minúscula
por mayúscula, y ya está.
Tu nombre común será el propio.
Estás bautizado.
Va a la tienda de mascotas.
Compra arena
-le dijeron que inodora-
especial para excrementos.
Canasta con espuma
forrada en dulceabrigo.
Un plato rojo,
entretenedor, afilador de uñas.
Comida para gatos
sin colorantes ni deshechos;
ni la más cara ni la menos.
No sabe si es feliz
o infeliz.
Cuando la visitan las amigas
habla de Gato.
Cuando abre la puerta
vigila que no se escape la criatura.