Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

Las reglas del juego

Me está pasando lo mismo que en los partidos de fútbol en los que empiezo siendo hincha y termino en la cocina lavando los platos mientras todos beben y gritan, gozan y sufren. No puedo sostener la tensión emocional tanto rato; me pesan los errores de mi elegido de turno.

Nunca he sido capaz de ser fanática. De nada ni de nadie. Odio adherirme –incondicionalmente- a una causa y defenderla a capa y espada. Voté por Mockus en la primera vuelta y lo haré en la segunda, pero el candidato y sus vainas, debo confesarlo, unas veces me desconciertan y otras me enojan. El deplorable show que dio -la noche en que se conocieron los resultados de la primera vuelta- brincando en un escenario mientras sus fans gritaban consignas que él aceptaba y repetía, me ofendió y desilusionó. No podía entender cómo un aspirante a presidente, un hombre que tenía en su propósito gobernar un país, no captaba la importancia de un momento así. Tenía responsabilidad con 3.120.000 ciudadanos que votaron por él y no sólo con los asistentes a su sede esa noche. Embriagados de consignas se olvidaron de las reglas más elementales del juego. No hay que ser un gran entendido en estas lides para esperar que el candidato al que se le da la confianza -y el voto- se dirija al país, y a uno, como una persona inteligente, segura, consistente, que recuerde ideas y proyectos que aseguren –y no espanten– a los adherentes. Odio ese rasgo de pastor evangélico que veo a veces en Mockus; esa tendencia facilista a impresionar y escandalizar volviendo sus intervenciones shows, medio aburridos, medio ridículos. No me gusta, no.

Por el contrario, debo reconocer que el señor Santos, finamente asesorado, fue impecable en su manejo del “show del momento”. Perfecta la iluminación; a la sombra su mujer y sus hijos, sólo él en primer plano, preciso y estudiado su discurrir. Con su ojitos de serpiente, el gran triunfador de la primera vuelta hablaba ya como presidente: gallina emplumada invitando a los pollitos despalomados y díscolos, que ni cortos ni perezosos acudirían desde esa misma noche a buscar la tajada del ponqué. Dio gracias a Raimundo y todo el mundo, sonrió, movió sus manos como siempre –extendidas, paralelas, simultáneas, enfáticas- hacia abajo, en golpecitos contundentes contra el aire que las sostiene.

Y es que en este mundo cada cosa inventada por la gente tiene sus reglas. Las hay para todo: para poner la mesa, para servirla; para un partido de béisbol y uno de fútbol. La política, por más que se quiera cambiar y limpiar, tiene sur reglas. No se puede confundir transparencia y honestidad con soltarle al país la primera idea que cruza por la mente. No se puede confundir una alocución post resultado de las elecciones con una ceremonia religiosa para exaltar la fe. Estamos en el mundo de las ideas, señor Mockus. Usted, su equipo, y la gente que lo apoya son hoy la segunda fuerza electoral del país y bien vale la pena que se lo tome en serio. Converse con sus asesores y haga caso. Si el Partido Verde no llega a gobernar, -francamente lo veo difícil-, que llegue a ser, al menos, una oposición inteligente y puntillosa, que no permita la continuación del uribato, hacer y deshacer, como les gusta, como han estado acostumbrados; o sea, como Pedro por su casa. Podríamos apostarle a eso o, en serio, ¿está muy interesado en los huevitos de la otra gallina?

Comentarios