Narices dilatadas

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Narices dilatadas

Sobre el origen del nombre de este blog.

 

Narices dilatadas
Narices dilatadas

El nombre me lo robé de un fragmento de Notas, la edición de sus apuntes que Nicolás Gómez Dávila escribió y publicó «dedicada a sus amigos y fuera de comercio». El fragmento es el siguiente:

Debemos forzarnos a la lucidez, para evitar que las cosas resbalen sobre nosotros como sobre una piedra aceitada.
Que ante todo espectáculo, enfrente a cualquier circunstancia, el espíritu se asome a sus propias ventanas, los ojos abiertos, las narices dilatadas. (Villegas Editores. Bogotá, 2003. P. 314.)

Aunque de Dávila me gustan muchas cosas, empezaría por explicar la escogencia del nombre porque me gusta. Me gusta porque siempre hablo de narices.

Pero me regañan, cuando digo, por ejemplo, tengo las narices frías. ¿Cuantas narices tiene acaso?, suelen replicarme. Siempre digo que dos, pero me tumban el argumento con la siguiente situación: si tiene dos narices, y yo le rompo una de un puñetazo, ¿entonces todavía le queda otra buena? En su forma más sofisticada podríamos llamar a esta posición, la teoría unificada de la nariz.

A pesar estar sustentada con un argumento fuerte, incluso violentamente fuerte, me sigo manteniendo en mi teoría de la duplicidad de las narices. Ésta se sustenta con argumentos más suaves, incluso diríamos sutilmente suaves. Oír sonidos distintos de cada nariz cuando uno tiene gripa, una que chilla y la otra que resopla; inhalar estimulantes por turnos, primero una nariz, luego la otra; torcer los ojos hacia abajo, aletear las narices y ver que una se dilata más que la otra; dilatar las narices, respirar profundo y sentir que el mundo entra de soplo por ambas al tiempo de forma distinta.

Definitivamente son argumentos débiles, carentes de fuerza, circunscritos a las limitadas ventanas desde donde olemos el mundo, y desde donde muchas veces ni siquiera vemos más allá de nuestras propias narices.

Pero eso es lo que hay, eso es lo que tengo para olfatear lo que está ahí afuera. Unas narices que desde ahora se dilatarán periódicamente para oler circunstancias, detalles, personas, lugares, libros, eventos. A riesgo de abusar de las sinestesias este blog se propone mirar con las narices. Transmitir olores en palabras puede que tenga la desventaja de ofercer menos opiniones definidas, dejará de ver todo lo que está por venir con la claridad del experto, de enjuiciar, de ver más allá de lo obvio.

Este blog se propone volver a degustar, simplemente. Buscar sorpresas en las cosas que están justo ahí, en frente de nosotros, y muchas veces se resbalan «como una piedra aceitada». Estoy seguro que en algún momento la opinión volverá, tal vez a escondidas, a colarse entre las palabras, a prefigurar los pensamientos, y entonces pensaré si tengo que volver a este post (como ya lo he hecho varias veces) y cambiar las promesas iniciales por verdades que pueda cumplir. Mejor dejar en claro, como quien se quiere cuidar de lo que él mismo ha dicho, que la coherencia nunca ha sido mi fuerte, y que cuando hago estas promesas sobre lo que quieros esciribir se debe entender que espero un lector tan flexible y descuidado como yo.

Empiezo, entonces, por dilatar las narices.

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