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El final de los años

Un se–or mayor pasea por una calle de Madrid.
El final de los años

 

Entré a una oficina de un banco en un centro comercial de Bogotá.  Casualmente estaba casi solo, tal vez por la hora, eran cerca de las 9:10 de la mañana.  Había una persona haciendo fila y otra en la ventanilla del cajero.

Rápidamente me ubiqué en la pequeña fila.  Mientras alistaba mis recibos noté que entró un señor joven, le pondría unos 45 años, con un recibo en la mano como de un impuesto y revisando el celular en la otra. A los pocos segundos entra un señor de avanzada edad, le calculo 80 años, caminando muy lento y arrastrando sus pies. Se detuvo al lado de la fila, como si fuera una fila de atención prioritaria.

El señor de 45 años,  le dice con un tono muy agresivo, como reclamándole, que no se cole y le señala la fila donde estamos.  El señor se queda en silencio, lo mira como avergonzado y le pregunta a la cajera si ésa es la fila de atención de la tercera edad.  La cajera le responde que, está sola y que no puede atender fila prioritaria.

El señor de 45 años, le hace un gesto burlón y entre risas le dice – le tocó hacer cola…  Luego me mira y se ríe, como buscando complicidad en la actitud ridícula que acababa de hacer.   En ese momento sentí que la sangre me hervía, el corazón se me aceleraba y con tono alto y fuerte le dije: No se ría mucho que todos vamos para allá. Haciendo referencia a la edad del anciano,  que muy juicioso, en ese momento,  daba pasos lentos para llegar a nuestra fila.

El señor de 45 años, se sonrojó después de mi comentario y balbuceo algo que ni le puse atención.  Por fin el señor anciano ya estaba en la fila y viendo el comentario que le hice al otro señor, me sonrió y me dice en tono dulce –yo quisiera vivir toda la vida… así es uno de joven (señalando al señor que estaba en medio de nosotros)  cree que así, activos, rápidos, con  energía  va a estar toda la vida… pero los años no vienen solos…

Le sonreí y le pregunté que si quería pasar en mi lugar, ya que para ese momento era mi turno de pasar a la caja. Y me dijo que no, que gracias, que no me preocupara, que así él descansaba unos minutos, que siguiera tranquila.

Luego de esto me quedo sonando la actitud del señor de 45 años. Creo que en ocasiones no somos solidarios con otras personas.

Confieso que yo no era muy compasiva  con los ancianos, no me generaban esa ternura y esa consideración, tal vez por no tener nunca una figura de abuelo tierno y dulce, me era indiferente.   Pero luego comprendí, al ver a mi mamá lidiando con una enfermedad, unida con la edad avanzada, luego de haber sido tan activa siempre, que me producía compasión, amor, ternura y solidaridad.

Así como los bebés  comienzan a aprender a agarrar las cosas y a soltarlas y tienen adultos acompañando ese proceso, creo que al final de la vida debemos acompañarlos también y tener mucha compasión y solidaridad.   Es el mismo proceso, pero al revés.

Sería maravilloso llegar al final de la vida con la misma energía de los 20, de los 30 o de los 40, pero lo cierto es que envejecer es un proceso natural para todos sin excepción y no sabemos cómo o en qué circunstancias lo vayamos a enfrentar.

Así que hoy los invito a que seamos más solidarios con las personas de la tercera edad.      A no hacerles mala cara cuando se demoran en un cajero electrónico.  No encenderlos a pito cuando van manejando despacio. No acosarlos cuando se demoran haciendo un pedido o pasando el mercado en la caja, entre muchas otras cosas y entender lo complejo que indica ir perdiendo la energía, la fuerza, la vitalidad.

Todos, eventualmente, con suerte, vamos para allá.

En Twitter: @AndreaVillate

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