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El arte no solo vale porque cree riqueza

Por Guillermo García Parra

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Determinar el valor de las artes solo a partir de su aporte al Producto Interno Bruto (PIB) es un grave error. Las artes no solo valen porque se pueda hacer dinero con ellas; también enseñan a sobrevivir y a vivir bien, crean ciudadanos, fomentan el pensamiento crítico, comprenden importantes testimonios acerca de la forma de ser de las sociedades, invitan a combatir el pensamiento hegemónico y los modos de vida ortodoxos, y, por todas estas razones, enriquecen vitalmente la cultura en que se basa la existencia en sociedad.

 Guillermo 1

Imagen: http://mcs.smu.edu/

El arte y la economía parecen tan incompatibles como el agua y el aceite. Todavía circulan socialmente los imaginarios que interpretan al artista como alguien que ve las cosas con ojos estéticos y que produce obras de arte por el placer en sí que obtiene elaborándolas, y al economista como alguien demasiado racional que solo piensa en el dinero y que interpreta la realidad a partir de cálculos como el del costo frente al beneficio monetario que se puede derivar de una determinada actividad productiva.

Aunque son caricaturescos, estos imaginarios contienen una verdad. En los últimos siglos, el pensamiento económico y las actividades artísticas se desarrollaron independientemente. Los economistas más ilustres (entre otros, Smith, Von Mises, Keynes y Hayek) hablaron poco sobre el arte y la cultura, ocupados en temas que acaso les parecían más propios de su ciencia. Marx es una discutible excepción. A su vez, en general, los artistas realizaron sus actividades como los desordenados cronopios de Julio Cortázar: sin considerar las condiciones económicas que hacen posible la producción cultural, más bien dejando que estas se generen por sí mismas, con espontaneidad. No obstante, durante las últimas tres décadas, debido a la aparición de la economía digital, ha emergido el discurso de las industrias culturales y creativas, un nuevo paradigma (UNESCO, 2006) que demuestra que si bien son diferentes, el arte y la economía no se oponen tanto como los imaginarios nos invitan a creer.

Una de las cosas que este paradigma ha demostrado es que el artista puede contribuir al crecimiento de la economía, y que, a su vez, el economista puede ayudar al artista a construir y gestionar las condiciones económicas que necesita para realizar sus actividades creativas.

La emergencia del paradigma de las industrias culturales y creativas ha acercado el arte y la economía pero ha producido un resultado no deseado que se debe combatir. Ha llevado a que el valor de las artes se tienda a considerar únicamente por su contribución al crecimiento de la economía y no por otros aspectos que en principio no es posible cuantificar con las herramientas económicas tradicionales, pero que explican debidamente la importancia que se les atribuye a las artes en las sociedades occidentales e incluso las causas por las que, junto a otros productos y servicios culturales, están jalonando las economías mundiales postindustriales.

Un nuevo paradigma sobre la relación entre la economía y la cultura

El discurso de las industrias culturales y creativas emergió en la década de los años 90, trayendo un nuevo paradigma que ha acercado la economía y la cultura. Las industrias culturales comprenden (Quartesan, Romis y Lanzafame, 2007, 4-5) los bienes y servicios que tradicionalmente se asocian con las políticas culturales, los servicios creativos y los deportes. Se clasifican en convencionales (editorial, bibliotecas, fotografía), otras (opera, artesanías) y nuevas (multimedia, software). Según el nuevo paradigma (Buitrago y Duque, 2013, 8), la economía desarrollada alrededor de estas industrias, la economía creativa, representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y la herencia cultural.

Para decirlo de otra forma, las industrias culturales y creativas representan un sector muy importante de las nuevas economías digitales, en las que el valor se basa más en el conocimiento que en la mano de obra. Esto significa que, a raíz del surgimiento de nuevas tecnologías y sistemas de producción, el valor de un bien o servicio no está determinado solo por el esfuerzo que se haya invertido para producirlo, sino por el empleo creativo e innovador del conocimiento con miras a satisfacer las necesidades de forma única (Hartley, 2008). Por ejemplo, un computador personal de la era digital no vale “X” porque se haya invertido “Y’ cantidad de tiempo para elaborarlo sino porque los ingenieros que lo hicieron lograron que procese mucha más información que un computador fabricado hace 20 años.

