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Cuando renuncié a mi trabajo por viajar

Por: Diana Melo Espejo

Así tomé la decisión de viajar como estilo de vida. Este fue mi paso de las oficinas a los aeropuertos.

Hace unos años decidí convertir el viaje en mi forma de vida, mi sustento y mi motivación. Me convertí en periodista de viajes e hice que mi pasión fuera la principal proveedora de mi trabajo. Hoy en día, vivo de escribir y viajar.

Pero no siempre fue así.

También trabajé en oficinas y lo recuerdo bien. Las notas post-it en el borde de la pantalla del computador. La calcomanía con código de barras en el escritorio, que me recordaba a diario que nada allí era mío. La jefe gritona. Las juntas los lunes en la mañana. La fila en el microondas al almuerzo. Los empujones en Transmilenio. Los chistes poco originales cuando aquel oficinista encorbatado escuchaba mis apellidos.

Y, sobre todo, los días de la vida perdidos dentro del cubículo color crema.

 

ENTONCES, RENUNCIÉ

No lo soporté. Ni la amabilidad de mis compañeros, ni el alto salario que ganaba, ni el mérito del cargo en mi hoja de vida, me hacían totalmente feliz.

Pasé hojas de vida en otros lugares, porque me negaba a creer que, sencillamente, el trabajo de oficina no era para mí. Pensaba que, quizás, mi problema fuera este empleo en particular.

Lo que vino después fueron días de incertidumbre y angustia. Tacones y medias veladas para asistir a entrevistas de trabajo. Mi boca diciendo lo mejor de mí curriculum a quien estaba al otro lado del escritorio, mientras una vocecita interior rogaba porque no me aceptaran. ¿A quién engañaba? Solamente a mí misma.

Y EMPECÉ A VIAJAR

No tengo claro el instante en que decidí que jamás volvería a firmar un contrato que me encerrara en cuatro paredes, sólo sé que no me he arrepentido un solo minuto.

Ya no llega una suma fija a fin de mes, pero me rebusco alternativas para trabajar desde cualquier lugar. Ahora el asesor de la caja de compensación no me llama a ofrecerme pasadías en sus hoteles, porque el mundo entero se volvió mi centro vacacional. Desde que tomé esta decisión que cambió mi vida, el cubículo color crema cambió por una cabina en el tren y mi jefe gritona es el agente de aduanas del aeropuerto.

Aunque hubo una cosa que no pude cambiar. Los chistes con mis apellidos siguen, pero sólo en los países que hablan español. Además, viajar enseña tolerancia.

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