Cuero a sol y sombra

Publicado el Jaime Santirso

Entrenadores

El baile ha comenzado. Ha tenido que llegar diciembre para que los banquillos quemen, haciendo que los dueños de las posaderas allí apoyadas se levanten, agarren sus cosas y abandonen el lugar. Los despidos, dimisiones, ceses y renuncias tienen el vergonzoso reclamo que emana de la desgracia ajena y causan el deleite de aquellos que acuden a la plaza esperando que, este día sí, el toro pille al torero. Pero también tiene el atractivo esperanzado del césped que aparece por sorpresa en terreno cuarteado y árido, encarnado en el hombre que, por fortuna o sabiduría, pone a funcionar un equipo atascado.

Valencia y Espanyol. Pellegrino y Pochettino, dos argentinos y exfutbolistas, dos Mauricios. Dos maneras de caer en la misma desgracia. Un puñado de candidatos ante dos asientos vacíos. La coreografía de una danza previsible.

Todavía no se ha encontrado la receta para evitar que a partir del éxito se dibuje un mapa que no suele corresponder con la realidad. El camino que llevó a la cumbre a nuestro vecino no es una camisa intercambiable ni una lista de ingredientes imprescindibles. El último paradigma se inspira en Guardiola. El candidato ideal de hoy se mira en el espejo y se ve lo suficientemente viejo como para no poder vestirse de corto y lo suficientemente joven como para empezar trabajar el fútbol desde la banda. Igual que en los mercados la prima de riesgo nacional cotiza al alta, en los banquillos la experiencia deportiva cotiza a la baja. La confianza en apuestas arriesgadas pero acertadas se ha acomodado. Ahora llegan sus primeras turbulencias.

Pellegrino fue una apuesta personal de Manuel Llorente, presidente del Valencia. Empeñado en cerrar una etapa exitosa, no le tembló el pulso a la hora de deshacerse del talentoso Unai Emery. Cuando se cerró su incorporación, Pellegrino apenas había dirigido antes un equipo en solitario. Ser el segundo de Benítez era una prestigiosa acreditación que se ha antojado insuficiente. Aunque fue una jugada temeraria, está acorde con el marco actual. Vivimos una ruptura, somos testigos de una renovación generacional. Tito Vilanova, Míchel, Simeone, Pepe Mel, Djukic, Luis García, Paco Jémez, Oltra y los dos defenestrados, entre otros. Un grupo de jóvenes ha dado un paso adelante y ha hecho a un lado a gran parte de la vieja escuela.

El otro joven técnico que ha hecho las maletas ha sido Pochettino. Mauricio ha sido víctima de la pasión española: en el amor, ardientes nosotros, queremos con locura, casi tanto como lo rápido que olvidamos. Llegó a Barcelona y le sacó una sonrisa a un club triste. No se lo ganó con triunfos, tampoco hizo falta. Dedicación y esfuerzo fueron suficientes. Por suerte para él, solo era necesario un poco de cariño para enamorar al Espanyol y a su gente. Las cosas no iban de maravilla, pero iban, que no era poco, y algunos quisieron hacerlo para siempre. “Queremos que sea nuestro Ferguson”: una expresión conocida en estos romances.

El escocés y sus 27 temporadas en el banquillo del Manchester United representan otro molde inalcanzable. El hombre por encima de la tiranía de los resultados. La piedra que sustenta el peso insoportable de una catedral tan solemne como un club de fútbol. En Inglaterra las cosas funcionan de otra manera. En nuestra visceral cultura nacional y futbolística, el entrenador es la única palanca que se puede empujar cuando hace falta provocar una reacción. Nunca habrá un Ferguson en España. En parte, porque no es la misma profesión. El manager inglés está más arriba en el organigrama del club, controlando vigilante la parcela deportiva del fútbol al completo. Está más cerca de los despachos que del campo de entrenamiento. Más traje, menos chándal, porque el único cuero que se lleva bien con el césped es esférico. Es un esquema que Mourinho ha tratado de reproducir en el Real Madrid pero sigue sin encajar. No es un problema organizativo a secas, tiene tintas de cuestión identitaria.

Como era de esperar, llegaron los malos resultados y la solución fue la de siempre: dos disparos, dos despidos. Pochettino. Pellegrino. Ellos vuelven a sus casas. Mientras tanto, nosotros podemos preguntarnos si realmente han sido los culpables de la mala marcha de su equipo. Quizás la respuesta sea ‘no’, pero el fútbol tiene un motor extraño: aún cambiando la pieza equivocada puedes arreglar el mecanismo.

 Jaime Santirso

@jsantirso

 

Comentarios