Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Germán Espinosa, setenta y seis años después (1938-2007)

Un 30 de abril, por allá en 1938, nació el maestro cartagenero Germán Espinosa. Aquí una reseña para recordarlo.

«Un largo fantasma cruza la habitación en tinieblas”

 

Cuando besan las sombras
Germán Espinosa
Alfaguara, 2004,
Bogotá, 311 págs.

 

 

portada-cuando-besan-sombras_grandeUna mujer cuyo espectro aparece en medio de la noche para sentarse al piano y tocar aquel lied (y cuarteto) de Schubert: Der Tod und das Mädchen; la persecución del rara avis, exótica ave tropical que se siente invisible al sorprender a alguien antes de ser observada; el encuentro con Oscar Wilde en un restaurante de la plazoleta de Saint-André-des-Artes y, en general, el tono de erudición siempre vigente en la obra de Germán Espinosa (Cartagena de Indias,1938-Bogotá, 2007) son el pretexto para proponer una lectura muy sui géneris de los fenómenos paranormales que amenazan la tranquilidad de una pareja de amantes, recién instalada en una casona de la calle del Escudo, en Cartagena de Indias .

Fernando Ayer, joven músico que a través de su diario expone todos los hechos tratando de encontrar alguna explicación racional, contempla deslumbrado la constante aparición de una mujer que interpreta el lied de La muerte y la doncella de Schubert (ver el video abajo), desapareciendo luego -tal cual el verso de Emiliano Pérez Bonfante mencionado por Ayer en su narración: «…Un largo fantasma cruza la habitación en tinieblas…» -ante la mirada horrorizada de Marylin, su compañera. Sin querer ceder a la situación, dada la presencia de fenómenos paranormales en su casa y creyendo en determinado momento que ambos eran víctimas de una suerte de folie a deux, Fernando Ayer emprende su investigación en aras de descubrir por qué aquella mujer no encuentra aún justa y tranquila sepultura.

 

El prontuario de referencias científicas y bibliográficas que Espinosa proporciona es colosal, datos que el diario de Ayer trae a colación y que son decantados con prudencia periodística a medida que el misterio se nos aclara y la novela toma por otros caminos para mutar en un romance con visos «ectoplasmáticos». La novela y en sí el reporte que Ayer hace de sus pesquisas en la primera parte del diario dan paso a la crónica de Norberto Méndez acerca de la vida de Arturo Rimbaldi, prestigioso poeta y músico colombiano que disfruta de la cercanía de los más importantes personajes de la intelectualidad europea. La crónica data de 1900, y en ella el periodista puertorriqueño narra las peripecias de aquel dandi de repente poseído por un enfermizo afecto: Daniela Morán, chiquilla de apenas doce años que, aún célibe al amor de Rimbaldi, toma para él la forma de «la Sophia de Novalis; la Venus Anadiómena de Cabanel; la Helena de Platón o de Fausto», arquetipos femeninos, invenciones del arte, mitos que han alimentado la obra del cartagenero y que son, en buena forma, el artificio más visitado en la literatura.

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Fotografía de Indira Restrepo

Cuando besan las sombras traduce de manera acertada la obsesión que Espinosa ha dejado planteada en sus más recientes novelas. Primero, subyace esa necesidad de ponerse al ritmo de los tiempos buscando un equilibrio entre reflexión y levedad y tomando partido en algunos asuntos más o menos contemporáneos. Fernando Ayer vive al solaz del retiro en una casona «embrujada», compone su primera sinfonía -recordando un poco novelas del autor como Sinfonía desde el nuevo mundo y ciertas amistades con músicos del talante del maestro Adolfo Mejía, también cartagenero- y se mantiene, en contraste, al tanto de los recados que pueda recibir en su correo electrónico. En segundo lugar, gracias al carácter neobarroco de su obra, Espinosa mantiene un lazo constante con los imaginarios de ciudad, los cambios epistémicos de su entorno y las temáticas que puedan llegar a captar la atención de los lectores, resemantizando cada aspecto según lo requiera su acervo narrativo. A la par de ello, Espinosa teje entre líneas un complejo ensayo pretextado tras una simple conversación o expuesto como soporte del desarrollo de una trama. Dicho ensayo tiene, en Cuando besan las sombras, la cualidad de suministrar herramientas en consonancia con el discurso que la narración propone: budismo tántrico, reencarnación, trasmigración, parapsicología, literatura, música -incluso composición-, mitología e historia, sólo por mencionar algunos de sus temas.

