LA CASA ENCENDIDA

Publicado el Marco Antonio Valencia

POPAYÁN: CIUDAD HERIDA

 

Es verdad que el mundo debería ser más solidario y más piadoso, pero si me vienen a mutilar la paz de mis días, si me vienen a quitar el pan de la boca, que no esperen cuando lleguen a buscarme, ni palomas ni flores en la puerta de mi casa.

Por causa del paro de cafeteros, Popayán por ocho días fue una cárcel, un lugar donde se pisotearon los derechos de la gente y se arrancaron árboles y se maldijeron a los que exigían un poco de respeto… y niños y enfermos estuvieron a punto de perder la vida en los hospitales porque a los señores del paro les dio por secuestrar, extorsionar y retener de manera ilegal las ambulancias y los camiones de la comida.

Un grupo de gentes, unos ingenuos de la revolución que luchan por sus derechos como héroes “de altísimos valores” con las banderas de su “dignidad individual”, hondeando en el cenit la paz y la libertad de la nación, pisotearon los derechos ajenos y los derechos de otras miles de familias por que sí, por una lógica perversa y patológica de los terroristas: “si no hay paz para unos, que nadie la tenga”.

Pero nada, aquí nadie dijo nada. Popayán es una ciudad indiferente que es capaz de levitar de hambre ante la presencia de la sucia barbarie de los nuevos adalides de la justicia… Es una ciudad que pasa siempre de agache ante los embates de la historia que ocurren en sus jardines, donde sus gobernantes inanes no tienen ojos más allá de sus iglesias y sus ladrillos de musgo. Entonces, los seudo-héroes de la patria, la secuestran cuando quieren y no pasa nada, y esta semana pasada nadie dijo nada.

De corazón mezquino y pidiendo amor, estos señores disfrazados de ovejas pobres y menesterosas dejaron sin libertades a los payaneses por ocho días y nada les pasó. ¡Secuestraron 280 mil personas!, y nada pasó. Y como por arte de magia, de ciudad blanca a ciudad de la impunidad. Pero a la brava no, no lograron la solidaridad de los payaneses.  O será que la luz no ilumina al interior de las tumbas, o la rabia que enceguece a unos no crea sino indiferencia en la voluntad de los otros…

Los dueños de una verdad que esgrimen demandas con secuestros, esos que demandan con chantajes al gobierno sin piedad ni miramientos humanitarios, que piden justicia y exigen a la fuerza solidaridad de todos, esos que  hacen lo que les da la gana cuando no hay autoridad, o cuando los mandatarios civiles están más pendientes de los votos de la próxima elección que por hacer cumplir la ley que juraron, esos no lograron sino indiferencia de la mayoría.

Si miro al oriente no hay más que rabia. Al occidente y al sur ya sabemos que hay hambre y desespero; y en el norte, en el norte todos conocen ya que en el norte no hay mundo normal, sino una estela de ráfagas y heridos  sin esperanza.

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