La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

De «la mata que mata» y otras estupideces

Desde su principio la prohibición de estupefacientes se ha fundamentado en el racismo. La impresión que una comunidad tiene de una droga esta correlacionada a cuanto su uso se asocia con alguna minoría. Y no hay que ver muy lejos para convencerse de esto; recordemos que muchos creían que la chicha (que fue ilegal) era la causa de la supuesta incapacidad intelectual de los indígenas, como también se creía respecto a la coca.

Antes de la prohibición, la última política pública fundamentada en el racismo fue la esclavitud, que fue un desastre: las economías que tomaron más tiempo en desmontarla pagaron el precio de retrasar su desarrollo económico. De nuevo, podemos tomar como ejemplo en el país la diferencia entre el desarrollo económico del Cauca y el de Antioquia. En la primera la producción se basó en un sistema de explotación y en la segunda en el trabajo de colonos libres.

Lo mismo sucederá con la prohibición, pues esta es también una política pública desastrosa. La cantidad de dinero y de recursos desperdiciados en alcanzar los objetivos de este proyecto han sido todos en vano: la droga es cada vez más accesible, más pura, más barata y más consumida. Y la cosa no sería tan crítica si los efectos de la prohibición se limitasen únicamente al plano del consumo de droga.

«El narcotráfico en sí mismo condujo a que la tasa de homicidios de Colombia fuera una de las más altas del mundo» [1], y el mismo fenómeno se observa hoy en las regiones de Méjico donde la mafia tiene mayor presencia. Puede que a algunos les parezca que los problemas que trae consigo la prohibición estén de retirada en Colombia, pero nuestro desarrollo sigue minado: el tán anelado éxito de la ley de restitución de tierras tendrá como gran obstáculo las bandas de narcotráficantes.

Claro, las mafias no desaparecerán con la legalización. Pero la prohibición hace mucho más que llenar las arcas de los narcotráficantes: les da una enorme liquidez que permea toda la estructura criminal haciéndola más efectiva, pues la droga se tranza en efectivo.

Los que justifican la prohibición lo hacían primero advirtiendo que la toxicomanía entraña un peligro social y ecónomico para la humanidad. Pero desde siempre ha sido en los países ricos donde más se consume  droga y en los pobres donde menos. Ahora la justifican con el argumento patético de estar protegiendo a los países pobres que no pueden costear tratamientos. Como si el desmonte de las políticas públicas desastrosas fuese un obsequío, un gusto, una chuchería que le dan los gobernantes únicamente a sus pueblos más aventajados. Como si le hubiésemos dado razón a los que exigían primero educar a los esclavos como requisito para liberarlos.

Entremos ahora en materia: la prohibición en Colombia. Miremos el caso de la hoja de coca y de la cocaína. Un cafe común y corriente contiene aproximadamente 2 miligramos de cafeína por cada 10 mililitros. La misma concentración, pero de cocaína, tenía el vino Miriani (una bebida muy popular en Europa por los años 1890), y una muchísima más baja tiene el té de coca (aproximadamente 0.17mg por cada 10mL). Una o dos tazas (240mL con 48mg) en aquella concentración son seguras para un adulto promedio. Lo mismo se puede decir de la efedrina que es un estimulante que se encuentra en la efedra: una dosis de 50mg está bien. Pero la cosa se pone peligrosa si uno excede estas cantidades consumiendo los estimulantes en forma aislada y exagerada: 500mg de cafeína o de cocaína son peligrosos cuando se administran de forma oral y letales si se aplican de forma intravenosa.

Entonces, si es seguro el consumo en pequeñas cantidades de estos trés estimulantes, cafeína, cocaína y efedrina, pero peligroso cuando se consume excesivamente en su presentación aislada, por qué solo se prohíbe el cultivo de coca, y no el de café o el de efedra? La razón es muy simple: los políticos de la zona andina que firmaron los tratados internacionales de control de estupefacientes no represetaban a su pueblo sino a una élite racista. Al dejarse meter estos tratados condenaron el futuro de sus pueblos.

Y las necedades de nuestros dirigentes se han seguido repitiendo a lo largo de nuestra historia. Por ejemplo: ¿Qué sacó el anterior gobierno con mentirle a la opinión pública repitiendo consignas ridículas del estilo: «los cultivos ilícitos destruyen la naturaleza» o «la mata que mata»? Tanto un cafetal como un cultivo de coca tienen exactamente la misma capacidad de destruir la naturaleza y de matar. Así pues, lo de destruir la naturaleza y lo de matar viene del contexto y no de la planta: bajo su prohibición la coca destruye la naturaleza, bajo su prohibición la coca mata (tal y como sucedería si prohibiésemos el café). Bien hace la comunidad Nasa al pedir que se repare este oprobio.

El colmo de la irresponsabilidad se alcanzó con el proyecto de modificar la Constitución para revertir la famosa sentencia C221 de 1994, en la cúal se descriminalizó el porte de pequeñas cantidades de estupefacientes. El proyecto proponía agregarle a nuestra constitución lo siguiente:

«El porte y el consumo de sustancias estupefacientes o sicotrópicas está prohibido, salvo prescripción médica.»

Pues bien, la cafeína también es un estupefaciente. Naturalmente, el propósito de esta modificación no era el de prohibir los estupefacientes legales que muchos consumimos, sino que era el de prohibir las sustancias sujetas a fiscalización bajo tratados internacionales. Pero eso no se especifica en el texto propuesto. Ahora, aunque se hubiese incorporado eso al texto, en nuestra Constitución solo se hace referencia a los tratados y convenios internacionales cuando se establece como se debe proceder con ellos, cuando se describen los límites del territorio nacional y cuando se habla de nuestro compromiso con los derechos humanos. ¿Cómo se le pudo ocurrir a alguien proponer que renunciemos a nuestra dignidad, sujetando la interpretación de nuestra Constitución a unos tratados internacionales? Sobre todo a unos tratados tan controversiales como los de control de estupafacientes. Afortunadamente y a buena hora, la administración actual sepultó el proyecto.

Algunos padres podrán creer que la despenalización de la dósis personal produjo un incremento del consumo de droga. Estos deben saber que no hay correlación entre el indice de consumo y cuanto la ley lo reprime. Basta con comparar los indices de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, con los de Portugal y Holanda.

Estos mismos padres creerán que es sólo bajo un régimen que reprime a los consumidores de droga que sus hijos estarán libres de la amenaza. Están igualmente equivocados, la represión solo protege a nuestros hijos mientras estos no estén expuestos a la droga, que es cuando no necesitan protección. Es precisamente en el momento en que sí la necesitan, es decir cuando estan expuestos a la droga, que la represión y la prohibición convierte a nuestros hijos en enemigos de la sociedad y además renuncia a protegerlos. Nuestros hijos están expuestos a diario al cigarrillo y al alcohol, la regulación los mantiene fuera de su alcanze. También están expuestos en los centros urbanos a las drogas ilegales, y la prohibición esta ahí para empeorar la situación: asegurandose de que los que la venden y lo que venden no estén regulados.

Cada vez que oímos hablar de un incremento en los indices de consumo de droga, no se debería entender como un llamado a reforzar lo que hasta el momento hemos intentado y ha fallado. Se debería esto entender como un fracaso de la política actual que ha venido fallando por ya casi cincuenta años. Legalizar, controlar y regular el mercado y el consumo de la droga es lo que necesitamos.

Referencias fuera de la Internet y Notas

[1]: S. Kalmanovitz, ed. Nueva historia económica de Colombia, Cap. 15, Fundación Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2010.

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