Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

ÁNGEL RAMA. RETOMAR AL CRÍTICO

Crítica literaria y utopía en América Latina
Ángel Rama
Selección y prólogo de
Carlos Sánchez Lozano
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia,
Clásicos del Pensamiento Hispanoamericano,
2006 (530 pp.)

angel-ramaLos argumentos cardinales para una teoría y praxis de la crítica literaria hispanoamericana parecen estar más que descubiertos en las numerosas páginas que el autor uruguayo Ángel Rama (Montevideo, 1926 – Madrid, 1983) escribiera a lo largo de su prolífica labor como profesor y crítico, acaso desde su militancia como pensador y gestor de aquellas a veces infortunadas empresas editoriales: las revistas de índole cultural.

En ello hace hincapié Carlos Sánchez Lozano —editor, docente, crítico literario e investigador colombiano— en su prólogo a este libro de Rama y sobre Rama, Crítica  literaria y utopía en América Latina, compilación de varios de los más significativos textos que el autor uruguayo publicara alrededor de temas como la situación del escritor y su papel en el surgimiento y mutación de una literatura propia a su contexto hispanoamericano, o desde textos como aquellos que en su momento hablaron del boom, de los pastiches de género o de las beldades de la modernidad. El énfasis en casos como el del semanario Marcha —del cual Rama fue parte fundamental— da al compilador la ocasión de demostrar cómo la crítica literaria sirvió a la constitución de saberes y cómo ésta fue un beligerante apoyo al gran aparato denominado literatura. Dice Rama:

«Ocurre que si la crítica no construye las obras, sí construye la literatura, entendida como un corpus orgánico en que se expresa una cultura, una nación, el pueblo de un continente, pues la misma América Latina sigue siendo un proyecto intelectual vanguardista que espera su realización concreta».


Esto como abrebocas a los ensayos que Sánchez Lozano ha recogido para sustentar su manifiesto amor por Rama, aunque desde esa singular pasión, y al hablar de su muerte —ocurrida en un accidente aéreo cuando se dirigía de Madrid a Bogotá para dictar unas conferencias—, diga cosas como ésta sin haber pasado siquiera la primera página de su presentación: «A Rama lo mató una empresa de aviación colombiana en 1983». Qué tal que estuviera hablando de Carlitos Gardel.

Antes de entrar a la obra ensayística de Rama, el texto liminar sigue los puntos vitales en su proceder crítico, su llamado método: «Hacerse una pregunta problemática (habitualmente desmesurada) y comenzar a leerlo todo para empezar a responder con hipótesis»; luego prosigue, citando a un alumno del autor uruguayo,

«un articulo o una clase de Rama era una búsqueda de ruptura de falsos moldes, fronteras arbitrarias y divisiones innecesarias. El análisis de un cuento de García Márquez, de Borges o de Onetti, de un poema de Martí, Vallejo o Líber Falco, daba pie para hacer un recorrido por la pintura, el teatro, el cine, la escultura, la arquitectura, o cualquier otra manifestación cultural humana».

Abre la compilación «Diez problemas para el novelista latinoamericano», título que parafrasea, como el mismo Rama explica, el decálogo escrito por Bertolt Brecht. Se exponen aquí los factores concomitantes para un escritor siempre en brega con el subdesarrollo socioeconómico, un escritor que «normalmente ocupa el sector terciario de una sociedad, y es un consumidor que funciona en el plano de los servicios (comerciales, profesionales, educativos). Pertenece por lo general a la clase media, que es la que ha proporcionado el personal preparado intelectualmente para estas tareas y se ha integrado a ese sector administrativo y docente». En nuestros días, y aunque la presunción romántica de tal situación haya mutado un poco, este texto —que data de 1964— sigue siendo aterradoramente contemporáneo. Luego se plantea el problema de las élites culturales, asunto que ha definido varios de los constructos esenciales en la idea que de lo local y lo universal ha tenido la literatura latinoamericana más o menos reciente; de ahí otras precisiones del ensayo sobre la llamada literatura nacional, literatura urbana o rural, literatura regional, lengua española y portuguesa, lenguas indígenas –quechua, guaraní-, el uso de costumbrismos (acaso algún «lenguaje académico o una jerga popular provinciana»), así como las consabidas discusiones sobre novela —«el uso de la prosa para desarrollar fabulaciones reales o ficticias»—, género que para el ensayista ha de garantizar los procesos culturales propios a la condición humana, su filosofía o los asuntos sociopolíticos que ésta puede y debe convocar.

