Narices dilatadas

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Peleas de perros y pegada de porros

Ya tenemos suficientes prohibiciones. Yo me alineo con las legalizaciones

Me opongo a la prohibición de las corridas de toros, el coleo, las peleas de gallos, y todas las gradientes de espectáculos animales. Ya tenemos suficientes prohibiciones. Yo me alineo con las legalizaciones.

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Hay dos razones por las que me opongo. Ninguna tiene que ver con si me gustan o no los toros (sí me gustan), el coleo (sí me gusta), o los gallos (sí me gustan).

La primera, mencionada por Alfredo Molano en la columna de la semana pasada, dice que hay que respetar la libertad de los aficionados de estos espectáculos. El argumento es que la tauromáquia cabe dentro de lo que el artículo 16 de la constitución ha llamado “el libre desarrollo de la personalidad.”

Casi que por necesidad, los límites del libre desarrollo de la personalidad son negativos: “sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico”, dice el mismo artículo. Es decir, uno puede hacer lo que quiera para uno mismo, menos lo que va contra los derechos de los demás y las leyes.

La fiesta brava, en lo que a mí concierne, no va contra los derechos de nadie. Aquí entraríamos a en larga discusión, en la que yo intenté participar con poco éxito alguna vez, sobre si el toro es “alguien”. Yo no creo, pero lo importante es que la ley tampoco. Los derechos humanos son para los humanos, y los animales para los animales: Los humanos están sobre los de los animales.

Y por mucha antipatía que las corridas y el coleo despierten sobre los amantes de los bovinos, me parece que es más importante defender la libertad de unos que el asco de otros. La libertad es la primera prioridad.

El segundo argumento para defender los espectáculos animales lo mencionó hoy Héctor Abad: la tolerancia. Porque acabarlos sería un acto de intolerancia. Es tan suprema la ofuscación de los defensores de animales que van hasta la Corte Constitucional para dañarle la fiesta a otros. Porque no es suficiente para ellos tener toda la libertad de denunciar que las corridas son torturas. Ni siquiera se les niega un lugar en la barrera ciudadana para gritar sus consignas. Pero ellos insisten en aplicarle el nivel de autoridad, que un tipo tan autoritario como el procurador Alejandro Ordoñez se niega proponer.

Es que los luchadores contra la crueldad a veces se terminan pareciendo a los políticos fisgones como Ordoñez, que quieren derribar las puertas para ver si uno se está trabando. O a los curas fanáticos que odian las orgías, pero no resisten buscarlas debajo de las piedras, para luego gritar, “!pecadores¡”

Es la misma tolerancia que uno el pide a quién piensa que la homosexualiadad es una enfermedad, o que el aborto es asesinato, o que las drogas son el diablo. Si la tuvieran no insistirían en prohibirlo todo, más allá de que lo sigan pensando.

Libertad y tolerancia es lo que le falta a Colombia para tener una sociedad sin límites a las libertades individuales. Por mí, que legalicen las peleas de perros y la pegada de porros.

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