La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

La pregunta no es ¿legalizar? sino ¿cómo reformar la política de drogas?

La suma social del pequeño esfuerzo que cada quien hace en su día a día, en especial cuando consideramos a todos juntos, sin lugar a dudas arroja muchísima más energía en el mundo que lo que hacen las poco frecuente proezas heroicas.

-Robert Musil

La política de drogas no va a cambiar radicalmente después de un gran debate donde todas las partes se van a poner de acuerdo. Eso ya se hizo una vez, en los sesentas, y el resultado fue lo que hemos vivido: La Convención Única de 1961 sobre estupefacientes. Sin embargo la política debe cambiar, porque es un verdadero desastre.

La prohibición ha hecho del negocio de las drogas una industria tan lucrativa para la mafia que esta hoy es tan asquerosamente rica que sus tentáculos desestabilizan y capturan estados; además, ha impuesto una política tan impracticable que genera desprecio por la ley y que se aplica con tal discriminación que se ha convertido en una verdadera política de limpieza social; y encima de todo, ha llevado el consumo de drogas a una precariedad tal que mina esfuerzos mundiales por controlar epidemias. Peor no se puede.

Ante la agitación que se ha vivido en las últimas semanas alrededor del tema de la legalización, pudimos repasar la opinión ya generalizada que le hace eco a las palabras del ejecutivo: «hay que abrir el debate» (hasta el embajador gringo se monto al bus). Pero al parecer las ideas paran ahí. Nadie quiere «abrir el debate». Tal vez es el General Naranjo el que más ha avanzado preguntando ¿Cuáles drogas se legalizarían? ¿Qué se está pensando con legalización: regulación, descriminalización? ¿Qué pasa con la producción?

Y es que esas son justamente las preguntas que hay que resolver. El problema de la droga ha estado politizado ya por un buen rato, y no se va a despolitizar de la noche a la mañana. Y menos con interlocutores sordos que desvían el debate a un tema de geopolítica, de seguridad nacional o de libertades o que trivializan el problema hablando de moral y de valores.

La pregunta no es ¿legalización? sino ¿cómo reformar la política actual? Tan equivocados están los que creen que el sistema actual debe ser reforzado como los que creen que tiene que ser reformado completamente.

Aquí hace falta una dosis de realismo:

1. Pretender controlar la sociedad entera para que no consuma es francamente ridículo: nada más en Colombia, donde no se consume tanto, cada año 2 500 por cada 100 000 habitantes consumen. Ni siquiera con pena de muerte se ha erradicado en lugar alguno, en época alguna, el consumo de droga alguna. ¿Qué sentido tiene criminalizar en un república una actividad que más de 1 de cada 5 ciudadanos no cree que así debería ser? (Ni el secuestro, ni el asesinato, ni el robo tienen tanta aprobación como lo tiene el consumo de drogas).

2. La legalización sí incrementaría el consumo, pero no por mucho: en los años que le siguieron a la prohibición del alcohol los indices de consumo subieron poco a poco hasta alcanzar, luego de veinte años cuando el consumo se estabilizó, un máximo (igual al indice antes de la prohibición). De igual modo los indices de consumo en Portugal hoy son mayores entre los adultos que hace 10 años (pero menores entre los adolescentes, que es la cifra crítica de consumo). Aunque hoy sean más los consumidores, ni en Estados Unidos, ni en Portugal se esta considerando echar marcha atrás. La evidencia sugiere que reducir en unos cuantos puntos el indice de consumo no vale su costo.

3. La legalización no acabará instantáneamente con la violencia: los peores años, medidos en tasas de homicidios, fueron los dos después de que se desmontó la prohibición. La transición no fue pacífica. Los defensores de la prohibición dicen que la violencia ligada al tráfico es una muestra de que el mercado se está contrayendo. Aunque ellos utilizan ese argumento para pretender que ya casi ganan la guerra contra las drogas (lo cual es risible pues llevan diciendo eso desde hace décadas), sí es un punto a tener en cuenta en el momento de hacer tal transición. Aún así, eventualmente la tasa de homicidios se redujo sustancialmente.

4. Se permita o no la producción, siempre habrá drogas de contrabando, y así siempre habrá que perseguirlas: sucede hoy con el alcohol y con el cigarrillo. Pero en el mercado regulado el consumidor sabe que obtiene y el proveedor sabe que está dando, disminuyendo los accidentes ligados al consumo.

