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Ficciones

Por: Andrés Felipe Carrillo (@ciertazcosas)

Tengo una hermana menor, que sólo me dice cosas ciertas cuando está soñando. Como si durmiese al contrario. Los libros serios lo llaman parasomnia, o sonambulismo, pero a mí me parece otra cosa, algo inverosímil, algo que le puede suceder solamente al Quijote, o en un cuento de Borges o Cortázar.  Es extraño, y difícil de describir por completo, como una sensación de pelos erizados. Algo que es a la vez una tranquila película de terror o un discurso desdoblado, una conversación que habla como viéndonos inclusive por encima de nosotros.

Ella, cuando está así, tiene los ojos dormidos, entrecerrados (así se dice), pero muy abiertos, de alguna otra forma muy abiertos, porque se da cuenta de cada cosa, cada gesto, y cuando me perturbo, ella me pregunta si estoy bien, y me abraza, para tranquilizarme, como si el dormido fuese yo, como si el que es mucho menor fuese yo, y no ella. Después empieza a decir canciones que no entiendo, y sin música, como en una armoniosa organización de los silencios. Con el paso del tiempo me he ido acostumbrado a todo esto, y a ella, e inclusive he llegado a decírselo, que me gusta ser partícipe de lo que está soñando.

La realidad en cambio es algo horrible, a pesar de ella. Mi hermanita, en su vida real, es arquitecta, esto es: diseña estructuras, organiza ideas. Pero la práctica es algo más complejo. En estos días, por ejemplo, se cayó un edificio, que tenía gente adentro. A sus habitantes se les vino encima el techo cuando todavía los sostenía el suelo. La realidad es así: una consecuencia innumerable de las causas y efectos; y sobre todo una consecuencia de la gente que intenta sacar provecho, que ubican los límites de los costos y los beneficios, siempre apuntando hacia abajo, hasta que se les cae el mundo (a los otros). Y eso no es todo, eso es apenas un pequeño ejemplo.

A mi hermana, que no tuvo nada que ver con eso, también esa noche le dio sonambulismo, y en vez de abrir los ojos como entrecerrados, según su costumbre, los abrió completos, y estuvo despierta, y  yo la escuché despertarse y la vi en su cuarto, haciendo una maqueta de algo que parecía un jardín, hecha de casas que parecían cuadros o telas suaves, delicadas, cayendo, como desdobladas. También había edificios, y un perro pequeño, que le ladraba a un gato, que no se perturbaba, como si en ese espacio fuese imposible que le pasara algo. Un gato chiquito que miraba tranquilo a la gente que pasaba, y entre toda esa gente, también estaba ella, y yo, y en vez de estar yo perturbado y ella sonámbula, estábamos los dos como riendo recuerdos que nos contábamos. Y había otra gente, y mi hermano, y el resto de la familia, y amigos, y todos. También un montón  de noche y cielo, y el tiempo como un reloj infinito que seguía girando sin pararse. Todo estaba en esa maqueta.

***

Esa noche fue la más extraña, y tuve que despertarla, no me aguanté. La desperté para que no me siguiera contando en sueños las historias de ese otro lugar incierto, completamente falso y desconfiable, donde todo el mundo se la pasa empujando los límites hacia abajo, para cosechar donde no han sembrado, esa pesadilla en que las historias reales de la gente sirven todas para llenarse los bolsillos de telenovela negra y amarillista. La desperté, al fin y al cabo, para que no me siguiese hablando de esa realidad alterna, y nos pudiésemos quedar despiertos con todos los demás en esta tierra llena de jardines y casas como telas colgantes, que se parece tanto a un sueño.

 

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