La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

Gallardía, civismo, la droga, el Cauca

De lo que pasó en el Cauca la semana pasada se saca algo visiblemente positivo: los indígenas rechazaron la militarización de su comunidad, por un lado; y por el otro, el ejercito no respondió a los empujones con tiros. ¿Qué tiene esto de positivo? Que ambos bandos dieron ejemplo de gallardía y civismo a toda la nación: de cara, la acción de cada participante dice «acá, conmigo, se detiene la barbarie».

En un país donde la clase (traqueto-politico-)pudiente maneja arrojándole su vehículo en cada cruce al peatón vulnerable, el que cede es el humillado. Pero eso no es así. O al menos no lo es para mí. Ni para un gran número de colombianos, que como yo, identifican la barbarie con la ley natural, la ley de las bestias, el «la fuerza es la razón».

Bajo esta lógica de las bestias, el estado es irrelevante: en un cruce, no hay necesidad de mediar, entre el peatón y el carro, el carro gana. Punto. El peatón tiene que ceder. Justamente el civismo es lo contrario. Ante un cruce, le cedo la vía al peatón. Así yo tenga a un bravucón pitando atrás, que no entiende por qué carajos no pongo a los peatones en su sitio (devuelta al andén), en un gesto de gallardía y civismo, digo «conmigo se acaba la  barbarie», acá no es la fuerza la que manda, muy al contrario, uso mi fuerza para que nadie ni tenga ni pueda valerse de ella (… la historía termina en que uno no torea a esos bravucones porque, como con un atracador, quien sabe quién, y con qué, le sale del carro …).

Resumo: el humillado no es el que cede, pues muestra buenas maneras, tiene fuerza para compartir, muestra la otra mejilla (lo cortes no quita lo valiente, dicen); el humillado es el que impone la ley de las bestias, pues se muestra como lo que es: un arrastrado. En el Cauca, cualquiera de los dos bandos hubiese podido sobrepasarse y de ahí pasar, no a ser humillado, sino a humillarse.

Dicho lo anterior, si una masa crítica de colombianos tuviesen tanta gallardía y civismo como la que tuvieron los indígenas y los soldados nuestro país sería muy diferente.

Me explico. A riesgo de que me llamen simplista, me atrevo a afirmar que lo que sucede en el Cauca no es sino una versión a escala de lo que sucede en todo el país: un frente de la guerra contra las drogas, una ridícula guerra de blancos. Una guerra en la que naturalmente los indígenas no tienen nada que hacer: su nación lleva cultivando la coca por cientos de años; ahora resulta que como unos blancos histéricos envuelven la planta de morbo, esta se vuelve asquerosamente rentable y de ahí una lucha por ese territorio geográficamente estratégico.

Bonito sería que suficientes colombianos tuviésemos la gallardía de exigir:  ¡váyanse a librar su guerra contra las drogas a otro sitio!

Aquí hay muchas necesidades reales: exigirle a la clase (traqueto-politico-)pudiente que agarre un poco de ímpetu industrial y le dé infraestructura al país en lugar de robarse la plata de los contratos, asegurarse de que el estado pueda garantizar el derecho a la propiedad y no tener que replegarse ante los que usurpan la tierra, agilizar la justicia para que la gente no se sienta frustrada y las instituciones funcionen…..

Pero no, acá, al parecer, ser patriota es repetir una versión criolla del cartel que aparece en una de esas famosas imágenes setenteras de Keith Richards «patience please…  a drug free America goes first«. Que adaptándola se volvería:

Paciencia por favor…. lo primero es un territorio libre de drogas.

(…. y mientras tanto los señores de la guerra felices, nuestra vida militarizada y el campo aislado)

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