El último pasillo

Publicado el laurgar

Malditas telenovelas

Hace unas semanas escribí un artículo que titulé ‘La letra con sangre…’, en el que hablé de algunas de las obras colombianas cuyo tema central es la violencia del país en cualquiera de sus manifestaciones y desde muchos puntos de vista: sicarios, narcotráfico, la violencia posterior a la muerte de Gaitán, etc.

Un buen amigo, no colombiano, hizo distribución del enlace de mi blog entre sus contactos y en respuesta le llegaron muchos otros enlaces que él a su vez me envió. Y todos esos enlaces me remitían bien fuera a páginas o a blogs de diarios colombianos, en los que se hacían enfurecidas críticas a lo que ‘nuestra televisión’ les muestra, y arreciaban puntualmente en  contra de ‘Rosario Tijeras’. Luego, varios amigos me pusieron al corriente de la polémica en general y me enviaron más enlaces con más descargos y argumentaciones de espectadores furibundos, y a eso se sumaron los correos de muchos lectores de este blog que me contaron, con profundo sentimiento de agravio, el momento que vive la televisión colombiana.

El pueblo enfurecido criticaba, según lo que leí, que ‘la educación que se le da a nuestros niños y jóvenes’ a través de la televisión es inapropiada. Madres abnegadas clamaron justicia porque sus niños les preguntaron sobre el eslogan de la telenovela Rosario Tijeras, ‘amar es más difícil que matar’ y que cómo le iban a explicar a sus infantes esa barbaridad. Y, por lo que leí en el editorial de El Espectador del día 12 de Marzo de 2010, también algunos patrocinadores se bajaron debido a estas críticas.

No voy a entrar a discutir la calidad de las telenovelas que se presentan en Colombia porque he visto pocas, tengo mala memoria y no me acuerdo ni de las más famosas, y tampoco he visto ‘Rosario Tijeras’, la telenovela que encendió las supuestas alarmas recientemente y que tengo entendido goza de un rating muy bueno. Pero supongamos por un instante que sí, que nuestros pobres infantes colombianos, el futuro de Colombia, se están educando en una televisión que emite programas que sólo les muestran la cara mala, fea, horrible de nuestro amado y bello país regado por dos océanos y etc.

Permítanme una apreciación al respecto: no hablemos basura. La televisión colombiana ha tenido, sin duda, programas culturales y educativos muy buenos con unos ratings de miseria o por lo menos mucho más bajos que el rating de las telenovelas de las ocho de la tarde (las daban a las ocho en otros tiempos, ¿verdad?).

Pero recordemos que un día la televisión, como todo en esta vida, cambió. Hace mucho rato comenzamos a vivir el tiempo en que las historias son lo de menos y la calidad del contenido fue reemplazado por la forma: el tipo de galán, el tipo de protagonista femenina, es mucho más importante, aunque no actúen muy bien. Por supuesto, también en cierto momento llegó el destape.

Cosas que antes eran impensadas como un desnudo, o una escena de sexo, o de violencia, se deslizaron en los libretos y hoy llegamos a un punto en el que es impensable una telenovela sin sus respectivas escenas de sexo. Y eso está bien, porque el sexo existe, es real, los humanos lo practican, es parte de la vida y de la rutina de las personas, y hasta donde yo sé todos los que vemos televisión somos personas. Y está bien que el eslogan de ‘Rosario Tijeras’ haya sido esa frase del libro, ‘Amar es más difícil que matar’, porque se aplica muy bien a Colombia un país que siempre ha sabido mejor de matar que de amar.

Nuestros tiernos infantes atacados inmisericordemente por lo que los adultos avalan con buenas dosis de sintonía, no serán ajenos a la realidad violenta del país. Hay que ser muy cartucho y muy pacato (y parece que Colombia está lleno de eso, de cartuchismo y pacatería) para creer que poniendo un par de gritos en el cielo vamos a borrar lo que nosotros mismos hemos creado. ¿O qué pensaban? ¿Que los sicarios nacen de la tierra y los manda el demonio?

