El Cuento

Publicado el ricardogonduq

Mi noche de horror con las Farc I

Hace 17 años estuve por única vez de frente al conflicto armado del país en la toma de las Farc a Caicedonia en el Valle del Cauca. Hoy, cuando frente a lo que estoy es al fin de la guerra con ese grupo armado, por supuesto que no es fácil entender y aceptar todos los beneficios que podrán tener las personas que me hicieron vivir una noche de terror, en la que pensaba que iba a encontrar muertas a mi mamá y mi abuela cuando terminara la toma. Pero entenderlo y aceptarlo hace parte del perdón, eso es realmente hacer la paz. Hacer la paz no es solamente ir a la iglesia a darse la mano con los semejantes, es comprender que con los enemigos se puede llegar a puntos de entendimiento sin usar la violencia.

Caicedonia1

Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

El 23 de julio de 1999 cuando todavía desempacaba los regalos de mi cumpleaños la noche anterior, algo no andaba bien en Caicedonia, el pueblo de mi mamá y mi abuela. En la tarde, el sonido de las sirenas de una de las dos patrullas de Policía que había en el pueblo ya anunciaban lo peor. La cara de desespero de quien la  conducía era por cuenta de una amenaza más, de las que ya eran parte del chisme diario y que ya parecía el cuento del Pastorcito Mentiroso, pues una y otra vez nos habían dicho que las Farc se iban a tomar el municipio.

Esa misma tarde, mientras el sol valluno de mitad de año caía sobre la casa de mi abuela frente al parque principal de Caicedonia, mi primo Juan Sebastián Montes y yo todavía no decidíamos si esa noche nos iríamos a dormir a la casa de nuestra tía, unas cuadras más al sur. Antes de que llegara la noche finalmente salimos para allá, al lugar donde horas después estaríamos un poco más a salvo.

En medio de un mojicón y una manzana Postobón, pues a los nueve años de edad no me dejaban tomar Coca-Cola; mi primo, mi tía y yo escuchamos las primeras ráfagas de disparos, ese estruendo que nunca más se borró de mi mente y que por muchos años me hizo tenerle pánico al sonido de los helicópteros, al punto que por muchos años ver uno me hacía temer porque me fueran a disparar. Mi tía, quien sí estuvo atenta al sonido que para nosotros pudo ser pólvora o cualquier otra cosa, se levantó de la cama a contestar el teléfono de disco de color naranja. Nosotros no escuchamos nada, pero al otro lado de la línea le contaron lo que tanto temíamos: “Ahora sí se metió la guerrilla”.

Quizá en medio del desespero sin saber lo que podría ocurrir esa noche, sin saber realmente cómo actuar con dos niños que estaban sin sus papás, nos dijo que ya regresaba, que no nos moviéramos de la habitación y que nos metiéramos debajo de la cama; pero que estuviéramos tranquilos. A esta edad por supuesto que esa combinación de cosas suena incoherente, pero en ese momento obedecimos.

En épocas en que solo una élite tenía celulares, mi tía Celina Giraldo salió a advertirle a su hermano que el frente 40 de las Farc, con 150 hombres que bajaron de las veredas en jeeps Willys, se acababa de tomar el pueblo. Debajo de la cama, después de que los disparos tan repetidos dejaban de confundirse con pólvora, pude entender lo que estaba pasando y le dije a mi primo que con toda seguridad finalmente la guerrilla estaba en las calles del pueblo.

Faltaban apenas pocos minutos para las ocho y ésa ya era una noche de horror. Muy rápido, la guerrilla llegó al parque principal, donde como en todo pueblo están las sucursales bancarias. Al lado occidental, Bancolombia; al norte el entonces Megabanco y al oriente el Banco Cafetero, justo al lado de la casa de mi abuela donde ella y mi mamá ya vivían el pánico ensordecedor por el enfrentamiento que se dio entre la Policía y los guerrilleros frente a la iglesia.

La casa de mi abuela no solo está al lado del hoy Davivienda, antes Bancafe; también colinda con las oficinas de Telecom y al frente tiene una gigantesca antena que por años sirvió para “hacer pequeño al mundo” como decía el eslogan de la compañía para las llamadas a larga distancia. Días antes de la toma, jugando o imaginando, me había quedado viendo esa imponente antena y pensé que si llegara a caerse hacia la casa, la aplastaría por completo con todos los que estuviéramos adentro. Esa noche, ese pensamiento volvió a mi mente.

Los guerrilleros de las Farc empezaron a detonar cargas de dinamita justo al lado de Telecom, para poder entrar al Banco Cafetero y robarse las bóvedas de dinero. En ese entonces, aunque ya empezaba a desdibujarse, ellos tenían la imagen de ser una especie de ‘Robin Hood criollos’ que le robaban a los ricos banqueros del país para solventarse ellos. Pero esa noche, esa financiación de la revolución fariana me costó lágrimas, angustia, desespero, impotencia y un miedo indescriptible a perder a mi mamá Laura y a mi abuela Magnoly, que por fortuna nunca más volví a sentir.

Cada que escuchaba una de esas explosiones, me quedaba mirando desde la ventana de la casa de mi tía para saber si la baliza de la antena de Telecom seguía funcionando, y verla encendida, se convertía en una señal de que estaban bien las dos mujeres de mi vida. De inmediato, corría al teléfono naranja para poder escuchar sus voces y descartar los más horrorosos pensamientos. Pero ellas allá estaban viviendo otro drama.

Ni con toda la carga de dinamita que hayan usado las Farc en toda su historia de guerra hubieran podido abrir la caja fuerte del Banco Cafetero esa noche. Eso se los confesó a mi mamá y a mi abuela, la gerente del banco, Ángela María Jaramillo, a quien ellas habían resguardado en la casa después de que comenzara la toma guerrillera. Según lo que ella sabía, la tecnología de esas bóvedas causaba que entre más las dinamitaran, más se cerraba y si en algún momento se abría, sería con los billetes incinerados. Pero los guerrilleros no sabían eso, así que continuaron usando todos los explosivos posibles.

Y mientras tanto yo me ahogaba de llorar en la casa de mi tía, al ver que esos tipos no se detenían y que probablemente esa historia terminaría como la de tantos otros municipios y tantas familias que veía en las noticias en la peor época del conflicto armado en Colombia. Mi primo, mientras tanto, lloraba por su abuela que en Cali probablemente alterada por lo que pasaba, seguía la horrorosa noticia.

Horas después, la inverosímil toma guerrillera de las Farc a Caicedonia, se convertiría en una demostración de saqueo, de ironía de los guerrilleros llamando ladrones a los habitantes del municipio y de hastío político.

Continuará…

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