El último pasillo

Publicado el laurgar

Un día en la vida de Hugh Hefner

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El escritor y periodista colombiano, Sinar Alvarado, actualmente radicado en Venezuela, publicó recientemente en su twitter un microrrelato por entregas y esas entregas, por supuesto, no superaban los 140 caracteres. Sinar muy gentilmente me permite publicar  y compartir con los lectores de este blog «Un día en la vida de Hugh Hefner»: un microrrelato compuesto de tweets. Disfrútenlo.

Un día en la vida de Hugh Hefner

Por: Sinar Alvarado
(www.twitter.com/sinaralvarado)



En la ventana trinan los pájaros y llega el rumor del amplio jardín. Aún no amanece, pero Hef, entre las sábanas, lleva una hora despierto. Un dolor cruel le atenaza la próstata, igual que cada mañana. Hef soporta el pellizco del diablo, se incorpora y camina hacia el vestier. Frente al espejo examina su viejo cuerpo marchito. Se ve calvo, jorobado y enclenque; el pecho cruzado de cicatrices, las piernas frágiles. Hef se deprime ante ese espectáculo, y lo cubre todo con su mejor bata de seda. En el baño se lava la cara, toma seis pastillas y se peina. Luego empuña la andadera y busca el ascensor. Baja a la cocina, donde el mayordomo lo espera con el desayuno: huevos duros y jugo de toronja. Hef mastica con cautela, demorándose en cada bocado. Lee el periódico y a veces sonríe, o carraspea ante algunas noticias de farándula. Siente que echa de menos los viejos tiempos, pero no lo dice. No frente a un subalterno. Hef termina de leer, bebe su jugo y se va a la sala. Allí pasa tres horas mirando la tevé. Se divierte repitiendo videos de películas antiguas, admirando la belleza de actrices desaparecidas. Dos rubias se acercan y lo interrumpen: «Hef, ya están aquí». Por la puerta entran hombres con cámaras y luces. Están listos para las fotos. Mañana los diarios de California abrirán con una espléndida imagen del playboy de siempre, bajo la frase: «Hef, más salvaje que nunca».

«Un día en la vida de Hugh Hefner».

Por: Sinar Alvarado
(www.twitter.com/sinaralvarado)

En la ventana trinan los pájaros y llega el rumor del amplio jardín. Aún no amanece, pero Hef, entre las sábanas, lleva una hora despierto. Un dolor cruel le atenaza la próstata, igual que cada mañana. Hef soporta el pellizco del diablo, se incorpora y camina hacia el vestier. Frente al espejo examina su viejo cuerpo marchito. Se ve calvo, jorobado y enclenque; el pecho cruzado de cicatrices, las piernas frágiles. Hef se deprime ante ese espectáculo, y lo cubre todo con su mejor bata de seda. En el baño se lava la cara, toma seis pastillas y se peina. Luego empuña la andadera y busca el ascensor. Baja a la cocina, donde el mayordomo lo espera con el desayuno: huevos duros y jugo de toronja. Hef mastica con cautela, demorándose en cada bocado. Lee el periódico y a veces sonríe, o carraspea ante algunas noticias de farándula. Siente que echa de menos los viejos tiempos, pero no lo dice. No frente a un subalterno. Hef termina de leer, bebe su jugo y se va a la sala. Allí pasa tres horas mirando la tevé. Se divierte repitiendo videos de películas antiguas, admirando la belleza de actrices desaparecidas. Dos rubias se acercan y lo interrumpen: «Hef, ya están aquí». Por la puerta entran hombres con cámaras y luces. Están listos para las fotos. Mañana los diarios de California abrirán con una espléndida imagen del playboy de siempre, bajo la frase: «Hef, más salvaje que nunca».

FIN

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