Con los pies en la tierra

Publicado el Observatorio de Tierras

Campesinos: el baile de los que sobran

María Fernanda Anaya

Recientemente el país, principalmente la zona del Caribe, se vio envuelto en las acciones terroristas del grupo armado paramilitar Clan del Golfo, a raíz de la extradición de su máximo jefe en turno: Dairo Antonio Úsuga, Alias Otoniel.

Lo del paro armado iniciado en la primera semana de mayo indica que nos encontramos ante un Estado que, si bien existe, no está presente. Un Estado incapaz de frenar las acciones que alteran “el orden público” y que envuelven a la población a estados de miedo, terror y zozobra. Es precisamente la población colombiana la que es víctima de dicho Estado que existe, pero muestra desinterés. Mi columna va dedicada a los campesinos que son una parte de la población más afectada por las acciones cometidas por este grupo paramilitar. 

¿Quién se detiene a pensar en los campesinos? Es irónico que en municipios como Tierralta (Córdoba) las personas hagan fila al frente de un almacén de cadena famoso en la costa Caribe para conseguir alimentos de la canasta familiar. ¿Por qué en tiempos de guerra cruda, como la de estos días, la población civil prefiere dirigirse a espacios cerrados para obtener alimentos a mayor costo? ¿Por qué solo están abiertos los almacenes de cadena y, las tiendas, el mercado público y demás locales comerciales de pequeña escala, permanecen cerrados? Se debe pensar en las lógicas en que operan actualmente los grupos paramilitares en la costa Caribe que tienen un patrón histórico de accionar en el que es siempre la población, en especial los campesinos y grupos étnicos, los mayores afectados. 

Si miramos al Estado colombiano desde la Constitución del 1991, se podría considerar que la población campesina, mal llamada en el Artículo 64 como trabajadores agrarios, “cuentan” con mejores garantías para obtener por parte del Estado y la sociedad una mejor calidad de vida a través del acceso progresivo a la propiedad de la tierra, vivienda, seguridad social, comercialización de productos, crédito, entre otros. Pero en la actualidad, los campesinos ya afectados por el conflicto armado histórico, por la afectación de una pandemia global, por la inflación nacional y mundial, por la dependencia a la importación de productos básicos para los cultivos y por el desconocimiento a propósito de un Gobierno que se enfoca más en atacar que en garantizar los derechos humanos, nos preguntamos de nuevo ¿dónde están las garantías que nacen desde la Constitución Política para los campesinos? ¿Por qué las Fuerzas Armadas están mucho más presentes en protestas nacionales que en paros armados?  Son tan innumerables preguntas pensadas no solo desde el ahora que nos agobia en el caribe colombiano sino desde siempre. 

Hoy el Estado colombiano es el Clan del Golfo, el que nos impide transitar por las vías, movernos al interior de la ciudad, el que define e incide en la prestación de los servicios de energía, aseo y recolección de residuos, el que pone horarios para que las tiendas de barrios presten sus servicios. Hoy, el Estado que está presente generando zozobra y desabastecimiento en las zonas rurales y ciudades tiene nombre y apellido propio. ¿Y el Estado que debería representar el interés común y regular las relaciones sociales, dónde está? Sin duda alguna, el Estado colombiano está en quiebra, no es democrático y por lo tanto nos ha sumido a la constante inestabilidad política, social y económica.  Por último, ¿las fuerzas armadas en qué andan? Sobrevolando por minutos parte de los municipios hoy afectados, cuando es en el territorio donde asesinan vilmente a gente inocente y donde los campesinos no pueden sacar la venta sus productos. 

Por lo anterior, se debe recordar siempre que la crisis colombiana también es campesina, poco sirve que desde la jurisprudencia constitucional se haga referencia a el campo como bien jurídico y a los campesinos como grupo de especial protección, cuando en el territorio los campesinos no pueden siquiera sacar parte de sus cosechas a la par de observar sus productos perecer y podrirse, mientras que el máximo representante del país prefiere reunirse con cofundadores de Apple, viajar a Costa Rica y por si fuera poco, pronunciarse tardíamente frente a la situación y minimizar las acciones  cometidas por el Clan del Golfo, calificándolo de intimidaciones generadas por este grupo ante los golpes dados por el Gobierno,  algo así como si nada estuviera pasando. 

Las preguntas anteriores tendrán respuesta o no, la reflexión la convoco en vísperas de elecciones presidenciales en medio de Colombia como país violento, sumergido en la más deplorable clase política y elitista que se perpetúa en el poder. Mientras, según la FAO Colombia está proyectada a ser una de las más importantes despensas agrícolas del mundo, pero según la misma organización, cerca del 54,2% de colombianos padecen inseguridad alimentaria. Irónico, ¿no?

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