Se me podría objetar que, en realidad, nunca el valor de un bien o servicio ha estado determinado simplemente por la cantidad de horas invertidas en elaborarlo, por el esfuerzo, como lo creía Marx, puesto que depende de la apreciación subjetiva de los consumidores, como lo planteó Böhm-Bawerk. Este razonamiento es verdadero pero no me contradice. El uso creativo de la información siempre ha sido necesario para conseguir que los consumidores aprecien el valor de un producto. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía hace dos siglos, actualmente la competitividad en la economía mundial depende menos de manufacturar más productos a un menor costo y más de usar la información para crear productos únicos.

Para muchos, el epicentro del nuevo paradigma fue Europa. En los años 90, los diseñadores de políticas públicas del Reino Unido advirtieron (UNESCO, 2006) que determinados sectores económicos en los que el producto o servicio contiene un elemento artístico o creativo substancial, a los que denominaron industrias creativas, representaban una contribución bastante importante a la economía. Este hallazgo, que coincidió con el regreso al gobierno del Partido Laborista en 1997, desencadenó la creación de nuevas instituciones estatales, la elaboración de políticas públicas específicas y el desarrollo de nuevas herramientas de investigación (como los mapeos), por medio de lo que se buscaba convertir en iniciativas prácticas la idea de que la cultura ocupaba un rol importante en la nueva economía.

Naturalmente, el aporte del Reino Unido al discurso de las industrias culturales y creativas es importante, pero el nuevo paradigma surgió también debido a otros desarrollos. El término industrias culturales surgió originalmente en Estados Unidos, cuando Adorno y Horkheimer, representantes de la Escuela de Frankurt (https://es.wikipedia.org/wiki/Escuela_de_Fr%C3%A1ncfort), lo emplearon para interpretar los fenómenos por que se caracteriza la producción de bienes culturales en las sociedades industriales avanzadas. Además, también en Estados Unidos, autores como Richard Florida (2002) hicieron contribuciones fundamentales a la discusión sobre la importancia que el conocimiento y la cultura revisten en el mundo digital. Las aproximaciones económicas al arte son recientes pero no absolutamente novedosas. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que, gracias a que desde múltiples escenarios los economistas han empezado a estudiar el sector cultural, se ha empezado a reconocer que el arte y la cultura pueden contribuir al desarrollo económico tanto o más que la industria y la agricultura.

El arte no solo es valioso por su aporte al PIB

En este artículo he procurado distinguir arte de cultura. A mi modo de ver, la idea de que el valor de las artes no solo se puede determinar con base en su aporte a la economía no aplica a las actividades culturales no artísticas. No obstante, el paradigma de las industrias culturales y creativas incluye acertadamente en el sector cultural actividades que no son artísticas (aunque sean creativas e incluso se hayan desarrollado como resultado de la evolución de las artes) como los videojuegos, el periodismo o la publicidad. Esto puede llevar a pensar que el planteamiento mencionado aplica también a estas actividades pero no es así. Si bien el valor económico de ellas puede determinarse de la misma manera que el de las artes, calculando su aporte al PIB, su valor social, aquellos atributos por los que la sociedad les da importancia, se diferencia notablemente.

Permítaseme comparar dos cosas que valoro bastante: FIFA 16, un videojuego, y el Ulysses de James Joyce, acaso la mejor novela escrita en el siglo XX. ¿Por qué las aprecio? FIFA 16, por una parte, me permite entretenerme creándome la ilusión de poder controlar virtualmente un equipo de fútbol, apelando a aquellos instintos que encuentran placer en la competencia deportiva. El Ulysses, por la otra parte, si bien resulta bastante entretenido, es una obra de arte literario que, representando imaginariamente la vida de un irlandés durante un día, sin decirla, revela la verdad de las cosas, creándome un goce que aprecio en sí mismo. En el primer caso estamos hablando de entretenimiento, en el segundo de una experiencia estética que es difícil caracterizar, pero que va mucho más allá de la diversión. Esta experiencia incrementa mis conocimientos, me invita a vivir de otra manera y fortalece mi capacidad para pensar críticamente.

La experiencia del arte es precisamente lo que no ha tenido el mejor tratamiento en las discusiones acerca de las industrias culturales y creativas. No digo que no sea tenida en cuenta. La literatura correspondiente plantea que, dada la experiencia relacionada con su creación y recepción, la que permite convertir la información disponible socialmente en ideas innovadoras, el arte puede aportar a la economía. El punto es que esta no debe ser la única razón para valorar el arte. Cometen un error quienes determinan el valor de las artes solo a partir de su aporte al PIB. Las artes no solo valen porque se pueda hacer dinero con ellas; también enseñan a sobrevivir y a vivir bien, crean ciudadanos, fomentan el pensamiento crítico, comprenden importantes testimonios acerca de la forma de ser de las sociedades, invitan a combatir el pensamiento hegemónico y los modos de vida ortodoxos, y, por todas estas razones, enriquecen vitalmente la cultura en que se basa la existencia en sociedad.

