Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

La lista #30Libros de Juan Villamil

Hoy me limito a transcribir un email de un compañero de blogs en estas mismas páginas de El Espectador, un email de lo más interesante que me llegó hace poco, y que me dejó sorprendido y contento. Cuando lo lean se enterarán de por qué.

Sr. Bada:

Parto de una confesión: no leo a menudo su blog. En fin, lo leo con un cierto retraso que no significará nada para lo que pretendo, y esto es comentar, brevemente (es lo que hago en este momento), que sus listas de 30 libros me han dejado una buena impresión. No porque sus libros predilectos coincidan o se opongan diametralmente a los míos, ni por nada que tenga que ver, en el fondo, con sus selecciones, sino porque estoy convencido de que es un bello ejercicio fabricar una lista personal de este tipo.

Aquí la mía, para lo que pueda servir fuera del sencillo placer de escribirla, pero no sin dar los créditos correspondientes a Isabel Muñoz y Patricia Stillger: ellas fueron tan fundamentales en esta lista, que me sentiría apenado de no mencionarlo, pues entre las dos, acaso sin saberlo, me dieron las ideas para varias de las preguntas–libros.

1.     El primer libro que compré en mi vida
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. ¿Bastará con explicar que una vez fui un pequeño muchachito colombiano apasionado por la lectura?

2.      Uno de un autor consagrado, escrito cuando el autor no lo era
Vida feliz de un joven llamado Esteban, de Santiago Gamboa. Fue, en realidad, un obsequio que alguien me hiciera. Yo no sabía (pocos sabían) quién era Gamboa, pero fue un descubrimiento satisfactorio. Aun hoy insisto en que esa novela de largo aliento es superior a Necrópolis.

3.      Uno comprado en versión pirateada
La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Es posible que haya comprado este libro la tarde siguiente a la que compré Crónica de una muerte anunciada. Era un chico, y no distinguía fácilmente entre una edición original y una pirateada. Puede parecer una tontería, pero no lo era en una ciudad donde, en ese instante, solo había una librería (excluyo, naturalmente, a las librerías religiosas), y las demás eran en realidad ventas más o menos ambulantes.

4.     Uno que perdí durante un viaje
Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll. Perdí este libro 3 veces, en también 3 viajes distintos hacia la ebriedad. Hoy me tranquiliza pensar que, quizá, los dejé en buenas manos, y aquella mesera, bonita desconocida y extraño-sujeto-del-lavabo, los disfrutaron tanto como yo.

5.      Un diario íntimo
No soy lector de diarios. Una vez me sentí atraído por los diarios de Anaïs Nin, pero pronto pude determinar que esa atracción buscaba solo resaltar los párrafos dedicados a Henry Miller y June. De modo que desistí. Sin embargo, hace años leí un maravilloso diario íntimo. Me abstendré de comentar el nombre de la autora, pues es posible que ella todavía escriba en su diario con recelo, y sería una terrible descortesía (peor que el acto en sí) hacerle saber que una noche fue vulnerado.

6.      Una obra de teatro
Seis personajes en busca de autor, de Pirandello. El teatro y yo nunca fuimos lo más cercanos amigos. Sin embargo, de ser preciso codearía a las regordetas viejas que se agolpan con refinado estilo fuera del teatro para asistir a la presentación de esta obra.

7.     Un tan recomendado, que no leí
Cualquiera de Isabel Allende. A estas alturas de mi vida desconozco si Allende es o no una buena escritora. Varias personas me la han recomendado, y mucho más los acalorados medios impresos en tiempos de feria. Si he de decir la verdad, jamás he leído una sola de sus líneas, y acepto sin remordimientos la posibilidad de que nunca lo haga.

8.      Un libro que quisiera poder leer en su idioma original
El libro del hombre solo, de Gao Xingjian. He leído que Xingjian “dicta” sus libros a una grabadora, y que con base en la cadencia de las frases (en chino) corrige sus textos. Y es algo de lo que quisiera enterarme de primera mano.

9.      Un libro leído completo en tren…
La conciencia de Zeno, de Italo Svevo. No fue propiamente en un tren, pero puedo asegurar que leí este libro estrictamente sentado. Eso bastará para intuir a lo que me refiero. Y bien, lo curioso es que, luego de leer y releer las disertaciones del personaje sobre su adicción al cigarrillo, yo acabé convertido en un apasionado y empedernido fumador.

10. Uno que recomendaría para adolescentes
Ferdydurke, de Witold Gombrowicz. Francamente, no entiendo cómo es que este libro no está disponible en las bibliotecas de las escuelas de todo el mundo. Y en las bibliotecas públicas y personales de todo el mundo.

11. Uno al que le cambiaría el final
Crónica del pájaro que da vuelta al mundo, de H. Murakami. Aunque no haría falta cambiarle el final, sino suprimir de un definitivo tajo la tercera parte de esa novela.

12. Uno que le gusta a todos menos a mí
Opio en las nubes [de Rafael Chaparro]. En Colombia hay una suerte de culto alrededor de este libro, al que yo considero, en cambio, uno de los menos elaborados (me pregunto: ¡Dios!, ¿acaso nadie ha notado que todos sus personajes son el mismo?), y al tiempo uno de los más juveniles, en el mal sentido de la palabra, como explicaba Cortázar.