Sin entrar de lleno en la complejidad de cada texto, he de pasar revista someramente, dado que tal examen precisaría de un espacio mayor que el de una reseña bibliográfica, aparte de no querer homologar el título de un libro de T.S. Eliot, Criticar al crítico. Baste con decir —por ejemplo— que tras el entramado de esa literatura latinoamericana, Rama no deja fuera lo que a la «progresiva democratización» del discurso respecta, esto es, una reconversión popular de sus temáticas y tratamientos, una apuesta de los autores por los asuntos de todos, «la vocación del oficio bien cumplido como modo de insertarse y justificarse dentro de la sociedad».

El siguiente texto, Los contestatarios del poder, publicado, según se cita, en 1981 por Marcha Editores,  hace referencia a los escritores del boom así como a la generación de jóvenes que le siguió, alimentada esta última por patrones estéticos tales como los mass media y la entrada en una suerte de nuevo realismo. Allí se hace notoria la dedicada labor lectora de Ángel Rama, enterado de la producción novelística latinoamericana como apoyo a su exploración crítica. Menciona colombianos del nivel de Germán Espinosa, Óscar Collazos, R.H. Moreno-Durán, luego va a Andrés Caicedo o Plinio Apuleyo Mendoza y, claro, reconoce las dimensiones de un autor como Luis Fayad, aquí visitado en su verdadera dimensión. De allí va hacia la enunciación de una estética «continental» en que Onetti o el mexicano Mariano Azuela son revisados con lupa, con rigor de lector, aunque lejos de las pretensiones academicistas y de ese «ocioso ejercicio de petulancia universitaria», como lo asegurara en su prólogo Carlos Sánchez Lozano. De cada texto emergen nombres algo perdidos en sus terruños, sobre todo para lectores y estudiantes que no salen de los autores de rigor pero que en Rama encuentran una bibliografía nada deleznable, una cartografía cultural americana. Desde literaturas pastoriles o costumbristas hasta una novela de sincretismos y discursos de poder, «novelas del dictador» y esas «estirpes de escritores que a veces son una: los periodistas y los humoristas».

Sigue en la selección un texto titulado «Rubén Darío: el poeta frente a la modernidad». En él se destaca el carácter cerebral de una obra poética para nada cercana a esa «máscara del hombre entredormido» que se le quiso imputar al poeta, pese al «voluminoso anecdotario» que enturbió la idea sobre su labor intelectual. Un Rubén Darío que «contuvo la desmayada concepción de que el arte era meramente expresión, pues a eso había ido a parar la estética romántica en el continente». De ahí la norma que el poeta, en su período chileno, se preguntara en 1886:

«Qui pourrais-je imiter pour être original?».

Luego, esta regla tonaría la forma de otra paradoja, ahora en la expresión del crítico: «¿Cuál debe ser la poesía futura?». Además de esta búsqueda de sentido dentro de la alienación y del ejercicio modernista de transmutar lo natural en artificial, «hacer rosas artificiales que huelen a primavera», interesa a Rama subrayar el influjo del modernismo, digamos que democratizador, en manos del poeta nicaragüense, citando aquí al crítico Pedro Henríquez Ureña a propósito del libro de Darío, Cantos de vida y esperanza:

«contra lo que generalmente piensan los que confunden la sencillez con la vulgaridad, la revolución modernista, al derribar el pesado andamiaje de la ya exhausta retórica romántica, impuso un modo de expresión natural y justa, que en los mejores maestros es flexible y diáfana, enemiga de las licencias consagradas y de las imágenes clichés».


El texto sobre Mariano Azuela, Ambición y frustración de las clases medias, es en el presente inventario parte de la demostración tangible de cómo la narrativa puede servir de puente a las preocupaciones históricas, como en la obra de un escritor no tan estudiado en la actualidad, por lo menos no por estos lares. De Azuela resulta bastante llamativa esa noción de «realidad ideal» —esto en el plano sociopolítico y moral— y la de «realidad positiva’ estudiada por Rama desde la «drástica militancia» de «un narrador parcial y apasionado» que habrá de dignificar la profesión de escritor en el México del siglo XX. Aquí es el caso de un Azuela que no se limita a las sosas novelas autobiográficas o memorialistas sino que decanta los hechos para mirarlos a través de sus concepciones «ideales». Concluye Rama:

«A no ser que el “resentido” sea un escritor, él es capaz de expresar una oposición articulada, en cuanto configura un cuerpo ideológico nítido y coherente y una sensibilidad artística acorde, pero no es capaz, por tratarse de un elemento aislado, desligado de su grupo originario al que la nueva situación le permite ver críticamente sin por eso romper los vínculos que lo atan a él, de que su acción intelectual encarne en un movimiento social».


