Omayra

Publicado el Pablo Aristizábal Castrillón

Elogio de la lentitud

Hace poco conocí a una persona que escribe lento en el computador, muy lento. No entendía cómo alguien que se dedica a un trabajo relacionado con la escritura puede escribir a esa velocidad y mantener su empleo. Cada vez que lo veía teclear, no siendo poco el tiempo que me quedaba para pensar en esas ocasiones, me preguntaba cómo aquel tipo alcanza a cumplir con los plazos que su actividad editorial exige. Cuando escribe un número de cuatro dígitos, por ejemplo, puede tardarse lo que cualquier secretaria se demora escribiendo un párrafo entero. No tiene esa envidiable capacidad de utilizar todos los dedos al redactar, es un mecanógrafo bastante mediocre, un chuzógrafo, como dicen.

Así como a tanta gente que he escuchado decir que le desespera que alguien maneje despacio, camine despacio, coma despacio, hable despacio, piense despacio o, en general, haga cualquier cosa despacio; si me preguntan qué era lo que me irritaba no dudaría ni un segundo en responder que su lentitud. Me producía la misma sensación que uno tiene cuando la persona que está adelante en la fila del banco se demora mucho, décadas, según parece en esos momentos, pagando una factura, una sola. O cuando la persona de adelante en la fila para pagar el bus se demora horas, según parece en esos momentos, buscando las monedas en su bolsillo. Ni hablar de cuando el internet se demora en cargar.

La lentitud irrita a la gente. Hay una norma de conducta implícita en la sociedad: sea lo que sea que vayas a hacer, hazlo rápido. Nuestro primer principio es que no nos estorben, pues tememos demorarnos, es algo que nunca puede pasar. Entre más actividades por minuto podamos hacer es mejor, quedarse quieto es absurdo –más aún en horas laborales–, la parsimonia es imperdonable siempre. Hay una afán generalizado, incluso cuando no hay nada para hacer. Si uno termina cualquier cosa antes de tiempo, puede tener la certeza de que inmediatamente se le asignará algo más. Ese modo de vida se ha vuelto tan natural que la lentitud incomoda porque sí.

Hay que ser rápidos porque el ritmo desde hace tiempo lo marcan las máquinas, que no se cansan. Tratamos de imitarlas. Para lograrlo, se ha implementado el uso de sustancias que pretenden aumentar el rendimiento humano, hacer que jornadas laborales mayores sean soportables, que el cansancio no se sienta y que el corazón lata más rápido, con mayor actividad, como si se tratara de un motor, hasta que explota. Por eso, a pesar de que la mayoría de los errores se deben a la ligereza, causada por la excesiva rapidez, la lentitud está desterrada de la vida. La lentitud en cualquier campo.

Después de todo, si uno se fija en el tipo que conocí hace poco, el que escribe lento, no podemos negar que se trata de un sabio, de un revolucionario, y eso que encontrar esas dos características unidas es algo bastante insusual. ¿Qué actitud más revolucionaria hoy en día que la lentitud? ¿Y no es sabio ese revolucionario si además de ser lento logra que no lo echen del trabajo? Es sabio el que logra distanciarse del ritmo frenético del mundo, pues quizá le llegue a ocurrir algo muy raro en las condiciones actuales, puede que se de cuenta de que está vivo.

 

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