13. Uno de un Nobel
La pandilla de Asakusa, de Yasunari Kawabata. Bien, pues en esta lista ya hay varios premios Nobel, pero esta novela, la primera de Kawabata, no podía faltarme. Que sea esta la excusa perfecta para incluirla.

14. El que más veces he leído
Dejemos hablar al viento, de J. C. Onetti. Y en cada nueva oportunidad descubro una frase que antes pasé por alto y esta vez me produce una sonrisa.

15.  Uno que me sorprendió por bueno
J. J. Junieles. Este autor colombiano, todo él (toda su obra), fue el más grato descubrimiento de este año [2011]. Espero poderles ofrecer un par de reseñas en El Magazín, pues considero una lástima que el público bogotano desconozca su trabajo.

16. Uno que me sorprendió por malo
Arne, de Björnson. Otro premio Nobel (el de 1903). Leer esta novela me quitó las ganas de leer algo más de Björnson. O de otro noruego. O cualquier otra novela. Las dos últimas privaciones pude superarlas fácilmente. Agregaré, porque de otra manera sería injusto, el poemario Breviario del despojo, del colombiano Arnulfo Arias Mendoza. A mi parecer se trata de un buen hombre que escribe malos poemas.

17. Uno de cuentos
Cuentistas israelíes (antología). Lo bueno de que esta sea una lista fabricada es que puedo eliminar el veto contra antologías. Yo no había leído antes una selección tan meticulosa de cuentistas israelíes, y entre ellos, si bien todos fueron fascinantes, me causó una notable impresión la escritora Amalia Cahana Carmón.

18. Uno para follar
París era una fiesta, de Hemingway. Si se puede hablar de “ausencias” en una lista, en efecto subjetiva, esta sería una de esas ausencias. ¿Cómo es que no hay en ninguna de las listas un libro para follar? Con París era una fiesta se folla a lo grande, pues acaba uno por entender que la única obligación esencial del hombre es el placer (la felicidad).

19.  Un tesoro de tu biblioteca
La comedia humana, de Balzac. En edición de lujo y completa. Repito: completa.

20. Uno que hubiese deseado escribir
El ruido y la furia, de William Faulkner. Solo porque sé que nunca, pasara lo que pasara, podría escribir una novela como esa; desde la voz narrativa de un personaje como Benji.

21. Un libro perdido y recuperado
Los relatos, de Julio Cortázar. Hablo de esa edición de 1973 para el Círculo de Lectores que reunía casi todos sus relatos a esa fecha. No lo perdí propiamente, sino que lo regalé a una novia, y varios meses después, antes de terminar con ella, pensé que lo más prudente era “tomarlo prestado” de su biblioteca. El libro sigue conmigo.

22.  Una correspondencia
Las cartas Sartre-Camus. Esos dos geniales escritores dejaron para la historia la más apasionada y entretenida pelea entre dos antiguos amigos. Y también las cartas de Oscar Wilde a Bossie.

23.  Un libro que quisiera leer en este momento, y no tengo
La vida: instrucciones de uso, de Georges Perec. Aún no entiendo con claridad cómo es que no he ido a la librería a comprarlo. Quizá lo haga al acabar esta lista.

24. Un dirty little secret
Estrella distante, de Roberto Bolaño. Disfruto ver cómo, a cada día, Bolaño deja de ser un placer culposo, y se abre camino entre círculos intelectuales, que con frecuencia son demasiado ampulosos para recibir con agrado la literatura escrita con sencillez.

25. Uno que leí con admiración, y ahora no admiro tanto
Nadja, de André Bretón. No puedo explicar la razón en otras palabras fuera de estas: es un libro que uno admira en su juventud, pero que antes de esa época uno no comprende, y después comprende demasiado.

26.  Uno que leí sin admiración, y ahora admiro mucho
Niels Lynhe, de Jens Peter Jacobsen. Niels Lynhe es, en verdad, una suerte de Werther danés. Eso será suficiente para explicar por qué acabé admirándolo con el paso de las lecturas.

27.  Uno que haya leído de una sentada
Ulises, de Joyce. Primera lectura (fue en un hotel de mala muerte en Bogotá, sobre la Av. Jiménez. No lo leí en una sentada, pero sí de un tirón con dos cortes, y nunca antes o después he sentido un desprecio similar por las necesidades –que llamé entonces interrupciones– básicas, como dormir y alimentarse).

28. Uno que me haya demorado mucho en leer
Ulises, de Joyce. Segunda lectura.

29. Uno que leí en un bar
El jugador, de Dostoievski. Este cabría también como “el más desvencijado”: al final, luego de varias cervezas, noté que las últimas ocho páginas (que eran ocho lo supe después) habían sido arrancadas. El alcohol hacía estragos en mi cabeza, por lo que salí a la calle a buscar abierta una librería. Era de madrugada en Bogotá; nada.

30. Uno que leí a intervalos poscoitales
Zama, de Antonio Di Benedetto. De no haberse tratado de una espléndida mujer, estoy seguro de que Zama se habría quedado con toda mi atención. En realidad es una novela perfecta. Y la metáfora del mono flotando en el agua, sospecho, podría ser mi último recuerdo al morir.

Atentamente,

Juan Villamil

Comentarios