Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El Guasón, una crítica atrasada

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Una película buena, una de esas que se queda dando vueltas en la cabeza.

Es verdad que la actuación de Joaquin Phoenix es extraordinaria, y es verdad que la película entretiene desde el primer minuto, y se va hasta el último sin dejarnos aburrir.

Para ser una película de Hollywood, asombra en varios aspectos:

Que el Guasón sea loco, pero un loco bien construido, un loco por fuera de los estereotipos. Su dramática carcajada, entre la risa y el llanto, es un aspecto atractivo, por novedoso y porque no se utiliza solo como “adorno” del personaje, sino que le da sentido a muchas situaciones de la película.

Que el Guasón asesine, pero que no se convierta en un fumigador, tipo Rambo o Terminator es valioso. En una película tipo Hollywood: los muertos cuando caen lo hacen en docenas. En esta película no se manosea la muerte, aunque sea una película con violencia. En Hollywood la violencia tiene un patrón, las muertes van escalando en número y en espectacularidad y llegan a umbrales de fantasía. Se abusa del espectador, como si se le quisiera sacar las tripas a él también. Se le abona a la película que la indiferencia social sea expuesta como una de las formas de violencia más perjudiciales para el individuo.

Es buena idea que desde el principio la película no informe sobre la infancia del Guasón. Es un acierto que además la historia de su infancia traumática se descubra debido a una historia falsa que le llega al Guasón por medio de una carta, y que, al mismo tiempo, esta revele la locura de su madre.

Joaquín Phoenix adelgazó para hacer la película, y el “maquillaje” de la espalda insinúa una deformación en los huesos nada exagerada, pero conmovedora por las asociaciones que permite hacer con las historias narradas sobre su infancia. Los acercamientos con la cámara a la cara de Phoenix son maravillosos, pues son diversos: por momentos, el espectador ve un joven loco; otras veces ve un viejo acabado; otras veces, un payaso; otras, casi un animal; otras, un humano con toda la carga de dolor que pueda arrastrarse en la vida, y así. Desde Bergman, cuando filmaba a Liv Ullman, uno no veía un close up de rostro tan variado y comunicativo como este.

El Guasón, además de ser muy delgado, de estar físicamente acabado, de ser triste, de ser casi retrasado mental, de tener alucinaciones, de ser capaz de matar con una pistola (no es fácil, si uno nunca ha disparado), tiene alma de artista, de humorista y de bailarín. La idea de que baile, de que mueva las manos y los brazos con delicadeza, armonía y elegancia, es una idea estética sutil, pero se utiliza muchas veces, más de las que sería deseable. Menos bailes dejarían una mejor sensación en el espectador.

Gusta ver que la película muestra una cierta ambigüedad en el comportamiento del Guasón, una perfecta coherencia sería lo propio del cine de Hollywood. Por ejemplo, el Guasón es un buen hijo, que cuida a su madre, pero es capaz de asfixiarla cuando las circunstancias son tétricas para ella, o por venganza. Uno se queda sin descubrir la razón. Ese asesinato se mueve en la ambigüedad, entre ser piadoso y ser vengativo.

La película se vuelve típica hollywoodense y no aburre, pero ya se deja predecir desde el momento en que el Guasón asesina innecesariamente a su compañero de trabajo; luego, durante la filmación del show de televisión, dice cosas por fuera de su capacidad mental, frases aleccionadoras, muy coherentes, muy pensadas y con sentido, y le da un tiro —justo en la frente— al humorista que lo invitó. Como todavía no es suficiente para hacer un gran final, entonces llega la gran danza de los payasos, la locura colectiva que da razón a los sin razón; ah, y la resurrección de Lázaro: el medio muerto del guasón que se levanta a bailar en el techo de un auto, segundos después de haber quedado inconsciente. Y para qué seguir, todo lo demás es todavía peor.

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