Cierra este libro Crítica literaria y utopía en América Latina, una selección de seis textos que se dedican a revisar la obra de Julio Cortázar, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, la Generación Crítica en el Uruguay y, finalmente, parte de la narrativa de Gabriel García Márquez, uno de los autores más queridos por Rama. Sobre Cortázar valga citar la siguiente afirmación:

«[Sus libros] son abruptos ejercicios críticos que se cumplen mediante la refracción hiperbólica, en la escritura narrativa, de una realidad distorsionada y absurda. No aspiran a dar respuestas ni soluciones, sino a cuestionar el orden ficticio y fraudulento con que se presenta al mundo, trabajando exageradamente sobre sus mismas imperfecciones y contradicciones. No hay duda de que está aquí presente el legado borgiano, pero no están su nihilismo y su solipsismo».

De manera constante, sea aquí o en los posteriores textos sobre José María Arguedas o en el dedicado a Vargas Llosa, Rama va a las reformulaciones semánticas y al cambio epistémico en la literatura latinoamericana para sacar al indigenismo de la modorra en que algunos puristas le han sumergido —esto redimiendo a Arguedas, que va por el buen camino— o acudiendo nuevamente a su ponencia sobre la democratización, como lo hace al hablar del autor peruano y su novela La guerra del fin del mundo, puesto que en ella Vargas Llosa desarrolla una obra que «cualquier lector podrá leer sin conocer sus antecedentes», optando, según afirma más adelante, «por la novela, en su originario sentido de narratividad épica, con lo cual, de conformidad con su divisa de escritor, es más antiguo y más moderno que sus antecesores».

Juan Carlos Onetti. Origen de un novelista y de una generación literaria, siguiente texto de este apartado final llamado por el compilador «Los novelistas en su contexto», va a una de las cuestiones más planteadas en el grueso de los ensayos, la oposición entre una literatura bien escrita y otra más humana, más presta a las utopías del hombre contemporáneo. A través de El pozo —novela de Onetti para la cual Rama escribió este ensayo a manera de epílogo—, el crítico va a los nuevos paradigmas de un hombre expuesto a la soledad y para quien la ciudad es un escenario inamovible de sus tragedias. A este texto sobre Onetti, revisión muy completa de su obra, sigue uno que sirve de manifiesto a la Generación Crítica en el Uruguay (1939 -1969), que tuvo en el semanario Marcha y en Ángel Rama quizá su más firme soporte. Aquí el balance de un período que «ha marcado un giro decisivo en la vida nacional y ha logrado encauzar la sociedad hacia un asentamiento sobre la realidad del mundo actual (…) ha enfrentado la enfermedad, señalándola para que nadie la ignore. No la ha curado».

Para terminar, en la compilación se incluye el texto La narrativa de Gabriel García Márquez: edificación de un arte nacional y popular, en el que se reproduce la primera lección de un cursillo publicado originalmente en Texto Crítico en 1985. A simple vista, se recorren los enunciados harto conocidos sobre la obra del Nobel en relación con la idea de la producción regional y los «complejos culturales» que habrían hecho posible, junto a escritores como los del Grupo de Barranquilla, «un despojamiento de la lengua literaria colombiana y una renovación de su forma». También se hace presente en este breve ensayo lo que al purismo idiomático se refiere, y que no es otra cosa que el estancamiento en la evolución de la lengua, así como un mal derivado del endiosamiento de «los modos del arcaísmo». El texto es un tanto más exponencial que los otros, dado que en él se hace un análisis sobre la formación de la literatura, apoyado principalmente en García Márquez como «ejemplo para la demostración de una teoría literaria». Todo como sustento del inacabado libro de Ángel Rama sobre la literatura hispanoamericana.

D.R  Carlos A Almeyda. Revista Número, 2007.

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