5. Estigmatizar o criminalizar el consumidor socava los esfuerzos por mitigar los daños relacionados al consumo: simplemente porque estas medidas los alejan. La solución frente a los enfermedades de trasmisión sexual, los accidentes de tránsito o los de cocina no está ni en prohibir el sexo, ni los vehículos, ni los fogones, sino está en informar a la gente sobre los riesgos y darles herramientas para que no se hagan daño: preservativos, cinturones de seguridad, licencias de conducción, olor para el gas…

6. La inmensa mayoría de los que consumen drogas no tienen problemas ligados a este, ni los tendrán: los accidentes pasan, pero la sociedad entera no se tiene que traumatizar para evitarlos. No es porque hay accidentes aéreos que vamos a prohibir volar. Hay que mitigar los riesgos y luchar contra los problemas estructurales. Y no al contrario, como lo hace la política actual: mitiga los problemas estructurales (Plan Colombia) y lucha contra los riesgos (persecución del consumidor).

Así que cada quien tiene que resolver si esta dispuesto a vivir con más consumidores pero con menos violencia y corrupción; o vivir con los problemas ligados a tener una actividad generalizada, lucrativa y peligrosa fuera de todo control, pero con unos cuantos consumidores menos. Y digo cada quien porque no habrá un cambio estructural revolucionario en materia de drogas. No por el momento, al menos.

El cambio no va a ocurrir con un hombre extraordinario que tenga tal carisma que cambie el mundo de la noche a la mañana (¡eso ni Jesús!) sino con el esfuerzo continuo de ciudadanos comunes, corrientes y competentes. Estos ciudadanos trabajan con lo que tienen: sea el consumo legal o no, procuran aliviar los problemas de los adictos; sea la producción legal o no, procuran concientizar a los consumidores para que estos minimizen los riesgos asociados; sea el tema estigmatizado o no, hablan con franqueza de las drogas. Y son esas acciones las que labran el camino hacia un cambio.

Dos ejemplo:

1. Lo que hizo Portugal fue algo pequeño: se dio cuenta de que enjaulando a los consumidores de heroína el problema del VIH no paraba de crecer, y así, decidió empezar a ofrecerles otra opción. Ofreciendo orientación sin moralismo o castigo a los consumidores lograron disminuir el consumo entre adolencentes, parar la epidemia de VIH, y disminuir los accidentes del consumo (cosa muy diferente de Suecia, donde el consumo es bajo aunque comparable al de sus vecinos menos punitivos y al de Portugal, pero con graves indicadores entre los consumidores problemáticos y con un modelo difícilmente reproducible en otros países). Hoy por hoy la política de drogas de Portugal es fuente de orgullo nacional. No hubo un gran debate público, ni se enfrentaron al orden mundial, pero sí lograron un cambio que arroja luz sobre el problema: es posible seguir otro paradigma en materia de drogas que beneficia a la sociedad entera, incluyendo consumidores.

2. En otros países se está permitiendo el autocultivo (como España, Suiza, República Checa…), lo cual desvía plata de las mafias. Permitiendo a los autocultivadores de marihuana asociarse han generado negocios que engordan las arcas del estado envés de las de las organizaciones criminales. Otro cambio gradual que allana el camino: el negocio de la droga no tiene que parar en manos de grandes capitales que promueven el consumo; con libre asociación, gente con intereses convergentes puede organizarse.

Los países andinos podrían tener compañías nacionales que se encargarían de comprarle la coca a los campesinos y de la cual los que quieran elaborar productos con bajo contenido de cocaína (bebidas, comidas u otros productos) podrían comprar la hoja.

A nivel global un pequeño cambio sería parar de exigir consenso mundial: que se le devolviese la soberanía a las naciones y que cada una pudiese experimentar con la política de drogas que considerase necesaria. Igual el tráfico y contrabando tendría que seguir siendo perseguido y para eso el andamiaje de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen sigue siendo relevante.

Existen muchísimas cosas pequeñas que se pueden hacer para avanzar un poco en el tema. Y encontrarlas es la verdadera cuestión. El fin  es que una buena parte de la población se convenza de que la sociedad puede convivir con el consumo y que eso no representaría el fin de la civilización, sino que al contrario: todos ganaríamos. Pero esto solo se logra con cambios graduales, con el pequeño esfuerzo de mucha gente competente.

Finalizo anotando que ya existe un manual sobre como podría regularse la producción y la venta, con una hoja de ruta sobre como modificar los tratados internacionales (que ya comenté aquí… y acá). Lo que pasa es que siempre es más fácil pretender que tales textos no existen e insistir en que nadie ha traído ideas al respecto.

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