Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

EL SEÑOR GARCÍA

  Registro Sr. García

Cierto día en Bogotá hace muchos años, en las asépticas instalaciones de un hospital, se vivió una cautelosa discusión que adquirió ribetes de crisis nacional. Para cumplir con exámenes médicos de rutina, se internaría en esa institución uno de los mejores escritores de la humanidad, el que de acuerdo a una encuesta internacional era el más querido entre quienes se dedican al antiecológico oficio de romper o quemar cuartillas de papel, luego de intentar escribir algo en ellas.

El gran problema para los administradores del centro especializado es que el asunto exigía absoluto secreto, nadie debía enterarse de la hospitalización, para evitar tumultos de admiradores y curiosos, e igualmente no dar rienda suelta a esa evidente vocación literaria de algunos periodistas, cuando suelen crear novelas de pequeñas anécdotas. Era la petición de un hombre que ha vivido de, por y para la noticia, pero nunca ha querido ser noticia y cuando ha figurado, como aquella vez cuando le adjudicaron un premio Nobel, aceptó el torrente de relámpagos fotográficos con esa modestia caribeña que algunos confunden con pedantería.

Hubo muchas sugerencias en medio de aquella junta médica, ingresar al personaje con un nombre ficticio, cambiarle de género e inscribirlo como mujer, darle un código especial como a los espías, asignarle la sigla NN (la identificación de las personas desconocidas sin nombres ni fechas), pero nada convencía a los miembros de aquella improvisada asamblea. Buscando la solución apropiada, se mandó llamar a estrategas políticos y militares, amigos intelectuales del escritor e incluso a algún diplomático con fama de inteligente, quienes volvieron a repetir las sugerencias previas. Mientras el paciente era auscultado por un galeno de suma confianza, la impaciencia se apoderaba de la junta que buscaba la fórmula para registrar al hombre más famoso de Colombia.

Una enfermera, curiosamente la única mujer presente quien había atestiguado tal derroche de ideas, aquel sacrificio innecesario de neuronas de alto calibre, tomó la palabra, sugiriendo que se ingresara al paciente con su apellido real, propuesta que fue recibida con comentarios adversos e insolentes. La mujer sin perder la compostura complementó su idea, se dejaría sólo el primer apellido, pues es sabido que así como hay páginas enteras de enciclopedias con el nombre completo del autor, también los directorios telefónicos gastan mucho papel con el apellido García.

El señor García, era en realidad uno entre miles, entre millones. Todos cruzaron miradas y sin más explicaciones, accedieron con un sonoro aplauso. El director del hospital le manifestó a la enfermera que no olvidaría su ayuda, ella al parecer sólo tenía un deseo. Así fue como durante varios días con reserva total, en una clínica de Bogotá, estuvo interno el novelista vivo más grande del idioma español. Actualmente alguna jefe de enfermería, debe mostrar orgullosa en su hogar un apreciado autógrafo en la primera página de su novela favorita.

El autor de esta breve crónica, se guarda el derecho de publicar el nombre completo del prestigioso paciente de aquel hospital, el mismo que adquiere resonancia universal cuando se mencionan sus dos apellidos o el apodo infantil con el cual sus abuelos le llamaban con cariño. Tampoco es necesario, es evidente que me refiero al señor García.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter sigo a varios y varias ilustres García como @dixonmedellin

Nota: Una versión preliminar del presente artículo apareció hace algunos años en la Revista Magazine de Nicaragua. Recientemente el autor de esta nota publicó en El Espectador otra anécdota con el mismo protagonista titulada ¨El marqués Gabriel García¨, aquí «El marqués Gabriel García» por Dixon Acosta Medellín

Comentarios