Luego de las crónicas de Norberto Méndez, el libro vuelve al diario de Fernando Ayer para dar cuenta, conociendo ya el porqué de su errancia por la casa del Escudo, de la creciente fascinación del músico por el espectro. Ya resuelto el enigma, Espinosa ingenia otra historia alrededor de la mujer de Rimbaldi -la «doncella» que busca el perdón en medio de lamentos y caprichosas apariciones-, el relato vertiginoso de un músico poseído por «sombras», errores de un pasado remoto que recuerdan aquel conocido verso de Arreola:

«La mujer que amé se ha convertido en fantasma, yo soy el lugar de las apariciones».

La hasta entonces amante del músico, Marylin, envuelta en un típico caso de transporte de alcaloides junto a un drogadicto llamado Freddy Prescott, y la indagación en temas esotéricos que Ayer adelanta con el fin de facilitar a la «aparición» su paso al más allá, sumergen la segunda parte del diario en una singular disyuntiva. En un punto de la novela, luego de una ingeniosa exposición de los galimatías propios de Fernando Ayer y Arturo Rimbaldi, separados por el tiempo pero unidos -como se ha de descubrir- por lazos más vitales, se llega a una lectura con un cariz menos emblemático aunque no por ello fuera de lugar frente al suspenso que sostiene la narración. Espinosa ha dejado que la pasión del relato se oxigene; por ello acude a un tema que de otra manera sería apenas un intermezzo de su «historia de fantasmas» sin mayor valor dentro del corpus narrativo. A mi parecer, y aclarando que su recurso no desdibuja el argumento del libro, la vida de Marylin tan solo es pertinente en la primera parte del diario de Ayer. Se comprueba además que Espinosa no ve en ella más que un pretexto para acentuar el carácter arquetípico del fantasma. Daniela Morán es la mujer, la Diosa Blanca (acudiendo al argumento de una de sus últimas novelas, La balada del pajarillo), el mito que sostiene aquel «afecto recobrado» por el cual la ficción se desata con ímpetu. Marylin, apenas un personaje marcado por las circunstancias.

Germán Espinosa sustenta, en la medida que sus obras han desarrollado en el envés de su disimilitud un modus operandi que da cuenta de su madurez como escritor, un discurso que se plantea equilibradamente a través de la transversalidad y la polisemia histórica.

En rigor, Cuando besan las sombras representa un conflicto entre la erudición, la tesis racionalistas que otrora pudieron verse en La tejedora de coronas a manos de Genoveva Alcocer, y el contexto demagógico y emocional que deviene de lo paranormal y de esa travesía de tono poético vista por Méndez en su crónica. Europa, el rara avis, Wilde o París son pequeñas islas de la memoria, resultados de una pesquisa onírica plagada de afectos y empresas alocadas; Cartagena de Indias es la comprobación lógica de los sucesos, el equilibrio semántico, la deuda que se paga con el mito para darle un cauce concreto y convertirlo, de alguna manera, en un objeto verosímil susceptible de comprobación.

Cuando besan las sombras es también un interesante trabajo musical. Espinosa no sólo acude a Ayer para refrendar la figura de aquel fantasma sino que lo convierte en el vehículo de su sublimación. La joven que interpreta aquel lied e también la infanta difunta, aquella amada suprimida para quien tanto Ayer como Rimbaldi han compuesto sesudas sinfonías. Así mismo, la novela parece estar escrita como una pieza musical. Una especie de sonata que denota diversos caracteres según el curso de los tres movimientos del libro. El primero de ellos e un andante de naturaleza iniciática, introductoria, Ayer descubre el fantasma pero no parece inquietarse más de lo debido; el segundo es un allegro, lleno de ímpetu y a vece parecido a un vivace a manos de las obsesivas declaraciones de Arturo Rimbaldi; el tercero, un presto lleno de esoterismo y fuerza melódica. Espinosa ironiza, trasgrede y compone su propia pieza mientras escribe el libro. Por ello Cuando besan las sombras incluye un cuarto movimiento, un minué. Desdémona Van der Becke, experta investigadora en asuntos de parapsicología a quien Ayer y Marylin habían acudido repetidas veces, resuelve la pieza.

Finalmente, y trayendo a colación el poema de Emiliano Pérez Bonfante citado al principio de esta nota, aquel largo fantasma «cruza triste y encorvado por el páramo del alma …».

 

CARLOS ANDRÉS ALMEYDA, BOLETÍN BANREP. VOL 44. No. 74.

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