Lloviendo y haciendo sol

Publicado el Pilar Posada S.

Con otros ojos

Mañana es el Día de la Madre, el veintitantos para mí desde que me convertí en mamá. Me caen gordos estos días, debo confesarlo. Antes de que mis hijos nacieran, porque me sentía obligada a comprar regalos y a ir a almuerzos familiares, y la verdad nunca me ha gustado hacer algo cuando me siento obligada. Ahora, siendo mamá, porque les digo a mis hijos que no quiero que me den regalos ni me hagan celebraciones, y me siento triste si no lo hacen. Los días “con letrero” son muy malucos. Una camisa de fuerza que nos amarra a todos.

Me molestan también-y mucho- los mensajes que por esta fecha llegan a mi bandeja de entrada afirmando que las madres son seres superiores, sin límites ni imperfecciones, santas, generosas, abnegadas, capaces de cualquier cosa, dispuestas a todos los sacrificios por sus hijos. ¡Yo no! Quise serlo, sí, y traté muy duro, pero se me tostó el chip y cada día estoy más lejos de eso.

Las mamás somos como los demás seres humanos. A veces egoístas, a veces perezosas, a veces lacrimosas. A veces dulces, sí, pero a veces también agrias. A veces queridas, a veces odiosas. Y nos ofuscamos, nos aburrimos y nos sentimos, a ratos, infelices.

Y somos un montón de cosas distintas a ser mamás. Esto fue, tal vez, lo que más me demoré en vislumbrar y aceptar en mi madre. De niña, y aún muy grandecita, creía que ella era sólo lo que yo pensaba –o quería- que ella fuera: la mamá que necesitaba. Poco a poco, al tiempo que yo maduraba y la veía luchar por encontrar, afirmar y sostener una identidad propia, fui entendiendo que le gustaba rezar, pintar, leer, oír música, ir a exposiciones de arte y tener amigas que la adoraban, y que eso era algo muy suyo, sin nada que ver con su amor por nosotros (mis seis hermanos y yo). Empecé a imaginarla de niña, ¿qué jugaría?, y de joven, bailando en una fiesta o dándose besos con mi papá. Empecé a pensarla separada de mis deseos y necesidades y fue una gran revelación. Ante mí se alzó una mujer bella, inteligente, sensible, profunda, alegre, generosa, apasionada, enamorada.

A mis veinte años me dio por componer canciones y musicalicé un poema de Alfonsina Storni, Bien pudiera ser. Decía así:

“Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna , ah, bien pudiera ser.

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.”

En mi arrogancia de muchacha rebelde creía que iba a llegar más lejos que mi mamá, como quien dice, que iba a ser más liberada. Craso error de mi envalentonada juventud. Hoy me corrijo y digo: “Y todo eso mordiente, vencido, mutilado, todo eso que se hallaba en mi alma encerrado, lo ha libertado mi mamá”.

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