Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

Con quien y para quien

Desde hace 35 años trabajo en música con bebés y niños. Mis clases sirven para desarrollar la musicalidad –natural en todo ser humano-, para despertar y estimular el sentido rítmico y el melódico, la afinación y la capacidad de cantar, y el goce por la expresión musical. Esto último, fundamental, porque intento que cada sesión sea placentera para ellos y para mí. Si no es así, estoy convencida de que no sirve para nada. ¿Qué se hace en una clase de música con niños tan pequeños? Puedo resumirlo en cinco palabras: recitar, cantar, tocar, jugar y bailar.

El azar hizo que en la clase que di hoy, para niños entre dos y tres años –les acompañan sus mamás–, estuvieran dos hijas y una nieta de tres hombres asesinados en este país. Una nieta de un líder de izquierda, una nieta de un dirigente cafetero, dos biznietos de un defensor de derechos humanos eran mis alumnos. Esto me conmocionó, o será mejor decir, me sacudió el alma. Cuando caí en la cuenta, quise expresarlo en voz alta, tal vez para abrir un minuto de silencio por los sacrificados, o más bien para entonar con sus descendientes una canción a la vida, que era justamente lo que hacíamos. Cantar con niños siempre es eso. Seguí en mi oficio –hilando algodón– hasta que la hora terminó. Una de las niñas estaba afiebrada y algo decaída. Los demás, expansivos y contentos. Con miradas, gestos, contacto físico o palabras, los niños te expresan lo que sienten. Te comunican si lo que vivieron se ajustó a lo que necesitan, o sea, a lo que ellos son.

Yo, como tantos colombianos, no quiero quiero más asesinatos de defensores de derechos humanos, de líderes de izquierda, de dirigentes cafeteros, de nadie. No quiero que mis alumnos no tengan vivos sus abuelos o bisabuelos porque han sido asesinados. Ayer en el “gran debate”, –que no fue ni lo uno ni lo otro (la RAE define debate como controversia, contienda, lucha, combate) porque entre los seis candidatos no hay disentimiento; más bien parecen ser un equipo de seis hermanitos bien avenidos, dispuestos a tener entre todos la casa limpia–, yo pensaba lo difícil que es enderezar todos los entuertos de este país y en lo difícil que debe ser hacer promesas que uno sabe que no podrá cumplir. En cierto sentido los compadecía por la carga que llevan en sus hombros, y confieso, me da trabajo entender qué vocación o anhelo es el que lleva a un hombre o una mujer a desear ser presidente de un país con problemas tan serios como el nuestro.

Pensaba también que los periodos de elecciones son como la Navidad y el año nuevo. Tiempo de promesas e ilusiones para todos. Y así como en aquellos se entra, porque toca, porque es parte de nuestra cultura, unos en la algarabía de la rumba, otros en la excitación de las compras, otros en el recogimiento de la celebración al nacimiento de un niño, las elecciones también nos conciernen y afectan a todos de distintos modos.

Yo no creo que ninguno de los seis candidatos, si llegase a ser presidente, pueda garantizar que se acabará la violencia, que la tierra volverá a sus legítimos dueños, que el narcotráfico no seguirá siendo lo que es, que, que, que… Pero quiero creer que hay unos candidatos mejores que otros, como personas y como gobernantes, y que podrán hacer algo mejor por el bien de la mayoría.

Necesito creer y creo, sin pasión y fanatismo, que hay uno que puede ofrecernos algo mejor que los otros. Este domingo votaré por Mockus porque creo en el poder de la educación. Sé que tocar un corazón y un cerebro humano es tocar una vida. Señor Mockus, si usted queda presidente, por favor no nos defraude y gobierne con decencia y eficiencia. Y déle buena educación al pueblo colombiano. Hay con quien, y mucho para quien.

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