Pues no; son el resultado de una sociedad que siempre ha estado enferma de violencia y de rabia. De una sociedad que se toma la justicia por su propia mano y avala con años y años de gobiernos nefastos la educación paupérrima que reciben nuestros niños y jóvenes, pero no en la televisión, sino en la escuela y en la vida. Y no se debe olvidar que una parte no menor de esa sociedad también ambicionó – y ambiciona – lucrarse con el negocio del narcotráfico e hizo – y hace – cosas para lograrlo.

De niña fui testigo del escándalo que causó un presidente procesado por financiar su campaña con dineros provenientes del narcotráfico. Y nadie puede echarle la culpa a una telenovela de que a mí y a los de mi generación nos quedaran grabados en la memoria actos de corrupción asquerosos: bastaba con ver el noticiero que no estaba – y sospecho que no está – censurado para ‘los-niños-el-futuro-del-país’.

Aquí es otro el problema: es esa creencia de que la televisión ‘educa’. Nadie se sienta a ver televisión para ‘educarse’. La televisión es un mecanismo de entretención. En la rutina diaria de una familia, la televisión es eso: entretención. Al mediodía se ven las noticias y una telenovela. En las noches se ven las noticias y alguna telenovela. Se ven películas, programas de humor, de chismes. En toda Latinoamérica la televisión ha adoptado el formato de programas ‘matinales’, que apuntan principalmente al segmento de las amas de casa y a quienes no trabajan en las mañanas. Y todos tienen buen nivel de rating. Porque la televisión es eso: entretención, aunque muchos para paliar la vergüenza digan que son fanáticos del Discovery Channel.

Por otro lado, algunos padres preocupados por lo que sus niños leen, ven en televisión y navegan en internet, ejercen controles sobre los contenidos. Creo que todos alguna vez en nuestra infancia vivimos momentos de censura materna o paterna. ‘La niña no debería ver la telenovela’, le decía mi abuelo a mi mamá, por ejemplo. Y esa preocupación está muy bien y me parece muy responsable, pero nada de lo que buenamente nos quisieron esconder de niños duró mucho rato. Lamento informarles que la inocencia se pierde cada vez a más temprana edad y por mucho que de chiquitos nos taparon los ojos para que no viéramos, y nos pusieron tapones en los oídos para que no escucháramos, todos los niños colombianos de mi generación, y nací en 1985, sabemos qué es la violencia, qué es la guerra, qué es la guerrilla.

Sabemos que en la historia de este país el narcotráfico y sus historias son reales y que esa realidad supera toda ficción. Y por respeto a los que vienen detrás se debe dejar la mojigatería y hablar las cosas como son: este país tiene tantas heridas como víctimas de la violencia y tantos males como guerrilleros y políticos hay. Y entre guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, sicarios y políticos se ha construido la historia. Mala suerte nomás: nos tocó nacer en una país plagado de ciertas lacras y esconderlo no es la solución.

Y de todos los niños que vienen detrás, esos que ustedes ven corriendo por ahí, jugando y bailoteando, una buena parte serán, lamentablemente, hampones y sicarios y matones (y no lo digo por pesimista , que lo soy,  sino por realista, porque es pan de cada día). Y confío en que otra buena parte estará conformada por aquellos que nos criticarán y nos enrostrarán a nosotros, las generaciones anteriores, nuestra dejadez, nuestra falta de tino, la cobardía, la negligencia. Y, por supuesto, confío en que, mirando la cantidad de errores y metidas de pata que nos mandamos, ellos harán las cosas de mejor forma y con mejores resultados. En todo caso algo queda claro: nada de lo que hagan o dejen de hacer los niños colombianos en un futuro será culpa de una telenovela. Menos de una telenovela basada en una obra literaria.

En mi infancia tuve un deporte favorito que afortunadamente me dejaron practicar: yo coleccionaba los casquetes de bala que caían en las noches al patio de la casa de mis abuelos, en donde nací y me crié. Porque en las noches siempre ‘quebraban’ a alguno. Al día siguiente ponía todos los casquetes juntitos de mayor a menor según el tamaño en la biblioteca, como si fueran una colección de figuritas. Y cada vez que un colombiano se empeña en no ver lo evidente, me acuerdo de mi colección de casquetes.

En una sociedad como la colombiana, hacerse el de la vista gorda también es un crimen. Y enseñarles a los niños a que se hagan los de la vista gorda en lugar de explicarles las cosas, es un crimen peor. Y un día ya no van a quedar telenovelas para echarles la culpa.

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