Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

¿Y qué nombre le pondremos?

Cuando estaba chiquita jugué muchas veces, y con deleite, Materilerileró.

«Avé, avé, materilerileró.

¿Qué quiere usted?, materilerileró.

Una compañerita, materilerileró.

¿Y qué nombre le pondrán?, materilerileró.»

Nos quedábamos largos ratos yendo y viniendo, de aquí para allá, de allá para acá, mientras cantábamos y nos reíamos buscando nombres feos y lindos, para la niña del otro bando que iba a pasar al nuestro: chancleta, berenjena, papa podrida, o lucerito, princesita, rosa linda. Hoy juego a imaginarme cómo la gente pone los nombres de las peluquerías, urbanizaciones, negocios, slogans para campañas presidenciales. Cuando voy por la calle miro letreros e imagino cómo serían las conversaciones y debates entre los interesados para finalmente llegar a un acuerdo:

“Quiero se llame Centro de Estética Más Linda
“No, mejor, Estetika para ti, con ka.
“¿Y por qué con ka?”
“Se ve más, resalta más”
Y así se queda, ?perdón, se keda? Estétika para ti.

“¿Por qué no la ponemos Loma Linda?”
“¡Mejor, Roble Claro!,
“¡No, Los Álamos!
“¡Me gusta Arrayanes!”
“¡En todo caso algo que suene a árbol, a vegetación!

Respiramos humo, tragamos polución. No cabemos ya en el valle de Aburrá y siguen haciendo edificios, y más edificios, en urbanizaciones y unidades residenciales a los que buscan poner nombres llamativos. Ofrecen aire, verde, fronda, aunque sea en el nombre. Las palabras enganchan, convencen.

Lo mismo deben haber pensado los publicistas de Mockus-Fajardo: Verde que te quiero verde, como dijo Lorca, algo que nos dé otra imagen, que haga sentir que se trata de una opción diferente, que no somos la clase política clientelista y ventajosa de la que la gente –alguna– está harta. ¿Y el girasol? ¿Qué pretende? Tal vez tocar un sector votante femenino. Llegar a muchachas, de 18, con cédulas recién salidas del horno, criadas en la proliferación de las imágenes, slogans visuales que dan identidad. Tal vez. “Una imagen vale más que mil palabras” oí decir muchas veces, de niña también.

Las modas van y las modas vienen. Creemos que comandamos las palabras y ellas nos comandan; nos llevan de la ternilla. Mis compañeras de colegio se llamaban Beatriz, María Helena, Cristina. Las de mi hija se llaman Alejandra, Juana, Manuela. Los de mis hermanos, Jorge Alberto, Juan Guillermo, Luis Fernando; los de mis hijos Miguel, Alejandro, Camilo. ¡Ah, la fuerza de las palabras!

En todos los aeropuertos en los que he estado últimamente –Rionegro, Medellín, Montería, Quibdó ¿será acaso en todo el país?– he visto, con sorpresa y rabia, letreros gigantes que dan gracias al presidente Uribe o al Partido de la U. Me recordaron, al instante, el “gracias Espíritu Santo por los favores recibidos” que tantas veces vi en El Colombiano que leía mi papá y yo ojeaba, (no “hojeaba” porque mi intención es decir que posaba mis ojos sobre él con disimulo y atrevimiento de niña metida en cosas de grande).

¿Dónde se producen los consensos que nos van empujando a todos a llamar las cosas de cierta manera? ¿Dónde se deciden las modas para nombrar y nombrarnos, así o asá? Tal vez –simple y llanamente? alguien tira la primera piedra, y ¡zas! Se extiende la onda. Un día, alguno ?zutano, fulano, mengano, perencejo?, buscando llamar la atención, cambia nuestra bella q de queso, y nuestra bella ce de cosa por una ka, y hasta ahí llegamos. Kike, por Quique; pekas, por pecas; kasa por casa. (Ahora verá que lo que tenemos entre las piernas las nenas –y guardamos con celo o compartimos con ganas? se llamará kuka. No. La prefiero con ce, como siempre ha sido. Que se queden la caja, la coja y la cuca con su ce; la quietud, el aquelarre y la entelequia con su q. Por favor.

¡Ay mi idioma!, mi única ley, mi única religión. Lo único que quiero obedecer al pie de la letra, porque es la letra misma. El único poder que quiero desentrañar, deshuesar, porque todos los poderes se arropan con él, se sirven de él, lo usan abierta o disimuladamente para asestar el golpe. A través de las palabras nos emborregamos o nos desembozalamos. No hay de otra. Homo sapiens. Homo lingüístico, más bien. Quién hubiera podido estudiar latín, de niña también, para poderlo decir como esa lengua muerta manda.

Pilar Posada S.

Comentarios