Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Una argentina en Berlín

Mi relación con Esther Andradi se remonta a los muy lejanos tiempos en que yo viajaba por motivos profesionales, al menos tres veces al año, a una ciudad entonces misteriosa, por momentos triste, también inesperadamente luminosa, donde yo había vivido todo el año 1964, donde ahora vivía ella, y que se llamaba Berlín, por más señas Berlín Occidental.

Ya no existe esa ciudad. Están remodelándola junto con Berlín oriental como capital de un imperio que no tiene nada que ver con los famosos Reichs: el imperio del mal gusto y de la prepotencia, que en este país se suelen atribuir a Prusia porque Prusia ya no existe y es fácil echarle las culpas de todo. Sin pelos en la lengua, y en mi nomenclatura personal, yo a Berlín la llamo siempre “la provincia”. Pero de quien quiero hablarles es de Esther Andradi.

A Esther le debo con el alma el descubrimiento de la tumba de Rudi Dutschke, del líder estudiantil alemán de las revueltas del 68. Su tumba se encuentra en un cementerio recoleto, chiquito: en su lápida se lee delante de su nombre el título de DOKTOR que a él no sé si le habría gustado que figurase precisamente allí. Y a Esther le debo una foto en la que se me ve gozoso encima del muro de la vergüenza, delante mismo de la Puerta de Brandeburgo, un día de febrero de 1990. Foto de la que me revanché (verbo alemán) regalándole la miniatura de una máquina de escribir en cuyo rollo introduje una miniatura de folio donde previamente había tipeado una de las frases más imperecederas de la Historia. La incluyó Esther en un cuento que  me dedicó, por mor de esa frase, y al que ustedes pueden acceder a través de este enlace con El Rincón de Chejov, en el blog del escritor español Manuel Talens :

http://manueltalens.com/rincon_de_chejov/cuentos/andradi.htm

Esther Andradi era colaboradora nuestra, del servicio de transcripciones de la Radio Deutsche Welle, y las notas que escribía traslucían una calidad que iba más allá del periodismo, incluso cuando ese periodismo es bueno. Y claro, lo que pasa es que Esther paraba la olla con el periodismo, pero había vendido su alma a la literatura. Poco a poco, no así de golpe, me fue dando a conocer la suya. Su primer libro, Chau Pinela; su segundo, Come, éste es mi cuerpo; su tercero, Tanta vida. Entretanto nos hicimos tan amigos que ni siquiera somos capaces de pelearnos cuando evidentemente pensamos tan distinto sobre una cosa que en cualquier otra circunstancia nos tiraríamos la vajilla a la respectiva cabeza. Hay que decir, eso sí, que mi buena amiga Esther –quizás por ser madre de la despiertísima Ana Laura Raquel, quien ha heredado su talento literario– dispone de unas reservas de paciencia de las que yo carezco.

Después de la caída del muro y la unificación alemana, Esther pasó una larga temporada en la Argentina, y en su casa de Buenos Aires nos alojamos durante una inolvidable semana de Enero del 2002. Regresó a Berlín al año siguiente, y algo más tarde pasó una o dos veces por Colonia, alojándose en nuestra casa, teniendo largas y apasionantes pláticas con Rolando Hinojosa, otro ilustre huésped de la familia Bada Hansen, y yendo todos juntos a visitar al gran Osvaldo Bayer en su refugio de Linz del Rhin. Una de las veces que vino de la provincia leyó en una librería del barrio universitario algunos fragmentos de un nuevo libro, Sobre Vivientes.

Conté con el honor de su confianza para poder leer el manuscrito de su primera novela, Berlín es un cuento y por cierto que yo, borgiano a carta cabal, le sugerí que la rotulase Berlín se me hizo cuento, pero ella prefirió su título. Antes, le había colaborado con sugestiones y alguna que otra dirección en el proceso de creación de una antología  modélica, Vivir en otra lengua, a la que dediqué un amplio artículo en las páginas de La Jornada Semanal, en México D.F.:

http://www.jornada.unam.mx/2008/12/07/sem-ricardo.html

Ahora, y desde hace unos días, se encuentran en mi poder los respectivos ejemplares de un libro de crónicas “de una ciudad mutante” (así la llama ella) titulado Mi Berlín y un delgado volumen, Microcósmicas, de textos ficcionales y no ficcionales, pespunteados de ironía y de poesía, y el más largo de los cuales, “Trinidad”, ocupa menos de página y ½. Con la primera parte del de las crónicas regresé a mi Berlín, el de antes de la caída del muro; con Microcósmicas sentí a veces el vértigo que da la envidia. Por ejemplo leyendo el más breve de sus textos, titulado “Malas compañías”, que lleva un epígrafe de Jacques Brel: «ne me quitte pas» y que dice así: «No es verdad que el universo se está expandiendo. Es que se aleja de nosotros, que es otra cosa».

Nada más y nada menos. ¡Cuántos posts de este blog no daría yo por haber escrito ese texto de nada más y nada menos que 19 palabras! Chapeau, Esther!

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