No se me malinterprete. No desconozco la importancia del discurso de las industrias culturales y creativas. Este discurso, que se ha traducido en la formulación de políticas públicas en Europa, Estados Unidos y América Latina, ha contribuido a que muchos artistas consigan hacer rentables sus actividades. James Joyce y Charles Baudelaire fueron grandes escritores, pero para ello pagaron el precio de sufrir temibles penurias económicas. Actualmente, es difícil que un artista talentoso se muera de hambre. El discurso antedicho ha contribuido notablemente a que los artistas actúen también como emprendedores y a que las industrias culturales se profesionalicen, lo que hace viable y económicamente posible la producción cultural. Además, el desarrollo de nuevas tecnologías ha facilitado espectacularmente la creación de nuevas empresas de aquellas que permiten crear las condiciones económicas que requiere el arte para existir.

El problema es que, al acercar el arte a la economía, se ha desconocido sus aspectos críticos, contestatarios y heterodoxos. Históricamente, múltiples sectores económicos y políticos han temido al arte debido a su capacidad para poner en evidencia los abusos de poder, la mediocridad de la vida de las élites y, asimismo, para fomentar el pensamiento crítico y la oposición a lo establecido. El poder siempre ha querido domesticar el arte y temo que el nuevo paradigma de la cultura sea empleado con este fin.

A este respecto, nada ayuda el que los estudios sobre industrias culturales y creativas sean desarrollados por instituciones estatales. Aprecio sobremanera estos estudios, pero reproducen un conjunto de posiciones políticamente correctas que ocultan abiertamente aquella dimensión heterodoxa del arte a la que me he referido, al invitar al artista a verse solo como un creador más de riqueza. Llegó el momento de sacar el paradigma de las industrias creativas y culturales del Estado y llevarlo a la sociedad civil.

No digo que los economistas sean parte de una conspiración que buscaría someter el arte. Por el contrario, pueden contribuir a que los artistas lleven a cabo sus actividades sin temor económico (de hecho, también resulta un problema el que muchos artistas y emprendedores culturales, con razones legítimas o no, estén desarrollando sus proyectos a partir de lo que resulta más rentable). Esto, sin embargo, solo será posible siempre y cuando los análisis acerca del rol de la cultura en la economía tengan en cuenta, además del valor económico, el valor social del arte. Aunque este no necesariamente es un asunto propio de la economía, no por eso carece de interés.

El paradigma de las industrias culturales y creativas es un excelente ejemplo de que hay que escuchar a los economistas pero no solo a ellos.

Bibliografía

Buitrago, Felipe y Duque, Iván (2013). La economía naranja. Washington, DC: Banco Interamericano de Desarrollo. Recuperado de https://publications.iadb.org/bitstream/handle/11319/3659/La%20economia%20naranja%3a%20Una%20oportunidad%20infinita.pdf?sequence=4

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Escuela de Fráncfort. (2016, 4 de mayo). En Wikipedia, la enciclopedia libre. Recuperado el 4 de mayo de 2016 a las 19:17 de https://es.wikipedia.org/wiki/Escuela_de_Fr%C3%A1ncfort

Florida, Richard (2012). The Rise of the Creative Class. New York: Basic Books.

Hartley, John (2008). Creative Industries. UK, USA, Australia: Blackwell Publishing.

Marx, Karl (1973). El capital. México: Fondo de cultura económica.

Miller, Toby (2012). “Política cultural/Industrias creativas”. Cuadernos de Literatura, 32, pp. 19-40. Recuperado de http://www.tobymiller.org/images/espanol/Politica%20Cultural%20Industrias%20Creativas.pdf

Pinto Veas, Iván (2015). Toby Miller. La Fuga, 17. Recuperado de http://www.lafuga.cl/toby-miller/754

Quartesan, Alessandra; Romis, Monica, y Lanzafame, Francesco (2007). Cultural Industries in Latin America and the Caribbean: Challenges and Opportunities. Washington, DC.: Banco Interamericano de Desarrollo.

Rey Vásquez, Diana Marcela (2009). “El debate de las industrias culturales en América Latina y la Unión Europea”. Época II, (XV) 30, pp. 61-84.

UNESCO (2006).Comprender las industrias culturales. Las estadísticas como apoyo a las políticas públicas. Recuperado de http://portal.unesco.org/culture/es/files/30850/11467401723cultural_stat_es.pdf/cultural_stat_es.pdf

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