Hypomnémata

Publicado el Jorge Eliécer Pacheco

Lo oscurito

http://goo.gl/XJ3Zf
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Cada año cambio de anteojos. Hace dos, el grosor de los lentes se había reducido; el ojo estaba sanando. Sin embargo, en la última visita de este año, el examen dio como resultado que debía usar unos vidrios más gruesos.

—Es la vejez, o la pantalla del computador. —dijo el optómetra.

Yo le añadiría los libros con letra diminuta, la calificación de quices, evaluaciones parciales y textos.

Después de escribir la nueva formula en una tarjeta debíamos, mi esposa y yo, escoger el marco y la clase de lentes. Esta decisión debería tener un carácter público. Yo no voy a ver mis lentes. Los uso, pero pienso únicamente en la calidad, en la resistencia que tiene a los inevitables golpes y en la suavidad que deben tener en el área de la nariz. Lo demás, lo estético, no me importa mucho. El marco debe ser oscuro y los lentes deben mantener la rectangularidad suavizada en los bordes, nada más.

Dejamos atrás los aparatos del optómetra y nos dirigimos a las vitrinas que guardaban los anteojos. Había de todo tamaño, color y precio. Encontré unas Nike ultralivianas, adidas ultraconfort, Tommy Hilfiger ultraelegantes, entre otras miles muy bien adjetivadas. Nos inclinamos por unas de marca incierta pero que se acomodaban a la forma y el color deseados.

Faltaban únicamente la clase de lentes. El optómetra le había aconsejado a la vendedora que nos mostrará el área de los vidrios “transitions” ideales para los anteojos que deben usarse a diario. Se oscurecen con la luz solar y se transparentan en la sombra. “Los mejores en su tipo”, dijo haciendo la demostración.

Me parecieron espantosos.

No soy tonto, entiendo las virtudes de un vidrio que se oscurece con el sol y que evita que los rayos violetas, ultravioletas y supervioletas quemen la retina. Evita usar la mano como visera cuando se quiere ver algo a lo lejos y la luz no lo permite. Con su uso, uno deja de arrugar la cara y entrecerrar un ojo cuando da el sol en la frente. Pero dije que no.

Aun creo que los ojos son la ventana del alma y se me hace necesario que los vean cuando hablo; es más, creo que si no se me ven los ojos me pierdo, repito palabras y uso muletillas. Me imaginé buscando sombras para saludarme con un amigo, queriendo liberarme de las tinieblas de los vidrios para disfrutar un paisaje, confundiendo colores, levantándome los anteojos por encima de la cabeza para leer un libro en el parque…

Pedimos la factura y la vendedora recibió el dinero. En tres días los entregarían. Antes de salir nos preguntó qué tenían de malo los lentes fotosensibles que nos había ofrecido.

—Nada, sólo lo oscurito —respondí.

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